viernes, 15 de mayo de 2009

tercera entrega, comida: la

La sorpresa

Por León Aguilera


La veía pasar, iba y venía sin detenerse, sólo paraba para atender las mesas. Que otro tarro, que una chela, que otro par de copas o la cuenta, “¡ah la gran vos, mirá!, ¿todo eso consumimos?”. Por fin, en mi mesa alguien pidió alitas de pollo para acompañar a nuestro veintiúnico tarro, que parecía interminable. Tardaban en llegar pero mientras, pasaba ella enfrente una y otra vez. Era menuda, delgada, de pelo largo, pies y manos pequeños y amplia sonrisa. No usaba maquillaje. No era bonita, pero tenía un aire atractivo. Me veía de reojo cada vez que pasaba, bajaba un poco la cabeza y sonreía. Sabía muy bien que esa combinación de shorts y camiseta ultraapretada y ultraescotada la hacía verse exquisita. Pasaba, se detenía un instante frente a mi mesa y reanudaba la marcha a toda velocidad, como si el tiempo se le fuera a terminar. Al fin de las cansadas llegaron las tales alitas, doradas, como su piel, pero para nada tan tersas. Eso sí, igual de crujientes, así la imaginaba. Cuando se iba, caminando rápido, los shortsitos se le subían un poquito más. Entonces, la parte del muslo que se une con la nalga parecía el doblez de la alita, ofreciéndose para ser devorado. Al morderlo sentía como si la envoltura de barbacoa fuera el uniforme de la chica. Eran como ella, oscuras por encima, blancas por debajo, suaves, pero firmes, exquisitas, deliciosas pero potencialmente intoxicantes. La noche seguía su curso, la chica seguía pasando y el deseo me inflamaba cada vez más. Por fin tomé la decisión: la esperaría fuera, en el carro. Procedí a afilarme los colmillos, esconderme bien las garras, usar colirio para ocultar los ojos rojos y aplicarme un poco de perfume para disfrazar los hedores del día. Y listo. Listo para seducirla como todo buen macho. El aire nocturno era pesado, caliente, a pesar de que las luces ámbar mitigaban un poco ese ambiente. Bajé del auto, para sorprenderla, para que me viera al lado de mi flamante nave. Dieron las 12:00 en punto. Un rato después salió vestida de civil, aún más seductora que con el uniforme. Vio hacia donde la esperaba, según yo, y su rostro se iluminó con una sonrisa inocente, de gran alegría. Sí me pregunté por qué, si al fin de cuentas no la conocía. La respuesta fue una bruta sorpresa. Otra chica, salida de la nada, de la noche, la asió por la cintura, le besó el cuello y enrolló su brazo con el de ella a la vez que inclinaba la cabeza hacia su hombro. Después, retozando, se fueron a un parte del parqueo imposible de ver desde donde me encontraba. No tuve opción, encendí la nave y enfilé hacia La Antigua por la Roosevelt. Tal vez eran muy grasosas o estaban mal preparadas, el asunto es que la alitas me cayeron mal, me cayeron de patada.

3 comentarios:

  1. Muy bueno, la relación entre comida/sexo muy bien trabajada. ¡Hay qué ver cómo va a ser el de seducción!

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  2. Jajaja si es cierto esta bueno, ademas las asociaciones estan buenas, estoy seguro de que quien conoce no dudara del lugar exacto donde esto estaba sucediendo.

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  3. Jajaj. ahuevos puro amor hoorest, y el final sorprende, muy bien escrito...

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