jueves, 7 de mayo de 2009

cuarta entrega: infantiles, qm

La Casa Nueva
Por Quique Martínez Lee

Patricio se despertó con dolor de cara. Lo último que recordaba era que escuchó un ruido fuertísimo, como si se desplomara una caja gigante llena de martillos, y al mismo tiempo sintió que caía de frente, aún y cuando se encontraba cómodamente acostado en su cama. Abrió los ojos y veía todo oscuro, tenía algo en la espalda. Poco a poco empezó a quitarse las sábanas en las que estaba enrollado y se arrastró para salir de donde se hallaba atrapado.
Lo primero vio era la luz del sol. Era domingo en la mañana por lo que generalmente él y su hermana mayor, Rebeca, dormían hasta tarde mientras sus padres salían de compras. Acababan de mudarse a ese barrio por lo que no tenían muchos amigos y casi no salían a jugar afuera, y eso molestaba a los niños. Últimamente los fines de semana consistían en esperar viendo televisión a que llegara la tarde para salir toda la familia a dar un paseo.¡Qué aburrido!
A tientas buscó sus lentes en el piso, y extrañamente sintió el suelo lleno de bolitas, muy áspero.
-¡Por eso me dolía el cachete! –pensó sobándose el rostro, reconociendo la textura que había dejado marcas de agujeritos en su piel.
Encontró los antejos no muy lejos de su pierna derecha y, cuando intentó ponérselos ¡Qué mal! ¡Estaban torcidos! ¿Qué iban a decir sus papás? Se los colocó sobre la nariz y en una oreja y empezó a doblarlos hasta que quedaron puestos. Cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad vio frente a él un objeto extraño. Era un círculo de plástico, y en el centro tenía parado un pequeño globo alargado color blanco. Parecía una bombilla.
-¡Es una bombilla! –exclamó Patricio en voz alta- ¿Cómo llegó hasta allí?
Se deslizó moviendo brazos y piernas para darse cuenta de que el peso que sintió en la espalda era el de su propia cama, y al ver alrededor, se dio cuenta de que todos los muebles de su cuarto estaban tirados boca abajo: El mueble de los calcetines y calzoncillos estaba con las gavetas salidas y las patas para arriba. El camión de metal amarillo que le había regalado su tía para navidad tenía las llantas al aire, y había tirado todas las piedras que había recogido el fin de semana pasado en el parque. El cofre al pie de la cama se había abierto regando los juguetes por todos lados.
-¿Podría haber sido un terremoto? –Pensó Patricio.
De repente se le ocurrió ver para arriba, y cuál sería su sorpresa cuando vio el techo con cuadros de color gris manchaditos de blanco y negro. ¡Así era el piso de la casa nueva!
-Si el techo está abajo y el piso está arriba… ¡Eso explica todo! La casa se dio vuelta y por eso todos los muebles están en el suelo… digo, en el techo… -todo era demasiado confuso.
Caminó a ver por la ventana. Extrañado miró a lo alto y se encontró con que allí estaba la acera y la calle, y cuando bajó los ojos vio todo azul lleno de nubes, con pájaros volando y aviones pasando. Los árboles colgaban como adornos de cumpleaños y un perrito caminaba como si fuera mosca, y orinaba al revés. ¡Qué raro era todo aquello! ¡Todo el mundo estaba de cabeza menos él!
-¡¡¡Rebeecaaa!!! –gritó mientras corría fuera de su habitación.
En el camino se tropezó con todas las cosas que se habían caído en el pasillo. La mesa del teléfono, el florero chino, la lámpara café, la estatua de la mujer recogiendo agua, todo tirado. Al llegar a la sala encontró a su hermana, Rebeca, en camisón, con el pelo lleno de cereal con leche y el plato en la cabeza como un sombrero.
-¿Qué pasó aquí? –preguntó Patricio- ¿Por qué está todo tirado?
-No lo sé –respondió su hermana limpiándose la leche de los ojos con los dedos- estaba acá, sentada, viendo caricaturas. Luego me dio hambre y me levanté a servirme un plato de cereal y cuando regresé no encontraba el control remoto. Metí la mano debajo del sillón y me encontré un bulto, lo presioné y ¡Plop! Todo se dio vuelta.
Los dos hermanos levantaron la cabeza al mismo tiempo y allí estaba. Era un botón del tamaño de una moneda de color rojo. Antes no se veía porque estaba cubierto con el mueble pero ahora, que estaba todo al revés, era muy fácil de encontrar.
-¡Esto es todo tu culpa! –acusó Patricio a su hermana- ¡Tú eras la responsable de la casa y pusiste todo patas arriba!
-No tenemos tiempo para pelear –dijo Rebeca- ya mis papás van a regresar y tenemos qué arreglar todo. Ahora tenemos qué ver cómo alcanzamos el botón.
Se miraron uno a otro. El suelo estaba muy alto. Rebeca salió corriendo a buscar una escoba, y empezó a pegar de brincos.
-¡No es piñata, Rebeca! Sería más fácil que trajeras una silla y te subieras a ella.
Entre los dos arrastraron un banco. Luego la niña se subió a él y aun así no llegaba. Luego el hermanito se encaramó a los hombros de ella y alargó una mano con la escoba mientras se sostenía de la cabeza de Rebeca.
-¡Deja de jalarme el pelo! –gritó la hermanita.
-¡No quiero caerme! –contestó Patricio.
-Bueno, entonces bájate de allí y ayúdame a pensar en otra manera de regresar todo a la normalidad.
Se sentaron en el techo a pensar qué podían hacer. De repente a Patricio se le ocurrió algo. Fue corriendo de regreso a su cuarto y agarró una onda y una chancleta. Cuando volvió puso la chancleta entre los hules y jaló lo más que pudo apuntando hacia el círculo rojo. ¡Pluc!
-¡Ay, ten más cuidado! –gritó la hermana cuando le dio un chancletazo en la cabeza- no le diste y además no me estás ayudando mucho sino golpeándome. Ahora voy a pensar yo.
Se sentaron otra vez en el techo y después de otro rato la niña tuvo otra idea.
-¡Ya lo sé! ¿Y si hubiera otro botón que volteara la casa de nuevo? Sólo tendríamos qué buscarlo.
Los niños pusieron manos a la obra, y empezaron a registrar los cuartos buscando otro botón parecido. Pero no encontraban nada.
-No está debajo de la montaña de muñecas.
-Ni en el clóset de mis papás.
-Tampoco entre la ropa sucia.
-Ni detrás del cuadro de la naranja y el banano.
-Ya busqué en la cocina.
-Y yo ya fui a la lavandería.
Por más que buscaban y buscaban no encontraban nada. Rebeca y Patricio se juntaron en el pasillo a pensar de nuevo. Como estaban tan distraídos no se acordaban de una habitación que generalmente les quedaba muy alta, pero ahora estaban parados sobre la entrada. Algo tronó a sus pies, se abrió la compuerta y cayeron al fondo. Estaban en el ático.
De repente se sintieron dichosos. Justo en medio de los dos, donde habían ido a parar, había un botón idéntico al que había volteado la casa, pero en color verde. Los niños pelearon un rato por ver quién lo presionaba.
-¡Déjame a mí hacerlo!
-¡No es justo, tú lo hiciste la vez pasada y mira cómo quedó todo!
-¡Pero yo soy la más grande!
Patricio salió ganando. Por ser más pequeño se metió debajo de su hermana, metió la manita y apachó de una sola vez. Algo más extraño empezó a suceder. El suelo, que estaba arriba, Lentamente se iba acercando.
-¡Para! ¡Nos vas a aplastar, la casa se está encogiendo! –gritó Rebeca, haciendo que su hermano presionara de nuevo el botón verde con lo que la casa dejó de moverse.
-¿Estás pensando, hermana, lo mismo que yo? –dijo Patricio
-¿Que eres un tramposo?
-¡No tonta! Ahora que la casa se ha encogido podemos alcanzar el botón.
Los dos pegaban brincos de alegría. Entonces decidieron que Patricio iría a la sala a presionar el botón mientras la hermana se quedaba en el ático. De esa manera voltearían todo y Rebeca se encargaría de írselo acercando encogiendo poco a poco la casa.
-¡Todavía no alcanzo! –gritó Patricio- ¡apáchalo otra vez! -Pero cuando la niña volvió a tocar el botón verde el suelo se empezó a alejar. Ahora se estaba agrandando todo- ¡Para! ¡Todo se esta haciendo grande!
-¡Yo también lo veo, no soy ciega! –contestó Rebeca –voy a volverlo a apachar para ver si vuelve a encoger.
Para dicha y fortuna de los dos, la casa empezó a achiquitarse de nuevo, hasta que el suelo estuvo lo suficientemente cerca para que Patricio alcanzara el botón. Lo presionó y ¡Cabúm! la casa se dio vuelta de nuevo y regresó a su tamaño normal justo en el momento que entraban los padres de los niños.
-¿Qué pasó aquí? ¿Qué es todo este tiradero? ¿Dónde está Rebeca? –preguntó la madre.
En efecto, a pesar de que la casa se había volteado y el techo estaba arriba y el suelo estaba abajo y de que ya había regresado a su tamaño normal, las cosas estaban tiradas por todos lados como si hubieran metido todo a una licuadora. Ahora había que ir a bajar a Rebeca del ático que estaba tan alto ahora, para poder explicarlo todo. Sería una larga historia. Pero la casa nueva ya no era tan aburrida como pensaban.

2 comentarios:

  1. Que buenisimo esta!!! Te felicito Ivonne y yo nos reimos muchisimo, que ocurrente y ademas super bien desarrollado y narrado. De concurso tambien, me imagine un librito ilustrado con unos dibujos bien chileros, porque tiene imagenes muy chistosas y claras.

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  2. A mi también me parece que esta muy bien para meterlo al concurso. Como hay que poner edad, yo díria que es para mayores de 7 años. Los personajes están muy bien desarrollados, felicidades.

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