martes, 26 de mayo de 2009

septima entrega: cuentos de amor, jm

La búsqueda del amor
Por J. M. Arrivillaga

“Ruta expedita, sendero andrógeno listo para que lo caminen, para que se lo pisen” escribió en su diario mañanero.
Ese día, amaneció mojado, soñó con rubias y, sobre todo, quiso coger. Ahora lo tiene claro.
Le tomó muchas pajas y más de treinta y cinco años darse cuenta de que lo único que quiso, siempre, fue coger.
Tantas fueron sus ansias ocultas, tan incomprensibles, tan salvajes, las que lo convencieron de optar por un camino radical: el celibato.
Así, se puso a buscar y buscar instituciones que promovieran la represión sexual de sus miembros, para evadir esa parte tan característica de él, y encontró el sacerdocio católico. “Hueco no soy, entonces puede funcionarme bien” pensó repetidas veces antes de irse a “enlistar” al seminario mayor de los paulinos.
¿Por qué a ese seminario y no a otro, como el de Sololá?
Nunca lo supo, talvez fue la primera opción que le apareció. Pero ahora, luego de desatado el escándalo de los cuatro hijos mientras era obispo, mismo que lo terminó de separar de la iglesia católica romana, se le ponía difícil nuevamente la conducción de su vida y sus impulsos sexuales. Entonces pensó: “Si logro una pareja estable, deseosa de coger noche tras noche, desayuno tras desayuno y reunión de gabinete tras reunión de gabinete –porque hoy día el es el presidente de la República-, entonces lograré estar en paz”.
Y así se puso a buscar. Organizó grandes fiestas llenas de mujeres de todo tipo, desde viejas operadas hasta adolescentes putas. Pero con ninguna logró el click, la química, el gusto. Esa “ruta expedita”, el “sendero andrógeno”, continuó flácida durante todos los intentos.
Porque resulta que entre tanta cosa se hizo viejo. No tan viejo pues, pero sus cincuenta y cinco años si lo han cauto, siendo precisamente lo cauto lo que lo llevó a la presidencia. No tan cauto pues, porque se le escaparon algunos hijillos y paró en la política. Entonces no es ni tan cauto ni tan viejo, pero ya aprendió a planear un poco las cosas, a medir consecuencias.
Pero la única opción que se le ocurrió para buscar al amor de su vida fue proponérselo como tal: como la búsqueda del amor de la vida.
Decidió concluir su período presidencial e ingresar a la universidad. Analizó muy bien las carreras y se inscribió en arqueología. Consideró que le daría buenos temas de conversación y un aire aventurero, suficientes herramientas como para lanzarse al cortejo sin que su canosa apariencia interfiriera. Así podría involucrarse en la cotidianidad de más gente y no limitar su búsqueda del amor a infructuosos y viciados castings.
Mientras tanto, sacaría a Maribel del club, a quine tenía treinta años de visitar semanalmente, y la llevaría a vivir con él, para mantener moduladas las exacerbadas ansias de sexo.
Empezó a estudiar, se interesó mucho. Casi llegó a olvidar sus años en el sacerdocio y a creerse por completo su nueva vida. Ciertos días, hasta olvidó que todo esto respondía a sus lógica de resolver el resto de su vida cogiendo con una pareja estable, para lo que requería amor.
Así, terminó la carrera y se especializó en culturas caribeñas, pensando en ir para allá a buscar a su amor. Mientras tanto, se llevó a Maribel. Y el tiempo siguió pasando. Le pedían conferencias en todas partes del mundo, conocía a las mujeres más interesantes y bellas, pero no hubo forma de click.
Un día, mientras caminaba junto a Maribel por el malecón de la isla, sufrió un desmayo y tuvo que ser hospitalizado. La edad ya se ponía de manifiesto sobre su voluntad, y encerrado en el hospital contaba con menos posibilidades de encontrar al amor de su vida.
Intentó enamorarse de una doctora, de una enfermera y hasta del anestesista. Sentía que la vida se le acababa y el amor no llegaba.
Lloró mucho sobre el hombro de Maribel, y esta lo consoló hasta hartarse.
Un día amaneció solo. Se dio cuenta de que ya se había acostumbrado a su pareja por contrato, se dio cuenta de que la amaba.
Maribel nunca regresó, y las ansias de sexo en ese estado hospitalario le generaron un fulminante cáncer de próstata que en pocas semanas lo llevó a la tumba.
Al morir consiguió un juicio final sin demoras, y fue condenado a pasar la eternidad en el Club Paraíso. Al remitirlo le decomisaron sus ropas y cualquier estilo personal que tuviera.
Llegó dentro del grupo de unas quince putas recién fallecidas y al nomás cruzar el umbral, sintió una extraña erección que le señalaba una nubecilla cercana, desde la que Maribel, suicidada unas semanas antes, lo llamaba con el más sensual de sus estilos.
Mientras, en la tierra, un enfermero leía las últimas palabras del diario mañanero del difunto: “Siento el extraño sendero andrógeno ya no como una ruta expedita”.

5 comentarios:

  1. Bueno... como verán, no me esmeré mucho con este. Mas lo hice sólo por no darme permiso de faltar un lunes más.. Haganlo verga con libertad... Por cierto, nadie más ha mandado hasta ahora... salúd!!

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  2. No siento que haya que hacerlo mierda, por el contrario, me gusta, pero siento que es mas de seduccion que de amor.

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  3. bueno, gracias, el compadre entregó una vida entera a la seduccion y al final encontro el amor... saber, estaba bien jalado el cuento... jaja, a proposito del presidente Lugo, un poco...

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  4. me parecio, si, como decis vos, un poco jalado, como que ibas escribiendo lo que se te iba ocurriendo, lo cual no es malo, porque esta bien narrado

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  5. A huevos que, por ejemplo, si lo quisiera meter a un concurso, tendría que trabajarlo mucho antes, incluso, de mandarlo con algún editor...
    Pero de seis que he subido, este sería talvez el último que escogería para un caso así... saber...

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