viernes, 29 de mayo de 2009

septima entreGa: cuentos de amor, if

La revelación
Por Ivonne Flores

Jimena tenia cinco años la primera vez que jugó con Güicho. El le preguntó si quería jugar al papá y a la mamá y ella dijo que si. La tomó de la mano y la llevó a través del corredor hasta la escalera y juntos subieron a la azotea; lejos de la mirada del resto de la familia el juego comenzó. Güicho tenía catorce anos y era hermano de la madre de Jimena. Hacía poco tiempo que empezó a descubrir su sexualidad, las ganas de tocar y ser tocado. Se masturbaba con frecuencia y ese sábado de reunión familiar vio a Jimena con su pequeño vestido azul mostrando sus tiernas piernas rollizas y se sintió excitado. Supo que quería tocarla, desvestirla, verla desnuda y dispuesta con su amplia sonrisa que mostraba todos los dientes y sus suaves manitas acariciándolo.

Se llevó a Jimena sin que nadie se diera cuenta y allá en la azotea entre entre cajas de cartón, fierros viejos y cachivaches la besó en la boca. Jimena pensó que estaba bien porque habia visto a muchas parejas besándose. Güicho le dijo que se quitara la ropa y jimena sonriente y divertida se quitó los zapatos y las medias, Güicho ardiendo la volvió a besar, metiendo la lengua en aquella boca pequeña. Jimena con cara de asco le dijo que eso no le gustaba, pero Güicho le dijo que no fuera tonta, que asi era como se querían los padres. Muy poco convencida, Jimena se dejó hacer, se dejó tocar, se dejó querer. Las manos de Güicho la liberaron del calzoncito de olanes y buscaron los escondrijos del cuerpo de Jimena. Ella quería huir, pero él la amenazó diciéndole que si se iba a contarle a alguien el la mataría. Comenzó a frotar su cuerpo contra el de ella y al final Jimena sintió la tibia esperma de su tío cayéndole por el muslo, luego el se fué dejándola amenazada, asustada y confundida. De tanto desasosiego olvidó ponerse de nuevo sus calzoncitos de olan.

Cada sábado el juego del papá y la mamá se repitió y Jimena se fué tornando triste y de mirada ausente. Despues de un tiempo indefinido que fué pasando lento y extraño, un día de reunión familiar hubo la novedad de que los abuelos mandaron a Güichito a los Estados Unidos. Curiosamente, Jimena no sintió ningún alivio, mas bien el sentimiento de confusión, asco y verguenza lo llevó cargando durante años, años inestables en que experimentó el amor y desamor de muy distintas maneras.

Casi 20 años después, Jimena se fué a vivir con su novio Humberto, quien le tuvo paciencia de santo, porque en el transcurso de su vida Jimena desarrollo extrañas manías; a veces cuando se deprimía, su fé religiosa se exacerbaba y ponía en la casa altares llenos de flores donde tenía distintas estampas de santos, oraba pidiendo perdón después de haber tenido sexo y Humberto se daba cuenta de que la perturbación de ella llegaba a un punto muy elevado cuando pasaban días y días en que Jimena olvidaba usar calzones. Ademas Jimena nunca lloraba.

Jimena le contó que de niña había sido abusada por su tío Güicho, por eso Humberto ponía especial cuidado en tratarla con delicadeza a la hora del sexo pero pasada una temporada, abrumado por el carácter siempre volatil de Jimena, Humberto terminó por cansarse. La decisión de dejarla se convirtió en un hecho cuando descubrió que Jimena guardaba en su cartera una foto de su tio Güicho. Ella le explicó que guardaba esa foto porque con ayuda de Dios lo había perdonado.

Humberto se fué, la dejó a la deriva rodeada de velas, santos y flores, sin saber que Jimena quedaba preñada. Cuando nació el bebé, Jimena no sentía deseos de hablarle, de acariciarlo o cantarle canciones de cuna. Por semanas cumplió con sus obligaciones de madre de manera automática. Un sábado acudió a la acostumbrada reunión familiar llevando en brazos a su pequeño hijo y a la hora del café llegó después de tantos años el tío Güicho, llevando de la mano a una mujer, su esposa. Jimena volvió a revivir en un instante aquellas experiencias con él y llena de miedo se fue de ahí sin decir adiós.

Cuando llegó a su casa lloró amarga y desconsoladamente, recordando su propio cuerpo infantil manchado de esperma y evocando también la imagen de su tío con aquella mujer. Sintio celos y continuó llorando hasta que se exprimió todas las lágrimas acumuladas en su pecho, fué entonces que se sintió iluminada y supo exactamente lo que tenía que hqcer. Arrulló a su hijo y besándolo tiernamente le dijo:

-Ya sé que nombre te voy a poner, te llamarás Luis. Hoy te amo mas que nunca Güichito.

jueves, 28 de mayo de 2009

septima entreGa: cuentos de amor, qm

Teatro


Por Quique Martinez


Cuando la abuela vio la muerte en los ojos de su esposo recordó el momento exacto, hacía 34 años, en que lo expulsó del cuarto y dejaron de hablarse. El pleito había perdido relevancia con el tiempo y se había vuelto un teatro para deleitar a hijos, nietos y bisnietos. En la mesa de cualquier reunión era esperado y celebrado el chiste que cualquiera de los dos hiciera a expensas del otro.

-Ahora sí se nos va Don Beto, ¿verdad? –preguntó pensativa, aún sin mucha emoción.

-No lo sé mama, Dios siempre tiene la última palabra.

Con una mano quitó a la nena que vertía a cucharadas una mínima parte de la botella de suero en la boca del agonizante. Se sentó en la orilla de la cama y tomó su mano.

-No te vayás, viejo –suplicó ante la mirada perpleja del círculo familiar- no me dejés sola.

El abuelo ya sin fuerzas para contestar entreabrió los ojos ya hundidos y parpadeó. De una esquina salió una gota con sabor a suero oral de naranja. Fin del último acto.

miércoles, 27 de mayo de 2009

septima entreGa: cuentos de amor, oG

Federico Angulo

Por Orlando Gutièrrez Gross

Desde pequeña siempre quise trabajar en una línea aérea, sin embargo nunca busqué el trabajo. Me dediqué a mis estudios y trabajos, que de una u otra forma, tenían que ver con la carrera que había escogido. A los 15 años, supe que quería ser dentista, y nunca más lo volví a dudar, a los 17 ya estaba en mi primer semestre de odontología, llevando las materias básicas de introducción, Física I, Biología humana I, Química inorgánica, Psicología médica y Educación para la salud. Recuerdo que la nota más baja fue de un 92, en Física I. Sí, mi futuro definitivamente era la odontología.

Tuve la oportunidad de pertenecer a una familia de clase social media, que aunque no derrochaba dinero, tampoco le hacía falta, y uno de los lujos que nos dábamos de vez en cuando, era un viaje familiar. Para mí era, (y aun lo sigue siendo) toda una experiencia de alegría y regocijo, el llegar al aeropuerto, ver la gente con sus maletas, las caras felices de los niños, las personas tan bien parecidas que trabajan en los mostradores de las aerolíneas, y por supuesto, estar dentro de la aeronave. Aun estando en mis cuarentas, cuando me monto en un avión, siento que es la primera vez que lo hago, toco todos los botones que encuentro, ojeo las tarjetas de seguridad (aunque me las sepa de memoria), siento el olor a viaje en el ambiente, admiro a esas chicas guapas con sus uniformes impecables y claro está, a los chicos también. Hasta cierto punto, creo que si lograra verme, pensaría que tengo cara de tonta, poniendo atención a las instrucciones de los sobrecargos, mascarilla en cara y cinturón en mano.

Mi primer trabajo, gracias a mi padre, fue como asistente de higienista dental. Un amigo de él, se tomó la paciencia de enseñarme, y cuando estuve lista pude hacerlo yo sola. Tomaba radiografías dentales, impresiones, eliminaba la placa, cálculos y hacía tinciones con pulido de aire, pero lo que más satisfacción me daba era ver la cara de los pacientes cuando les daba instrucciones de higiene dental. ¡Me ponían atención!

Conservé el trabajo durante 3 años, sin embargo, llegó un momento en la carrera, en que además de las clases teóricas, debía de hacer prácticas, por lo que ya no me daba tiempo para seguir en la clínica. No tuve más remedio que renunciar. El Doctor Córdova (amigo de mi papá) se alegro mucho de mis avances, que por supuesto el mismo iba viendo, y me ofreció regresar a la clínica cuando pudiera y quisiera.

Continúe con los estudios, la vida seguía normal, aparentemente tendría un futuro prometedor, tenía un novio que hasta donde yo pensaba, llenaba mis expectativas, mi familia estaba orgullosa de mí, en fin, todo era positivo.

Me encontraba ya casi terminando uno de los últimos semestres de la carrera y se acercaba la época navideña, cuando un día me dije: - ¿Ana, te has dado cuenta que ya prácticamente eres una profesional y nunca más volviste a pensar en los aviones? No sé por qué me acordé de ese sueño e inmediatamente tomé el teléfono y llamé a la aerolínea de mi país, con el fin de averiguar si tenían plazas vacantes. La respuesta fue lo que en todas las empresas le dicen a uno. Traiga su hoja de vida y si surge una oportunidad nos comunicaremos con usted. Así lo hice, esa misma tarde lleve mi currìculum. A los dos días me llamaron para ofrecerme una plaza como agente de tráfico.

¡Dios mío! ¿Qué hago? ¿Me tomo un semestre de vacaciones en la universidad y aplico para ese trabajo? ¿Qué dirán mis padres? ¿Es lo que quiero? – Me pregunté - Con mil razones en contra y un par a favor, decidí aplicar. Llegué a la entrevista, me hicieron exámenes, me capacitaron durante un mes, y entré a trabajar.

Mi primer día de trabajo me veía como una modelo, o así es como yo lo quiero recordar, con falda roja hasta las rodillas, camisa blanca, saco rojo, un lacito rojo que me rodeaba el cuello, zapatos altos y cerrados de color rojo con el borde blanco, medias color natural y un maquillaje discreto. Las reglas eran muy específicas con el uniforme, todas las mujeres con el pelo por debajo de las orejas, debían de llevarlo recogido, por lo que ese día opte por un moño alto.

Pasaron unos meses, y la vida en el aeropuerto se había vuelto rutinaria, ya no me excitaba el vestirme con todos los implementos rojitos que tenía, menos levantarme a las 3 de la mañana para peinarme de moño alto, en vez de eso, me levantaba a las 3:30 am y me hacia una cola de caballo, y si me levantaba de buen humor, me hacia la cola de caballo hasta arriba, para parecer una colegiala, los bordes blancos de los zapatos ya estaban negros de sucios y las camisas blancas, parecían grises. EL maquillaje discreto se había vuelto invisible pero si tenía la cola de caballo arriba (que era señal de buen humor) me ponía el primer labial que encontraba en la mesa de noche.

Un buen día, me tocó trabajar en el último turno, el único que yo en verdad detestaba, pues había que esperar a que llegara el último vuelo a las 8 de la noche, que nunca era puntual, en itinerario decía 8, pero en la realidad llegaba como a las 11. Así que se podrán imaginar la cara con maquillaje discreto que tenía a eso de las 10:00 pm, la cola de caballo parecía que eran dos, de tantos pelos que se salían del hule, y ni les digo como me olían los sobacos, un tufo a mierda era poco! A los minutos llegó el bendito vuelo que debía de recibir, así que me encaminé a la puerta del avión con un dolor de pies espantoso, ¡malditos tacones! – pensé - y cuando la puerta se abrió, aparece un sobrecargo de bajo tamaño, flaco flaco flaco, como cerilla de fosforo, más negro que blanco, de labios trompudos, y en lo que bajo los ojos para ver qué tipo de zapatos anda, veo aquellas cosas sucias y puntiagudas. ¡Uy no! Aunque sea empleada pero bien calzada! (es el dicho de mi hermana)Ya esta noche no puede ir peor –pensé – El pobre tipo advirtió que yo lo examinaba de pies a cabeza, y él hizo lo mismo conmigo, y para terminar de cagarme en la susodicha noche, me hace caras de odio!

A la puta! Solo eso me hacía falta, que este sirviente de avión me haga caras a mí, a toda una dentista en potencia, que por huevona, pareciera que es mucama de hotel. No le presté mucha atención, hice mi trabajo y me dirigí a la oficina para entregar los papeles del vuelo.

Muy tranquila y digna iba en las escaleras eléctricas, cuando volteo a ver, y va el flacucho ese, y lo peor, ni siquiera me determina! Así que lo puta en mí salió y le hablé:

- Oye y cuando ustedes vienen acá ¿salen a divertirse?

- Pues rara vez, aunque hoy tengo ganas de salir y si mis compañeros no quieren, me iré solo, a tomar una par de copas.

- Pues yo salgo en 5 minutos, si quieres paso por tu hotel y te llevo a conocer algo de la ciudad.

- En verdad? Pues me parece muy bien la idea, pasa a mi hotel, me hospedo en el “Gran Hotel”, estaré listo en 40 minutos. Me llamo Federico Angulo.

- Mucho gusto Federico, yo soy Ana. Entonces paso por ti.

¿Qué estoy haciendo? Este tipo es feo, yo tengo novio, ya es tarde. Mejor me apuro y me voy a retocar al baño y a cambiarme. – Pensé –

45 minutos después, estaba en el hotel, con pelo suelto, unos vaqueros que cargaba en el carro, sweater con cuello de tortuga y bien maquillada. En lo que aparece el flacucho del avión, en jeans, camisa negra, unas botas de punta cuadrada color negro, el pelo con gel, en fin, el flacucho espantoso, aparentaba tener buen gusto en la ropa y déjenme decirles, que se veía bien, hasta cuerpito se le veía.

Fuimos por un par de copas y terminamos en su habitación del hotel.

Pasaron las semanas y mi teléfono celular sonó.

- Alò

- ¿Ana?

-

- Hola Ana! Es Federico!

- ¿Quien?

- Federico!

- ¿Cual Federico?

- Nos conocimos hace unas semanas, fuimos a tomar unas copas…

- Federico!!! ¿Cómo estas? ¡Qué sorpresa tan agradable!

- Estoy entrando al aeropuerto y me preguntaba si podíamos vernos.

- Claro, paso por ti al hotel?

- Sí, en una hora?

- Perfecto, ahí estaré.

Está demás decir que esa noche nuevamente terminamos en su habitación, con la única diferencia, que su nombre se quedaría grabado en mi mente.

Estuvimos viéndonos durante los siguientes meses, en los cuales volví a levantarme a las 3 de la mañana para ponerme mis implementos de color rojo y peinarme con moño alto, cuando sabía que Federico vendría a verme. Mi carro parecía más bien mi closet, pues tenía que vestirme linda para él.

El novio que tenía, ¿què les digo? Pues no se que será de él. Lo que si sé, es que renuncié al trabajo de la aerolínea a los 9 meses de estar ahí. No terminé mi carrera de odontología y me mude de país para estar con Federico.

Hoy en día, después de 17 años, sigo con Federico, es mi alma gemela, no me arrepiento de ninguna de las decisiones que tomé, tenemos 3 hijos preciosos y estamos esperando el cuarto. El flacucho “sirviente de avión” es el hombre más guapo que he visto y veré en mi vida, tanto por fuera como por dentro.

Me he dado cuenta, que todos mis sueños de joven, eran simples implementos que me llevarían a mi verdadero sueño. Federico.

Te amo Federico.

martes, 26 de mayo de 2009

por si alguien tiene algo que decir...

sobre temas o lo que sea....

septima entrega: cuentos de amor, jm

La búsqueda del amor
Por J. M. Arrivillaga

“Ruta expedita, sendero andrógeno listo para que lo caminen, para que se lo pisen” escribió en su diario mañanero.
Ese día, amaneció mojado, soñó con rubias y, sobre todo, quiso coger. Ahora lo tiene claro.
Le tomó muchas pajas y más de treinta y cinco años darse cuenta de que lo único que quiso, siempre, fue coger.
Tantas fueron sus ansias ocultas, tan incomprensibles, tan salvajes, las que lo convencieron de optar por un camino radical: el celibato.
Así, se puso a buscar y buscar instituciones que promovieran la represión sexual de sus miembros, para evadir esa parte tan característica de él, y encontró el sacerdocio católico. “Hueco no soy, entonces puede funcionarme bien” pensó repetidas veces antes de irse a “enlistar” al seminario mayor de los paulinos.
¿Por qué a ese seminario y no a otro, como el de Sololá?
Nunca lo supo, talvez fue la primera opción que le apareció. Pero ahora, luego de desatado el escándalo de los cuatro hijos mientras era obispo, mismo que lo terminó de separar de la iglesia católica romana, se le ponía difícil nuevamente la conducción de su vida y sus impulsos sexuales. Entonces pensó: “Si logro una pareja estable, deseosa de coger noche tras noche, desayuno tras desayuno y reunión de gabinete tras reunión de gabinete –porque hoy día el es el presidente de la República-, entonces lograré estar en paz”.
Y así se puso a buscar. Organizó grandes fiestas llenas de mujeres de todo tipo, desde viejas operadas hasta adolescentes putas. Pero con ninguna logró el click, la química, el gusto. Esa “ruta expedita”, el “sendero andrógeno”, continuó flácida durante todos los intentos.
Porque resulta que entre tanta cosa se hizo viejo. No tan viejo pues, pero sus cincuenta y cinco años si lo han cauto, siendo precisamente lo cauto lo que lo llevó a la presidencia. No tan cauto pues, porque se le escaparon algunos hijillos y paró en la política. Entonces no es ni tan cauto ni tan viejo, pero ya aprendió a planear un poco las cosas, a medir consecuencias.
Pero la única opción que se le ocurrió para buscar al amor de su vida fue proponérselo como tal: como la búsqueda del amor de la vida.
Decidió concluir su período presidencial e ingresar a la universidad. Analizó muy bien las carreras y se inscribió en arqueología. Consideró que le daría buenos temas de conversación y un aire aventurero, suficientes herramientas como para lanzarse al cortejo sin que su canosa apariencia interfiriera. Así podría involucrarse en la cotidianidad de más gente y no limitar su búsqueda del amor a infructuosos y viciados castings.
Mientras tanto, sacaría a Maribel del club, a quine tenía treinta años de visitar semanalmente, y la llevaría a vivir con él, para mantener moduladas las exacerbadas ansias de sexo.
Empezó a estudiar, se interesó mucho. Casi llegó a olvidar sus años en el sacerdocio y a creerse por completo su nueva vida. Ciertos días, hasta olvidó que todo esto respondía a sus lógica de resolver el resto de su vida cogiendo con una pareja estable, para lo que requería amor.
Así, terminó la carrera y se especializó en culturas caribeñas, pensando en ir para allá a buscar a su amor. Mientras tanto, se llevó a Maribel. Y el tiempo siguió pasando. Le pedían conferencias en todas partes del mundo, conocía a las mujeres más interesantes y bellas, pero no hubo forma de click.
Un día, mientras caminaba junto a Maribel por el malecón de la isla, sufrió un desmayo y tuvo que ser hospitalizado. La edad ya se ponía de manifiesto sobre su voluntad, y encerrado en el hospital contaba con menos posibilidades de encontrar al amor de su vida.
Intentó enamorarse de una doctora, de una enfermera y hasta del anestesista. Sentía que la vida se le acababa y el amor no llegaba.
Lloró mucho sobre el hombro de Maribel, y esta lo consoló hasta hartarse.
Un día amaneció solo. Se dio cuenta de que ya se había acostumbrado a su pareja por contrato, se dio cuenta de que la amaba.
Maribel nunca regresó, y las ansias de sexo en ese estado hospitalario le generaron un fulminante cáncer de próstata que en pocas semanas lo llevó a la tumba.
Al morir consiguió un juicio final sin demoras, y fue condenado a pasar la eternidad en el Club Paraíso. Al remitirlo le decomisaron sus ropas y cualquier estilo personal que tuviera.
Llegó dentro del grupo de unas quince putas recién fallecidas y al nomás cruzar el umbral, sintió una extraña erección que le señalaba una nubecilla cercana, desde la que Maribel, suicidada unas semanas antes, lo llamaba con el más sensual de sus estilos.
Mientras, en la tierra, un enfermero leía las últimas palabras del diario mañanero del difunto: “Siento el extraño sendero andrógeno ya no como una ruta expedita”.

viernes, 22 de mayo de 2009

sexta entrea: seduccion, pr

Tiro por la culata

Por Pablo Robledo

Ya es más de la media noche y esta noche hace frio. Al salir al balcón me recibe una ráfaga de viento. La ciudad ruge. Recibo una bocanada de smog fresco y como si fuera poco me enciendo un cigarro. Una resequedad se forma en mi garganta a la vez que exhalo.

Adentro yace dormida una mujer, envuelta en sabanas blancas. Duerme de lado y enseña una de sus piernas. Y esos hermosos pies. Una abundante cabellera castaña y ondulada se posa sobre sus hombros y espalda. Su cuerpo desnudo se encoje al sentir el viento que entra por las rendijas de la puerta. Cambia de posición, guarda la pierna, pero en cambio muestra su rostro a la pálida luz que se cuela por la ventana. Sus labios están entreabiertos, como esperando un beso.

Fue toda una casualidad. Me encontraba de pie frente al escaparate de una librería ojeando los títulos y sobretodo matando un poco de tiempo. Libros de cocina, arte monumental egipcio, el Quijote y el Kamasutra. Vi su figura reflejada por la vitrina distrayendo mi atención para voltear y capturar su mirada infraganti. Sin titubear me sonrió, pero no se detuvo, ni aminoro el paso. El capturado fui yo.

Me tomo un par de segundos reaccionar y sin saber porque, la seguí. Atravezamos la parte vieja de la ciudad de Zúrich, cerca de la Grössmunster. Es fin de semana, todos aquí quieren algo de acción y ya hay algunos borrachos. A la altura de Scheitergasse la gente camina entre locales y por un rato parecen hablar una lengua que ya no entiendo o que no me interesa comprender. Noto que otros hombres la observan.

No es particularmente especial pero solo una diosa pisa el suelo con elegante humildad. El contoneo de sus caderas y la seguridad que da a cada paso hacen parecer que el mundo le pertenece. A veces se detiene a preguntar algo pero parece no encontrar respuesta. Los consultados enmudecen. Ella lo sabe, sonríe y los deja.

Por Oberdorfstrasse, finalmente entra en un bar. La sigo de cerca y me detengo un par de segundos antes de entrar para verla a través del cristal de la puerta. Camina directo a la barra. Mientras pide una cerveza me siento junto a ella. Tomo su mano y la pongo sobre mis genitales al momento que susurro en su oído “mira como me tienes”. Reaccione ante mi impulso y espere cachetada pero en su lugar me devolvió una sonrisa y me dijo “Salgamos de aquí”.

Cinco minutos más tarde nos encontrábamos sobre la Rämistrasse tomando un taxi de vuelta a mi apartamento en Goldbrunen platz. Atravesamos Limatt envueltos en luces pasajeras reflejando tintineantes en el lago y besos, bajo los ojos espías del conductor. A la altura de Burkiplatz mis manos ya habían encontrado camino bajo sus bragas. El conductor se pone nervioso pero no dice nada. Ella lo nota y me dice que soy exhibicionista, susurra su risa y luego me besa el labio inferior.

Cuando finalmente llegamos le pregunto al conductor cuanto le debo pero sonríe a manera de cómplice y me dice “no te preocupes te lo mereces”. No me da tiempo a darle las gracias, ella me toma de la mano y me atrae hacia su cintura. Ya no tengo frio y el invierno parece haberse esfumado y con él, el recuerdo de cómo llegamos hasta la habitación.

Me acosté con su sonrisa y su mirada picara. La textura de sus caderas, el sabor de sus pezones. Adore su olor y lamer la esencia de este. El sonido de su voz mientras dice Oh Gott me hizo sentir justamente eso, que Dios existe y que somos los dos. Y luego sus besos. Sus suaves besos en mi labio inferior abrazando el cielo porque los ángeles existen en ese momento y en el instante en que aprieta mis manos sobre sus nalgas pidiéndome más. Ella es fuego y yo soy agua que se evapora. Un sonido que se pierde en un hilo en la perfección de la nada. Una nada que se convierte en un todo. Todo, absolutamente todo.

La chica duerme plácidamente. El vaho que sale de mi boca ha empañado el vidrio de la ventana. Desde aquí, luces rojas y amarillas a un ritmo intermitente. Ignoro la señal. Es demasiado tarde.

Ella se llama Laura y yo, soy un esclavo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

sexta entrea: seduccion, qm

El polvo

Por Quique Martinez Lee

Al fin era la noche del 15. Dulce pegó en el cuadrito del almanaque un corazón. El primero del mes salió a comprar los ingredientes y, de pura casualidad, el tercer mudo que se subió en la ruta de la camioneta se paró a vender los cartoncitos y no hubiera podido ser más oportuno. Al principio pensó que era uno de tantos aspirantes a sordos que se encaramaban a dejar una bolsita con alguna tontera y un papelito que decía “Denme dinero”. Pero, justo antes de que pasara de regreso para ver quién había caído, se dio cuenta de que dentro del plastiquito venía un cartón con quince corazones de colores. “Ráscame” decían todos, y cuando Dulce lo hizo sobre uno color rojo, éste sacó un olorcito a Toki de fresa. Era un mensaje del destino. Ella iba con una blusa roja, su fruta favorita era la fresa y justamente faltaban quince días para que llegara la luna llena. Sacó un billete de a cinco y de paso le quedaba sencillo para el regreso. El mudo le sonrió al darle el vuelto.

Ese día, el primero, había pedido permiso en la farmacia donde trabajaba para salir temprano con la excusa de ir a cobrar el cheque de pago mensual. Lo cual hizo, en efecto, pero la verdadera misión vendría después. Entonces tomó la camioneta donde compró los corazones, y se bajó una cuadra antes del mercado para pasar comprando algo de comer y caminar hasta la tienda “Santa Marta la Dominadora”. Dos días antes, al regresar de misa, porque el primero cayó martes, caminó despacio para que sus amigas no se dieran cuenta que se iba quedando atrás. Entonces fue fácil despistarlas para entrar a la misma tienda y preguntar si ya había llegado su receta. La bruja, una señora cuyo atributo especial era que estaba demasiado maquillada, le dio una lista con ingredientes que Dulce ojeó rápidamente para poder salir y alcanzar al grupo de amigas. Ya regresaría más tranquila cuando le pagaran.

Y bueno, le pagaron dos días después, el martes, y entonces entró con el plastiquito con corazones en una mano y una bolsa de rábanos con pepita en la otra. La misma señora salió a atender después que sonara un “ding dong” electrónico activado por el paso de la clienta. Traía, literalmente, la misma cara, tanto que Dulce se preguntó si la doña se quitaba el maquillaje o simplemente se iba poniendo capa tras capa conforme se acordaba y dormía boca arriba con mucho cuidado para que no se le cayera. Le dio el listado, y la mujer empezó a moverse familiarmente entre estanterías, gavetas, velas y frasquitos con etiquetas de colores. Fue agarrando y poniendo en una bolsa sobre el mostrador varias cosas y, luego de decirle a Dulce que pasara a pagar a la caja para que ahí le entregaran el producto, desapareció tras una cortina.

La caja era un vidrio polarizado con un agujero y un letrero arriba. Pagó y reconoció la mano de la misma vieja que la atendió detrás del hoyo recibiéndole los billetes acabados de salir del banco. Esperó a llegar a la privacidad de su cuarto para abrir el contenido de la bolsa. Venían varios frascos, una lima, y un papel enrollado y cubierto por celofán. Repasó entonces la receta que le habían dado dos días antes, puso el primer corazón en el almanaque (el de fresa que ya había rascado) y se echó a suspirar y a pensar en la cama.

El 15 en la noche, después de poner el último corazón, color morado, lo rascó y acercó la nariz para disfrutar el olor a Grapette. Luego sacó el paquetito y la receta y leyó las letras cursivas:

“En una noche de luna llena

Límate las uñas de la mano derecha

Y las del pie derecho.

Agrégale polvo Dominante,

Polvo Sostén y Agarre

Y Polvo Culebrón”

Puso un platito blanco y “sin diseño”, como lo especificaban más adelante las instrucciones, y ahí fue haciendo la mezcla. El polvo más fácil de identificar era el Culebrón, porque tenía en la etiqueta el dibujo de una gran serpiente enrollando a dos enamorados desnudos flotando en las nubes. El dibujo del polvo Dominante era una mujer de oficina, seguramente una alta ejecutiva, parada en una calle con traje sastre y las manos en la cintura y al frente dos tipos adorándola de rodillas. El polvo Sostén y Agarre era algo más abstracto, porque era una rueda de colores con rayos y estrellas alrededor. Se limó bien las uñas hasta dejárselas bien cortitas para que abundara el menjurje y luego de revolverlo con una cucharita de café siguió leyendo. El siguiente paso era escribir su nombre en un pergamino con tinta de sangre de paloma, quemarlo y agregar la ceniza a la mezcla, ligar rápidamente todo y conjurar:

“Con este encantamiento

voy dominado cada átomo de mi cuerpo

y desde hoy en adelante se acercará el amor que yo deseo

por que te conjuro por el poder de los astros,

por el poder de la luna y por el poder del sol

a través de esta tu esencia

que te permite que te acerques a mí”

Ya estaba completa la primera parte del hechizo, la siguiente se llevaría a cabo el día siguiente para observar “resultados inmediatos”.

El 16, siguiendo la receta, tenía que vestirse de negro. Como casi nunca se ponía ese color lo único que encontró fue un vestido de fiesta, que para su desgracia le quedaba muy apretado, y cuando se subió el zipper se pasó trabando con una lentejuela y se rompió, dejando al descubierto los broches traseros del brassiere. Tanto había esperado para que diera ese día que decidió salir de la casa ya con la bata blanca, que era el uniforme de la farmacia y que igual y le tapaba el pedazo. Tomó la mezcla, vertió el polvo dentro de su zapato izquierdo, y salió cojeando a trabajar.

El día lo pasó entre una picazón de pie crónica y una espera incansable. Cada hombre que pasaba por la puerta de la farmacia podía ser “el amor que ella deseaba”. El señor de bigote que compró los supositorios para la fiebre. El joven de gorra que se llevó las cápsulas antigripales para la noche. El ranchero rubio de sombrero que discretamente pidió los antidiarreicos. A todos les dedicaba un tiempo extra, una sonrisa de más, una caída de ojos, pero ninguno pasaba de una simple transacción de compra y venta. Llegó la hora de cerrar, ayudó a bajar la persiana del negocio y se dirigió a su casa, todavía existía la posibilidad de encontrarse a alguien en el camino, pero ni siquiera la voltearon a ver. Esa noche Dulce apenas pudo dormir sollozando entre el olor de quince corazones frutales y el escozor que el mentado polvo le dejó.

El siguiente domingo, el 20, otra vez se quedó atrás del grupo de amigas y entró de nuevo a “Santa Marta La Dominadora”. Iba decidida a tener su dinero de regreso o sacarle la madre a la vieja mal pintada. Pero cuando entró no estaba la misma mujer, sino un hombre moreno, alto y muy huesudo, igual de viejo que la otra y Dulce hubiera jurado que también estaba maquillado. Le explicó, entonces, lo sucedido, cómo había seguido las instrucciones y no había conseguido ni “resultados inmediatos” ni resultados después. El hombre, la miraba solamente con unos ojitos pequeñitos debajo de los huesos de las cejas, echándole vistazos al papel de la receta.

-Ya se qué pasó –le dijo dirigiéndose a un lado del local después de pensar un rato- usted tiene un almanaque mal marcado, la mayoría de imprentas usan un machote sacado de los gringos y ellos no saben nada de cosas esotéricas. Las fases de la luna se expresan generalmente en horas del meridiano de Greenwich, y por eso de la rotación la hora del punto pico de la luna llena, que es a lo que hay que hacerle caso, cambia dependiendo del lugar de la tierra en que se encuentre. Aquí estoy viendo –agregó sacando un calendario en forma de círculo que se rotaba para que aparecieran las fechas y los dibujos de las lunas en un cuadrito- que la mera mera luna llena no fue el 15, sino el 14, y ahí ya tenemos todo un problema.

Era lógico e increíble a la vez cómo una pequeña equivocación de los gringos podía arruinar toda la espera y trabajo de una persona. Solventado el asunto de la fecha, no había otra cosa qué hacer, la devolución del dinero no aplicaba porque el error había sido provocado por causas externas. Pero, si Dulce lo prefería, podía comprar el “Calendario de lunas de las Brujas Wicca” y otro paquete para poder realizar el conjuro nuevamente.

-Ahora sí tengo todo lo que necesitaba -pensaba Dulce mientras revisaba la bolsa, sin sacar el contenido, cuando iba en la camioneta de regreso. En eso se subió una señora a vender cortauñas y fue ahí que se dio cuenta que al huesudo ese se le había olvidado meterle otra lima. Seguramente él pensó que ella conservaba la anterior pero a saber dónde la había metido. Por suerte el cortaúñas que llevaba la vendedora, según lo iba explicando y demostrando eficientemente, tenía una magnífica lima metálica asegurada a durar para siempre. Este sí que era un mensaje del destino, tenía que ser.

martes, 19 de mayo de 2009

sexta entrega: seducción, iz

Barquito de papel

Por Isabel Zuleta

No es que los encuentros se den porque uno ande buscándolos, más bien es que uno quiere creer que es el azar, estar mutuamente inconscientes de sus existencias y luego caen sobre una curveada y atractiva espalda desde la nuca hasta el coxis, al mismo ritmo, moléculas a las que unen puentes, pero no de circunstancias, de amor romántico o confluente, de azar, ocio o consecuencia sino Puentes de Hidrógeno.

Atracción. A Camila le habían atraído varios y diferentes. Con Pablito, por ejemplo, fue una atracción abierta, desbordada, saturante y tediosamente obvia (Recordar era como un manjar para disfrutar y jactarse de variedad) Hubo otros juegos consecuencia del ocio, casuales y descomplicadas. El chef tanto menor que ella, que a propósito había visto hacía dos o tres semanas con un peso de más magistral y profesionalmente ganado, una lástima o gajes del oficio…En fin, en este caso fue más bien vivo, intenso, efímero y muy bello, lo único malo es que quizás aún no estaba tan seguro de su mano culinaria y calculadora, por lo tanto le cocinó muy poco y nada que ella no pudiese hacer al menos igual y con menos adornos. Por arriba, en medio o zigzagueantes aparecían otros que se hacían los que no querían y al final el exceso de insistencia resultaba tedioso. Algunos no querían, en serio, y bueno como dice la premisa repetida en tan variadas bocas y oficios “de todo hay en la viña del señor”.

Duraderas guardaditas; circunstancialmente reprimidas y casi siempre mutuas, no obstante prácticamente ilegales e inevitable caer en el crimen. De las mejores, el chile en la salsa, la mordida en un beso. Causantes de las más deliciosas perfidias.

Eran incontables las que podían existir, pero en su experiencia personal no eran muchos mas significativos e inspiradores. Comenzaron a agobiar su mente, a acumular en su vientre una memoria sensorial muscular. Tocó su abdomen, sus senos y cuando se acercaba al centro sensorial femenino, que ya estaba espectando sonó el teléfono. Una voz grave y dulce que no cambiaba de tono y era constante en su zumbido inconfundible, tentador y femenino, del otro lado; pero ya los poros de su piel estaban tan dispuestos que de inmediato la voz se sentó a su lado, junto al cojín café. La imagino ponerlo entre sus piernas y jugar con los hilos y las trenzas colgados de las cuatro esquinas mientras hablaba:

-¿Camila? ¿Cómo estás guapa?

-Aquí recordando cosas pero dime ¿Hay plan?

-Nadie se reportó pero yo estoy con ganas…

Risas cómplices.

-¿De qué Fabiola?

-No sé todavía ¿Pero tú qué quieres hacer?

Las manos le empezaron a sudar, porque justo después de los recuerdos varios Fabiola le había venido al presente y ella no había dejado de recorrer su piel y estaba a punto de admitirse –en sus diálogos internos- una nueva atracción que la tenía sorprendida de si misma. –Yo también quiero descubrir de que tengo ganas, hoy estuve recordando unas ganas vencidas y consumadas pero en fin ¿Quieres venir a casa?

-Nos vemos en un rato y llevo una pócima que nos de claridad de voluntad.

Más risas cómplices. Esa complicidad femenina, maliciosa, envidiosa a veces; una comunicación insonora que emanan por los ojos con cada beso de bienvenida, cada abrazo amistoso, cada llorada mentira sospechas. Fabiola y Camila se gustaban hace algún tiempo, digo algún como para dejar sugerido que el comienzo de las atracciones es tan paulatino como repentino y las sensaciones de las partes pueden ser a destiempo. Ellas ya hasta se coqueteaban y les salía natural, cuestión de confianza.

Fue la pócima, el pasado de ambas; quesos dulces. Lo que iban encontrando y escuchando. Bellas sonrisas que parecían ensayadas. Los dedos entre los cabellos castaños o negros, no necesariamente los que correspondían al cerebro que los manipulaba. La misma situación, es decir, era la primera vez que estaban en tal situación, poco convencional para ambas o mejor dicho nunca convencional. Sin embargo, tampoco vale la pena etiquetarse por el comienzo de semejante circunstancia que se traducía en un placer curioso morboso. La amistad suele ser una ventaja.

Humedecer los labios, hacer girar el vaso, dejar que los ojos se llenen de luz creyendo que viene del foco, mas viene de la lubricación generalizada corporal. La cercanía con excusa de ebriedad el cuerpo dibuja curvas en las circunstancias, se abalanza en vaivén, barquito de papel débil y húmedo el agua es humo o vacío amarillo nocturno. Fabiola le hizo una trenza a Camila, al contrario luego rió abrió cambió de juego. Jugaron con el pudor de dos infantas solas en el salón del prekinder. No le iban a decir a nadie, porque no era cuestión de formalizar o declarar. Pero algo había en la mañana, un silencio solemne, hasta paz. Sus cuerpos con resaca de goce y aliviados. Estaban rozagantes, más hermosas. Los pasos en las escaleras sonaron rítmicos y un “nos vemos” hizo eco.

viernes, 15 de mayo de 2009

tercera entrega, comida: la

La sorpresa

Por León Aguilera


La veía pasar, iba y venía sin detenerse, sólo paraba para atender las mesas. Que otro tarro, que una chela, que otro par de copas o la cuenta, “¡ah la gran vos, mirá!, ¿todo eso consumimos?”. Por fin, en mi mesa alguien pidió alitas de pollo para acompañar a nuestro veintiúnico tarro, que parecía interminable. Tardaban en llegar pero mientras, pasaba ella enfrente una y otra vez. Era menuda, delgada, de pelo largo, pies y manos pequeños y amplia sonrisa. No usaba maquillaje. No era bonita, pero tenía un aire atractivo. Me veía de reojo cada vez que pasaba, bajaba un poco la cabeza y sonreía. Sabía muy bien que esa combinación de shorts y camiseta ultraapretada y ultraescotada la hacía verse exquisita. Pasaba, se detenía un instante frente a mi mesa y reanudaba la marcha a toda velocidad, como si el tiempo se le fuera a terminar. Al fin de las cansadas llegaron las tales alitas, doradas, como su piel, pero para nada tan tersas. Eso sí, igual de crujientes, así la imaginaba. Cuando se iba, caminando rápido, los shortsitos se le subían un poquito más. Entonces, la parte del muslo que se une con la nalga parecía el doblez de la alita, ofreciéndose para ser devorado. Al morderlo sentía como si la envoltura de barbacoa fuera el uniforme de la chica. Eran como ella, oscuras por encima, blancas por debajo, suaves, pero firmes, exquisitas, deliciosas pero potencialmente intoxicantes. La noche seguía su curso, la chica seguía pasando y el deseo me inflamaba cada vez más. Por fin tomé la decisión: la esperaría fuera, en el carro. Procedí a afilarme los colmillos, esconderme bien las garras, usar colirio para ocultar los ojos rojos y aplicarme un poco de perfume para disfrazar los hedores del día. Y listo. Listo para seducirla como todo buen macho. El aire nocturno era pesado, caliente, a pesar de que las luces ámbar mitigaban un poco ese ambiente. Bajé del auto, para sorprenderla, para que me viera al lado de mi flamante nave. Dieron las 12:00 en punto. Un rato después salió vestida de civil, aún más seductora que con el uniforme. Vio hacia donde la esperaba, según yo, y su rostro se iluminó con una sonrisa inocente, de gran alegría. Sí me pregunté por qué, si al fin de cuentas no la conocía. La respuesta fue una bruta sorpresa. Otra chica, salida de la nada, de la noche, la asió por la cintura, le besó el cuello y enrolló su brazo con el de ella a la vez que inclinaba la cabeza hacia su hombro. Después, retozando, se fueron a un parte del parqueo imposible de ver desde donde me encontraba. No tuve opción, encendí la nave y enfilé hacia La Antigua por la Roosevelt. Tal vez eran muy grasosas o estaban mal preparadas, el asunto es que la alitas me cayeron mal, me cayeron de patada.

jueves, 14 de mayo de 2009

cuarta entrega: infatiles cn

Payo

Por Claudia Navas

Mi abuelo es un viejo, un viejo pelón que huele raro.
Mi abuelo siempre lleva una cámara de fotos, siempre me lleva con él al correo y sube las gradas y busca en una caja que tiene llave muchas revistas y sobres.
Mi abuelo se la pasa en el jardín de la casa sembrando semillas, cuando se da la vuelta yo las saco con los dedos y las guardo en la bolsa de mi pantalón, cuando pasan los días se rasca la cabeza, no entiende porque no nacen los vegetales, yo me río.
Mi abuelo lee mucho, siempre tiene un libro con él, cuando se duerme se le cae de las manos, y los lentes se le resbalan por la nariz respingada.
Mi abuelo es muy religioso, se bautiza cada cierto tiempo en una iglesia distinta, a mi me gusta, me compran ropa nueva cuando esto ocurre y mi papá nos lleva a comer a un lugar diferente.
Mi abuelo está loco, mi papá lo quiere más que a nadie, no, más que a nadie no, me quiere más a mí.
Mi abuelo vive con nosotros, yo preferiría que mi abuela viviera en la casa, yo soy como ella, pero ella no llega cuando él está ahí.
Mi abuelo me lleva al circo y al zoológico, me compra algodones y chupetes duros.
Mi abuelo tiene una amiga en el circo, yo lo vi hablando con ella, ella es muy pobre, sus medias están rotas y vive en un carro junto al circo y los animales, ella es linda, pero ha de llorar mucho, porque la pintura de los ojos le mancha más allá de los párpados.
Mi abuelo es un tipo extraño, es viejo, ronca y abraza fuerte.
Yo no lo se aún, pero dentro de algunos años voy a parecerme mucho a él, aunque ahora no me guste.
Mi abuelo es un viejo, un viejo pelón, que huele raro.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Urgen temas y para otras cosas

Creo que necesitamos más propuestas de tema para poder abrir la encuesta para el lunes 25. Por cierto, no se quien ha votado las últiomas dos veces cuando en el título de la encuesta dice claramente No votar todavia... Si sólo es uno lo puedo arreglar, pero mejor que se aguanten hasta que diga "Voten Pues" o "Voten ya".

quinta entrega: El Extranjero, if

Entre el sueño y la esperanza
Por Ivonne Flores

"Paladium, tenis para campeones te ivita a participar en el concurso "Todos por Africa". Solo compra tus tenis Paladium y busca el cuestionario en el interior de la caja, contéstalo correctamente y envíalo a nuestras oficinas. Si resultas sorteado ganarás un safari en Kenia para dos personas con todos los gastos pagados. Apresúrate, usa Paladium y sé un ganador".

Repetí por enésima vez en mi cabeza el comercial de televisión que había visto unas semanas antes, mientras compraba una bolsa de chicles para revenderlos luego en las calles. Quería juntar lo más rápido posible el dinero que me faltaba para comprar mis Paladium.

Mi mamá etaba muy contenta por mi cambio de conducta desde que empezó el ciclo escolar porque mis notas eran perfectas y porque últimamente empecé a ayudar a los vecinos a limpiar sus jardines a cambio de unas monedas, además de mi negocio de chicles. -Ernestito es el ñejor de los hijos, tan estudioso, tan responsable y buscándose su independencia- decía mi mamá con cierto orgullo. Pero ella no sabía que todo eso era producto de mis sueños secretos, de Eva.

Eva era mi maestra de cuarto grado. Desde el primer momento en que la ví entendí que la belleza del mundo emanaba de sus cabellos negros, de sus palabras precisas, de sus hombros redondos que no sé por qué me daban tantas ganas de morder despacito. Cada día en la escuela mi atención estaba fija en ella. Yo absorbía cada una de sus palabras y de sus movimientos y me regocijaba con su risa de lluvia. Eva me decía que yo era un niño muy tímido y callado pero yo no era tímido, yo era suyo. Por eso resultaba tan fácil tener buenas notas: la extensidad de mi mente estaba ocupada por ella.

Cuando vi aquél comercial de televisión fué una revelación para mí, entonces comencé a trabajar para mis vecinos, a vender chicles y a rezar y rezar cada noche para reunir dinero para comprar mis Paladium. Aunque nadie me había enseñado a creer en ningún dios, aquellos días fueron de fé y milagros. El dinero que me faltaba lo conseguí cuando se me cayó el último diente por mudar. Corrí a comprar mis tenis, los saqué de la caja, encontré el cuestionario e hice un plan: Le pediría a Eva que me ayudara a contestarlo, pero como yo sabía que en cuanto la viera no podría hablarle con fluidez, le escribí una carta donde además de perdirle su ayuda le propuse ir conmigo a Kenia si yo ganaba el concurso.

Salí corriendo a su casa. Esa tarde llovía y mi única preocupación era que no se mojara mi carta, su carta. Cuando llegué deslicé el sobre bajo su puerta, toqué y salí huyendo tan apresurado que casi me atropella un coche amarillo que se estacionaba frente a la casa de Eva. No me detuve seguí corriendo y así empapado de lluvia me metí en mi cama. Pasé la noche más larga de mi vida preguntándome cosas como: "¿Verá Eva la carta?, ¿Entenderá mi letra?, ¿Será que se me olvidó poner mi nombre?, ¿Que tal si piensa que es una broma?, ¿Y si se enoja?, ¿Y si no quiere?, ¿Y si le dan miedo los leones?..."

El día siguiente estuve angustiado y ausente, por primera vez no entendía lo que decía Eva. No comí durante el descanso y todo el tiempo tuve la sensación de vomitar. Un poco antes de que sonara el timbre que anunciaba la salida de clases de aquel viernes, frente a todo el grupo Eva me miró detenidamente y me dijo: " Ernesto, te espero el domingo en la mañana en mi casa para que resolvamos el cuestionario." Primero sentí un impacto tremendo, una patada de alegría en el estómago luego vértigo. Alguna chica curiosa de una fila de atrás preguntó:

-¿Que cuestionario maestra?-

-Es que Ernesto y yo estamos planeando un viaje al extranjero.-Contestó.

Sonó el timbre y salimos de clases. Esa tarde no cabía en mí de felicidad, hice y deshice una lista de cosas que nos podrían servir en Kenia para el Safari: cepillos dentales, chocolates aunque si hacía mucho calor se podrían derretir, binoculares, sopas instantáneas, repelente de insectos, tal vez algún libro de poemas...

Por la noche soñé mucho, intensamente: Eva montada en un elefante, Eva asustada por los leones, Eva mojando sus pies en un charco, Eva durmiendo junto a mí bajo el cielo africano, mis labios besando a Eva...Al otro día desperté sintiendome hombre.

El sábado mis pensamientos fueron todos para ella. Sus palabras seguían zumbando en mi mente como abejas haciendo miel en mi cabeza y esa noche no dormí esperando la siguiente mañana para verla, para adorar otra vez sus ojos.

El domingo muy temprano salté de la cama, me puse mi mejor ropa y por supuesto mis tenis Paladium. En cuanto fué posible me fuí a su casa sin correr para no estropear mi cabello que había peinado cuidadosamente de raya de lado. Mi corazón latía tan fuerte que casi no podía respirar, llegué a su casa y toqué a la puerta. Mientras esperaba me di cuenta de que mis ojos no podían enfocar bien, sentía que todas las cosas danzaban a mi alrededor y el tiempo transcurría increíblemente lento. Volví a tocar dos tres, cuatro, cien veces más. Me quedé ahí mucho tiempo sin saber qué hacer luego desconsolado me fuí llorando a mi casa.

Al día siguiente en la escuela esperaba verla, seguramente me diría que todo estaba bien y que había tenido algo imprevisto que hacer. Pero Eva no llegó. En el salón todos nos preguntábamos por ella hasta que llegó otra maestra y nos dijo que Eva no vendría más porque había decidido de pronto irse a vivir a otra ciudad con su novio. Lo último que se supo de ella es que él se la había llevado muy lejos en su coche amarillo.

martes, 12 de mayo de 2009

quinta entrega: El Extranjero, qm

La hielerita

Por Quique Martínez Lee


A Maria Teresa le llamó la atención el “Gringo” desde la primera vez que lo vio. No fue una cosa exagerada, sino más bien como una curiosidad acentuada. Era común ver pasar turistas en la calle, igual y éste no se diferenciaba mucho de los otros. Cabello medio largo, aunque no a propósito, sino como que esperaba regresar a su tierra para cortárselo y ya hacia algún tiempo de que había salido de ella. No rubio, pero lo suficientemente claro como para que en el pueblo le dijeran “canchito”. Pantalón flojo de algún color polvo, más por lo percudido y sucio, con muchas bolsas para meter quién sabe qué. Morralito y chancletas que somataba medio arrastrando los pies por la banqueta. Los carcañales blancos, resecos y pellejudos de callos contrastando lo suave de su cara sin arrugas y pelitos dorados. La cuestión fue, y era por lo que le llamó la atención a Maria Teresa, que el Gringo este andaba siempre aparte con una hielerita roja.

-¿Y para qué chingados querrá el Gringo ese la hielerita? –se preguntaba. Pero igual después se le olvidaba, porque no era que le hubiera impresionado tanto así. De todas maneras al día siguiente pasaba el canchito como desentendido otra vez enfrente y otra vez le entraba la curiosidad.

Y digo así “como desentendido” porque bien que algo se traía, porque desde el primer día que pasó se dio cuenta, no de Maria Teresa, sino de su puesto. Porque ella tenía una mesita así armada en la calle, cerca del mercado, donde vendía cosas típicas. Y pasó entonces viendo qué era aquello tan bonito, lleno de gente, con su mantel estampado de peras y manzanas y uvas, y sus palanganas gigantes de plástico brillante que escondían entre un montón de trapos de bordados de colores algo que emanaba humo y un aroma cada vez que levantaba el plástico o la tapadera que lo cubría. Y pasaba el Gringo con su hielerita de ida en la mañana, cuando estaba Maria Teresa sirviendo el atol de plátano, con un cucharón de peltre agarraba la medida y luego echaba ese líquido espeso y amarillo que olía a rapadura. Y venía de regreso en la noche, cuando ya había encendido las candelas que ponía en botellas de Coca Cola llenas de cera y estaba adornando las tostadas con perejil picado y cebolla en rodajas y espolvoreaba con los dedos el queso seco desde arriba y el Gringo miraba con su hielerita como caía en el guacamol y en la remolacha y en la mitad de salsa y la mitad de frijol, pero no se animaba.

No se animaba pero pasaba despacito y miraba como de reojo, seguro se le hacía agua la boca. Despacito y hacía como que se le había trabado la chancleta, y se hincaba en la calle y se quedaba oyendo. Y repetía en la cabeza el nombre de la comida y practicaba y practicaba. Hasta que una noche, cuando venía de regreso, agarró valor. Y pasó. Y puso en el piso la hielerita roja y dijo en un español repracticado que quería una doblada por favor. Pero el problema no era el nombre de la doblada porque el canchito no sabía cuál de todas las cosas que allí servían se llamaba doblada. Sino el problema vino cuando le preguntaron las opciones: que si de carne, que si de pollo, que si de papa, que si con repollo, que si con curtido, que si con todo. Y el pobre Gringo al azar fue respondiendo que sí que no porque no entendía y al final Maria Teresa le sirvió una doblada de carne sin repollo pero con un montón de chile y todos en la mesa lo miraban.

Cuando el Gringo levantó el platito de plástico con el dibujo de un conejito dándole un tulipán a un ratón, todos con ansiedad sentían que ellos lo estaban haciendo. ¡Qué chistoso era ver a un gringuito comiendo dobladas! El canche agarró con una mano un extremo de la doblada y ¡huy! que se le rompe la punta y se le queda en los dedos. Y qué emoción la de todos viendo cómo se saboreaba el gringo la dobladita, y agarra la puntita y la moja en la salsita y todos abren la boca como cuando uno le da de comer a un bebé y uno siente que es uno el que está comiendo. Y aaaaah que se mete el pedacito embadurnado de chile.

El pobre canche empezó a cambiar de color. Primero se puso rosado, empezó a hacerse el machito y seguía masticando. Tanto quería su doblada que no había tenido tiempo de pedir de tomar. Y como todos lo miraban no decía nada. Y luego tenía más color en las orejas, y sentía que los oídos se le destapaban. Y los ojos le empezaron a llorar y el pobrecito rumiaba el pedacito de doblada temiendo tragársela. Los demás en la mesa se aguantaban y se aguantaban hasta que la Marisol suelta la carcajada. La soltó sabrosa como un estornudo que se ha perdido varias veces, y dicen todos atrás a reirse. Y la Maria Teresa que se va poniendo como la chingada.

-Bueno partida de imbéciles, mejor dejen de reirse y ayúdenlo –les gritó enojada pasándole un vaso de agua shuca con la que lavaba los trastos y el Gringo que ya no podía fingir más hombría casi se la arrebata y agarra el vasito de flores como que viniera del desierto hasta el fondo entre las burlas de todos. Sólo pudo respirar de nuevo y el canche sacó de la billetera típica el billete más grande que tenía para no esperar el vuelto, agarró su hielerita bajo el brazo y se fue muy digno él caminando chancleteando la banqueta.

Pasaron los días, y el gringo como que agarraba otro camino para no pasar frente a María Teresa. Pero igual y ella ni se acordaba, como el canchito no era tema. Pero un día estaba sentada en su casa, era sábado, me acuerdo, porque había hecho tamales. Viendo a Don Francisco. Alistándose para ir a poner el puesto de la noche. Cuando le tocan el timbre y ¡zas! que era el gringo. Con su hielerita por supuesto.

-Buenas tardes –dice con esa voz que sólo se había oído cuando pidió la doblada. El español era medio cortado, de plano que tenía acento extranjero porque en primer lugar era extranjero. Pero tenía como un castellano aprendido en España, porque hacía diferencia entre las ces y las zetas y hacía como el cantadito de Corazón Corazón. Bueno, le dice buenas tardes, y Maria Teresa le contesta igual. Que cómo está y parece que el canchito no se acordaba de María Teresa o se estaba haciendo el loco por el clavo que pasó con la mentada doblada. Que si podía pasar adelante.

Resulta que el Gringo trabajaba en una ONG que le dicen. Parece que estaba haciendo un estudio de nutrición o algo así, igual y no tenía muy buen español y no se le entendía o usaba palabras muy complicadas que la Maria Teresa no ponía mucha atención, y estaba recogiendo muestras.

-¿De qué? –pregunta María Teresa.

-De heces –le contesta.

¿Que de qué? Y viene el Gringo y le dice a la María Teresa que andaba de casa en casa pidiendo muestras de popó para hacer unas pruebas de un estudio. ¡Muestras de caca! Y le pide a la María Teresa que le de una. Y la pobre no hallaba ni qué hacer, ni qué cara poner. Porque abre el hombre la hielerita y saca un frasquito de vidrio como de compota, y supuestamente tenía que agarrar mierda con una paletita y echar unas dos cucharadas. Y qué le decía la mujer, si la agarró de la nada. Ella allí distraída y pasa un hombre pidiéndole que cague en un frasco.

Entonces María Teresa agarra el frasco y se va para adentro, pero en vez de ir al baño se va a la cocina, que igual y quedaba a la par, no era casa muy grande. Y empieza a ponerse roja, primero de vergüenza, luego de enojo. Y los ojos le empezaron a llorar de las ganas de agarrar al gringo ese del cogote. Luego se sintió vulnerable, más humillada que cuando le bajaron el pants en la primaria en la clase de física enfrente de todos. Entonces se echó a llorar.

De repente entra el Carlitos, su hijo, y la ve llorando, y le pregunta que qué le pasaba. Ella sin decir nada se voltea, agarra el frasco, lo destapa y se va a la estufa y agarra una cuchara y empieza a echar chile. Dos cucharadas.

-Andá allá afuera y llevale el frasco este al Gringo que está esperando allá afuera. Decile que eche esto en la hielerita y que se lo lleve y se lo restriegue por donde mejor le caiga. ¡A ver quién lo va a defender la próxima vez que se enchile!

lunes, 11 de mayo de 2009

quinta entrega: El Extranjero, le

El extranjero reload

Por Lucía Escobar

- Imagínate. Me dijo, saturando de humo canabico la habitación. Es de esos imbeciles que nunca terminaron de leer El extranjero ni porque era lectura obligatoria del colegio.

Vi como sus ojos almendrados se dirigieron justo al enjambre de estudiantes que pasaban bajo el balcón. Deseé con todas mis fuerzas que ya fuera una realidad el Internet en los lentes de contacto para encontrar en la red la respuesta perfecta para contestarle sin titubeos.

- Recuerda que el existencialismo de Camus solo es el reflejo de la descomposición social y el absurdo que nos rodea, eso hubiera contestado con tono erudito de haber contado con cinco segundos para googlear “El Extranjero” El tiempo justo que utilice para buscar con la mirada un cenicero, tirar las cenizas del porro y decir la tremenda estupidez que en realidad salio de mi boca:

- Que inculto, con lo fácil que se lee, yo leia como cincuenta paginas diarias dije con un tono tan falso que un gallo también cantó de mi boca.

En ese momento recordé que entre menos hablara menos posibilidades tenia de de meter las patas, y mostrarme ante Amaranta como el estúpido inculto que realmente era.

Yo la admiraba de una manera vergonzosa, rastrera y terrible. Pero que podía hacer, si siempre he sido un hombre frágil, cien por ciento influenciable y dependiente de mis relaciones. Y ahora, Amaranta, representaba lo que siempre quise ser, lo más parecido a un gurú en nuestra vida... Y digo nuestra, porque no era sólo yo, si no también otros 3 o 4 chicos, los que llegábamos a visitar a la argentina, al ático de su apartamento de la zona 1, zumbando todos a su alrededor con la excusa de la poesía cuando lo único que en realidad buscábamos todos era una noche a su lado.

Antes de que Amaranta se diera cuenta de mi tonto comentario, sonó el timbre, y caso al mismo tiempo aparecieron por las escaleras todos; el Letras, Poeta Hérido y el Infant Terrible.

La rapidez con la que subieron me hizo temer que efectivamente, el Infant Terrible hubiera conseguido las llaves del apartamento.

Amaranta los saludo, con un movimiento salvaje de cabeza y se soltó su hermoso pelo negro, lo que sentí como una tremenda provocación sexual y dijó con un tono de voz mas dulce que el que había utilizado segundos antes conmigo:

- Estábamos hablando de Camus, un poco de existencialismo francés y de ese antihéroe por excelencia que es el señor Meursault, de la pasividad y el escepticismo con que hace frente a todo, incluso a su propia muerte.

Al escucharla, me sentí realmente importante, si ella era capaz de ver mis titubeos intelectuales de esa manera, podría haber una luz al final de mi túnel. Sus palabras me dieron fueran para lanzar al azar, un comentario atrevido:

- Si, pensaba ahora mismo que no deja de ser un antihéroe al estilo del de El Túnel. Aunque Sartre, dista mucho de Camus ¿Quieren cerveza? Yo pongo un litro, apresuré a decir para evitar que se dieran cuenta de mi confusión entre Sábato y Sartre.

- Yo traje la mota la vez pasada y lo papos, así que no pido ir a la tienda, exclamó el Poeta herido.

Con la sabiduría y seguridad que le conferíamos todos, Amaranta revolvió entre su bolsa, sacó algo de dinero y sentenció

- No, nada de cerveza barata, hoy es una noche para celebrar el arte universal, tomaremos vino y uno fino, compren dos botellas. Tendremos una cena a lo francesa. Y tú, exclamó mirándome directamente a los ojos, de hoy en adelante, ya no contestaras jamás al nombre de Fernando. De hoy en adelante serás Mersault.

- Mersa que? Dijimos todos al unísono.

- Mersault, el personaje que encarna ese sentimiento de profunda apatía por todo lo que le rodea ostentando una actitud fría y despiadada ante la muerte de su madre. ¡Seguimos hablando de El extranjero!.. ¿es que ninguno de ustedes sabe estar a la altura? Dijó casi con un grito mientras prendía un cigarro con tal furia e intensidad que pensé que se lo acabaría de un solo jalón.

La actitud de Amaranta era tan imponente, que ninguno de los poetas se había sentado sino que seguían en la puerta como esperando saber cual era la orden definitivita que daría nuestra maestra de literatura. Desde hacia algunas semanas, llegábamos a ella todos los viernes, con la excusa de platicar, leer y enseñar nuestros textos mientras Amaranta nos guiaba por el camino de las letras. Los apodos, todos los había puesto ella, y ninguno se atrevió a contrariar sus ordenes.

- Bueno, ustedes se van el por el vino, mientras nosotros seguiremos leyendo un poco más, dijó dirigiéndose fríamente a ellos, mientras se sentaba el sillón y con movimientos dulces le pegaba al asiento libre a su lado, mientras me llamaba con a mano hacia ella.

Sentí el principio de una erección bajo mi pantalón y me senté a su lado, disfrutando claro de la existencia.

Amaranta cogió el libro, una edición muy antigua en francés, lo abrió al azar y leyó con una voz como de ángel a medio orgasmo, algo que no entendí en absoluto pero que sonaba a fresas con chocolate a pezones erectos:

- A ver, te traduzco mi tontito Mersault: y comenzó a leer pausadamente para mi:

Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar. Si era lo único que tenía…

En ese momento supe que era mía, mía, aunque sea por un rato, por un tiempo… pero porfin podría decir que me había cogido a una extranjera…