martes, 12 de mayo de 2009

quinta entrega: El Extranjero, qm

La hielerita

Por Quique Martínez Lee


A Maria Teresa le llamó la atención el “Gringo” desde la primera vez que lo vio. No fue una cosa exagerada, sino más bien como una curiosidad acentuada. Era común ver pasar turistas en la calle, igual y éste no se diferenciaba mucho de los otros. Cabello medio largo, aunque no a propósito, sino como que esperaba regresar a su tierra para cortárselo y ya hacia algún tiempo de que había salido de ella. No rubio, pero lo suficientemente claro como para que en el pueblo le dijeran “canchito”. Pantalón flojo de algún color polvo, más por lo percudido y sucio, con muchas bolsas para meter quién sabe qué. Morralito y chancletas que somataba medio arrastrando los pies por la banqueta. Los carcañales blancos, resecos y pellejudos de callos contrastando lo suave de su cara sin arrugas y pelitos dorados. La cuestión fue, y era por lo que le llamó la atención a Maria Teresa, que el Gringo este andaba siempre aparte con una hielerita roja.

-¿Y para qué chingados querrá el Gringo ese la hielerita? –se preguntaba. Pero igual después se le olvidaba, porque no era que le hubiera impresionado tanto así. De todas maneras al día siguiente pasaba el canchito como desentendido otra vez enfrente y otra vez le entraba la curiosidad.

Y digo así “como desentendido” porque bien que algo se traía, porque desde el primer día que pasó se dio cuenta, no de Maria Teresa, sino de su puesto. Porque ella tenía una mesita así armada en la calle, cerca del mercado, donde vendía cosas típicas. Y pasó entonces viendo qué era aquello tan bonito, lleno de gente, con su mantel estampado de peras y manzanas y uvas, y sus palanganas gigantes de plástico brillante que escondían entre un montón de trapos de bordados de colores algo que emanaba humo y un aroma cada vez que levantaba el plástico o la tapadera que lo cubría. Y pasaba el Gringo con su hielerita de ida en la mañana, cuando estaba Maria Teresa sirviendo el atol de plátano, con un cucharón de peltre agarraba la medida y luego echaba ese líquido espeso y amarillo que olía a rapadura. Y venía de regreso en la noche, cuando ya había encendido las candelas que ponía en botellas de Coca Cola llenas de cera y estaba adornando las tostadas con perejil picado y cebolla en rodajas y espolvoreaba con los dedos el queso seco desde arriba y el Gringo miraba con su hielerita como caía en el guacamol y en la remolacha y en la mitad de salsa y la mitad de frijol, pero no se animaba.

No se animaba pero pasaba despacito y miraba como de reojo, seguro se le hacía agua la boca. Despacito y hacía como que se le había trabado la chancleta, y se hincaba en la calle y se quedaba oyendo. Y repetía en la cabeza el nombre de la comida y practicaba y practicaba. Hasta que una noche, cuando venía de regreso, agarró valor. Y pasó. Y puso en el piso la hielerita roja y dijo en un español repracticado que quería una doblada por favor. Pero el problema no era el nombre de la doblada porque el canchito no sabía cuál de todas las cosas que allí servían se llamaba doblada. Sino el problema vino cuando le preguntaron las opciones: que si de carne, que si de pollo, que si de papa, que si con repollo, que si con curtido, que si con todo. Y el pobre Gringo al azar fue respondiendo que sí que no porque no entendía y al final Maria Teresa le sirvió una doblada de carne sin repollo pero con un montón de chile y todos en la mesa lo miraban.

Cuando el Gringo levantó el platito de plástico con el dibujo de un conejito dándole un tulipán a un ratón, todos con ansiedad sentían que ellos lo estaban haciendo. ¡Qué chistoso era ver a un gringuito comiendo dobladas! El canche agarró con una mano un extremo de la doblada y ¡huy! que se le rompe la punta y se le queda en los dedos. Y qué emoción la de todos viendo cómo se saboreaba el gringo la dobladita, y agarra la puntita y la moja en la salsita y todos abren la boca como cuando uno le da de comer a un bebé y uno siente que es uno el que está comiendo. Y aaaaah que se mete el pedacito embadurnado de chile.

El pobre canche empezó a cambiar de color. Primero se puso rosado, empezó a hacerse el machito y seguía masticando. Tanto quería su doblada que no había tenido tiempo de pedir de tomar. Y como todos lo miraban no decía nada. Y luego tenía más color en las orejas, y sentía que los oídos se le destapaban. Y los ojos le empezaron a llorar y el pobrecito rumiaba el pedacito de doblada temiendo tragársela. Los demás en la mesa se aguantaban y se aguantaban hasta que la Marisol suelta la carcajada. La soltó sabrosa como un estornudo que se ha perdido varias veces, y dicen todos atrás a reirse. Y la Maria Teresa que se va poniendo como la chingada.

-Bueno partida de imbéciles, mejor dejen de reirse y ayúdenlo –les gritó enojada pasándole un vaso de agua shuca con la que lavaba los trastos y el Gringo que ya no podía fingir más hombría casi se la arrebata y agarra el vasito de flores como que viniera del desierto hasta el fondo entre las burlas de todos. Sólo pudo respirar de nuevo y el canche sacó de la billetera típica el billete más grande que tenía para no esperar el vuelto, agarró su hielerita bajo el brazo y se fue muy digno él caminando chancleteando la banqueta.

Pasaron los días, y el gringo como que agarraba otro camino para no pasar frente a María Teresa. Pero igual y ella ni se acordaba, como el canchito no era tema. Pero un día estaba sentada en su casa, era sábado, me acuerdo, porque había hecho tamales. Viendo a Don Francisco. Alistándose para ir a poner el puesto de la noche. Cuando le tocan el timbre y ¡zas! que era el gringo. Con su hielerita por supuesto.

-Buenas tardes –dice con esa voz que sólo se había oído cuando pidió la doblada. El español era medio cortado, de plano que tenía acento extranjero porque en primer lugar era extranjero. Pero tenía como un castellano aprendido en España, porque hacía diferencia entre las ces y las zetas y hacía como el cantadito de Corazón Corazón. Bueno, le dice buenas tardes, y Maria Teresa le contesta igual. Que cómo está y parece que el canchito no se acordaba de María Teresa o se estaba haciendo el loco por el clavo que pasó con la mentada doblada. Que si podía pasar adelante.

Resulta que el Gringo trabajaba en una ONG que le dicen. Parece que estaba haciendo un estudio de nutrición o algo así, igual y no tenía muy buen español y no se le entendía o usaba palabras muy complicadas que la Maria Teresa no ponía mucha atención, y estaba recogiendo muestras.

-¿De qué? –pregunta María Teresa.

-De heces –le contesta.

¿Que de qué? Y viene el Gringo y le dice a la María Teresa que andaba de casa en casa pidiendo muestras de popó para hacer unas pruebas de un estudio. ¡Muestras de caca! Y le pide a la María Teresa que le de una. Y la pobre no hallaba ni qué hacer, ni qué cara poner. Porque abre el hombre la hielerita y saca un frasquito de vidrio como de compota, y supuestamente tenía que agarrar mierda con una paletita y echar unas dos cucharadas. Y qué le decía la mujer, si la agarró de la nada. Ella allí distraída y pasa un hombre pidiéndole que cague en un frasco.

Entonces María Teresa agarra el frasco y se va para adentro, pero en vez de ir al baño se va a la cocina, que igual y quedaba a la par, no era casa muy grande. Y empieza a ponerse roja, primero de vergüenza, luego de enojo. Y los ojos le empezaron a llorar de las ganas de agarrar al gringo ese del cogote. Luego se sintió vulnerable, más humillada que cuando le bajaron el pants en la primaria en la clase de física enfrente de todos. Entonces se echó a llorar.

De repente entra el Carlitos, su hijo, y la ve llorando, y le pregunta que qué le pasaba. Ella sin decir nada se voltea, agarra el frasco, lo destapa y se va a la estufa y agarra una cuchara y empieza a echar chile. Dos cucharadas.

-Andá allá afuera y llevale el frasco este al Gringo que está esperando allá afuera. Decile que eche esto en la hielerita y que se lo lleve y se lo restriegue por donde mejor le caiga. ¡A ver quién lo va a defender la próxima vez que se enchile!

6 comentarios:

  1. Que cague de risa!!! qué forma tenés de hacerlo reír a uno... JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA y tanta risa es también morbosa por burlarse uno de un gringo.. pero JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA..
    Lo que sí es que lo sentí demasiado oral, como para leerse en voz alta. Entonces siento que hay algo que pudiste pulir en la redacción en sí, pero no sabría decirte qué exactamente, entonces este comentario viene a ser como pura plática de cafecito, sin ningún fundamento y por la pura gana de casaquear,, jiji

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  2. Si porque en todo caso lo oral, es lo que tiene chilero que se escucha como un chisme, y si es chistoso, buenisimo pero siento que el final fue como que te artaste de seguir escribiendo y lo cortarse asi, si pudiera dibujarte una curva de la atenciòn del cuento diría que es asi ve... jejeje

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  3. Buenisimo, si es un lenguaje muy de chisme muy coloquial, y re inesperado el desenlace... Tal vez habria que situar el cuento para que se entienda de donde viene ese lenguaje....no?

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  4. A la gran puta, yo mande este cuento en la mañana, de parte de Quique, pero no es hasta ahora, que vine y me sente tranquilamente a leerlo con un copa de vino (yo muy fino) en voz alta, y Quique a la par mia acostado en un medio cheslon que armamos para los perros. Literalmente, tarde como 15 minutos para poder leerlo, porque la risa y la lloradera de la risa no me dejaba continuar. Pero lo peor de todo es que para mí el gringo era el Juanmi, pero con acento, jajjajajajajjaaja- Muy bien Quique, es el mejor de los cuentos de esta semana.

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  5. ala puta, jajaja, pero por si les quedan dudas, prefiero hacer revistas que recoger muestras de caca!! ¿y por qué yo??? que chingan... jajaja

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  6. Que conste que el que se imaginó al Juanmi fue el Orlando, yo no tuve intención de nada. Tiene razón Anónimo, tengo qué trabajar en hacer los finales menos cortados porque sí pudiera sentirse como jalado.

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