domingo, 28 de junio de 2009

onceaba entrega: cuentos de perros, QM

Conversaciones con Dios

Por Quique Martínez


No es fácil eso de ser el Diablo. Para vos todo es regalado, tenés gente preparada que te ayude. Además vos con eso de la omnipresencia estás en todo, pero yo, no estás para saberlo ni yo para contarlo, para andar supervisando a toda la bola de tarados que tengo trabajando me lleva la gran diabla (que me oiga mi mujer). No te riás. A ver te explico.

Antier estaba yo feliz a punto de cenar, mi esposa me había recalentado una carne guisada del almuerzo y me la había servido con frijolitos parados y tortillitas recién tostadas en sartén. Estaba a punto de echarme el primer tenedorazo cuando entra Adirael. Ya sabés vaa, así mulón caminando con joroba, siempre con prisa, como que lo andan corriendo. Entra con un legajo de papeles y a mí sólo de verlo se me va el hambre. En primer lugar me cae re mal que me anden mamoneando. Yo ya sé que soy el rey de las tinieblas y bla bla bla, si mi mujer me lo anda reclamando en cada pelea que se inventa. Por qué no van al grano, digo yo. Luego de todos los adornos y que mi señor y que su majestad y no sé que otras cosas, logro que escupa lo que se trae.

Resulta que mandaba a decir mercadeo que estábamos bajos en Guatemala. ¿Cómo así? le digo yo. Porque yo me había pasado yendo por lo menos un día a la semana los últimos meses a ver las cosas allí. Pues no mirás que las encuestan dicen que ahora yo me dedico a la gente de pisto nada más. A la gente de poder. Y esos ineptos me van a venir a decir a mí cómo trabajar. Porque las entradas son más fuertes con ricos, no ven que ellos se pasan arrastrando siempre a otras personas. A qué hora me dedico yo al vulgo. Si los pobres igual y van a ir a dar conmigo. Pero no, ahora también hay qué tener popularidad. Si no soy actor de novela, digo yo.

Va, para hacertela corta, resulta que en marketing está de moda eso de regresar a lo “básico”. Entonces para llegar a más gente tenía qué hacer cosas más “sencillas”. Para estas ya mi mujer estaba en la puerta de la cocina con los brazos cruzados con una jeta de aquí al cielo. En resumen, lo que querían era que prestara más atención a las leyendas populares. Leyendas populares. Entonces la cosa estaba en que yo fuera -porque lo tenía que hacer yo verdad, nadie más podía- ya sea de Siguanaba, Sombrerón, Cadejo, qué se yo. A mí de mujer ya no me hace vestirme nadie, eso lo hice en la U y ya pasó, y de Sombrerón no estaba tan mal pero también andar enamorando patojas me consiguió una semana de dormir en el sofá. Así que el menos peor era el Cadejo. Entonces le pregunto que cuándo, y me dice que mi agenda estaba llena, que tenía que ir en ese ratito.

Me había tomado el trabajo de echarle a mi cena la cantidad exacta de chile como para que picara sabroso, así que se sintiera el sabor bien balanceado de la comida y la sazoncita del tabasco, pero suficiente como para que quedaran calientes los labios después del primer bocado, y no muy quería dejarla. Cuando entonces mi esposa somata la puerta del cuarto. No me hizo mucha gracia, pero igual y ya me había conseguido clavos, mejor me iba en ese ratito, salía una hora y todavía la contentaba antes de dormir.

Me da una dirección el Adirael y me voy pues al bar “Mi Cielo”. Llego yo convertido en un perro grandote. Lindo. Negro, negro. El pelo brillante, las orejas paraditas, patas pesadas, los ojos rojos como a mí me gustan y cola peluda, meneándose al viento. Medio había dado tres pasos cuando siento una cosa helada en el culo. Volteo a ver y un chuchito quishpinudo y jiotoso me estaba oliendo. Me voy poniendo para balazos y de un solo guau lo mandé corriendo asustado que casi se choca con un chara que estaba tirado en la acera.

Ya estaba. Sólo tenía que ir con el bolo ese, lamerle la boca, acompañarlo a la casa y ya me lo había ganado. Al final me convierto en algo así horrible para que se cague y después él se encarga de contárselo a los otros y yo me regresaba a meter mi cena al micro.

Entonces me voy acercando muy casual, así como quien no quiere la cosa, y cuando ya estaba a un par de pasos me cae un chipotazo en el hocico. El muy cabrón me había visto venir y me había tirado una botella vacía que tenía a un lado. Me dio tan duro que casi me bota los colmillos. Y me quedo yo quieto un rato, con la cabeza para abajo para que se me olvidara. Cuando oigo un Cs-cs-cs-cs.

En la puerta del bar estaba un mujerón. Pero qué te digo, ¡una señora puta! Divina. Morena de melena colocha, larga, así alborotada. Estaba agachada y del escote se le salían unas tetas… ¿cómo te explico? Caídas del cielo. ¿Me entendés? Me estaba llamando, se sobaba con el pulgar los deditos medio e índice. Cs-cs-cs-cs. Las uñas coloradas como sus labios carnositos. Olía mal pero olía bien, como a una mezcla de rosas y lavanda con pescado. En la otra mano tenía un pan con miel. Hay algunas cosas que ya uno convertido en perro no se puede resistir, como orinar en los postes, oler la caca del pavimento o la comida que te da un extraño. Y más si era un extraño como ese. Entonces yo agarré mi mejor porte, me paré derechito, caminé, abrí la boca, saqué los dientes y a punto de agarrar el pan estaba cuando ¡Juaz! Siento una mordida en la pata.

¡Verdad Chucho serote que me querías morder! Me dice el bolo. ¡Pues pa que mirés lo que se siente! Y ¡Juaz! Me pega otra mordida. Mis ojitos coloraditos, te juro que se me llenaron de lágrimas. Seguro que las caries le habían afilado la dentadura al tipo ese porque sentí que tocó el hueso. Logré zafármele como pude y salí corriendo por donde el otro perro se había ido.

Me regresé a la casa y te podrás imaginar que le habían echado tranca a la puerta. Y yo con la canilla sangrando. ¡Mi huevo que le iba a hacer a las leyendas otra vez! Mejor me quedaba con mis políticos y empresarios que igual y siempre le dan un traguito a uno. ¿Te das cuenta? Ser el Diablo no es fácil.

sábado, 27 de junio de 2009

onceaba entrega: cuentos de perros, CZ

El Güero, los gringos, El Negro de la 16 de Septiembre y la madrugada Sancristobalense
Cristina Zuleta
El Güero andaba por el centro, cerca de la Catedral de Santo Domingo cuando se los encontró. Eran otros dos güeros como él,
pero no de su especie, caminaban a dos patas y no paraban de hablar; eran de esos con los que cohabitaba en los momentos
de hambre y juego, de acompañar a una solitaria o asustar a algún distraído volviéndolo de un ladridazo a una realidad entre lo urbano y lo
pueblerino. Además, estos dos eran gringos, chance y acaban de llegar y le daban alguna sobrita de su botana de viaje.
La noche, màs aun la madrugada, eran el momento del Güero, estaba lleno de energía para conseguir más energía materializada
en alimento.
-¡Chale!- Se dijo el güero - Cómo me ruge la tripa.- Se les pegó a los gringos que iban en un plan de cortejo de los más gastados que hubiese presenciado el perro color oro semióxidado. Los siguió en tono juguetón y con cautela, porque sabía la neta de lo que sentía y pensaba la gente de los callejeros como él. No quiso asustarlos y los miró a los ojos en silencio moviéndoles la cola cual bandera blanca en son de paz. Ya el callejero estaba entrenado, por si mismo y la experiencia de vida, en socializaciones de este tipo. No se le asustaron
e intrepretaron su aparición nocturna como una señal positiva para su encuentro, en el que habían aprovechado todo un día de viaje
y encierro juntos para conocerse. A este punto de la noche, ya habían coincidido en el lugar de hospedaje, la comida, los lugares visitados y los libros leídos. -¡Ay, esta gente cuándo cambiará la estrategia o irán al grano!- Se tomó un momento de la atención forzosa que le daba a su estómago para reflexionar en esto. Pero al final todos estos detalles le daban igual porque sabía que al final la noche terminaba más o menos en lo mismo. Tan pronto como los tres amigos entraban en confianza y la gringa estaba a punto de sacar la botana para el Güerito, se aproximaron a un callejón que parecía tener un guardían, un perro de esos guerreros y plena forma, claro está, con aires de grandeza sintiéndose el dueño de la calle. Se aproximo el "Negro de la 16 de Septiembre" trotando como poseido por su instinto terrenal y que agarra al Güero desprevenido y se le tira encima por detrás y suelta al mismo tiempo un ladrido gruñon. El arremetido en puro reflejo automático le lanza una mordida a la oreja izquierda, doblando el cuello y tomando impulso de la pierna de la gringa para girarse hacia El Negro, pero no alcanza. La gringa se asustá y grita, el gringo también se asusta pero convierte el grito en valentía con un ¡Eeeeh! Seguido de una pizada fuerte y sonora y un efusivo movimiento lateral de cabeza. El Negro se aleja, pues si le da miedillo el gringo y el grito de la gringa más, pero sigue gruñendo entre dientes y mostrándolos. El Güerito no le hace mucho caso e intenta pasar desapercibido caminando normal pero mirando de reojo... La pareja aprovecha para seguir a su amigo y tomar la misma actitud pero el viajero regresa
repentino con otra pisada fuerte y otro grito de ultimatum. Siguen caminando, todos estan agitados y dos cuadras después se detienen a tranquilizarse. El Güero retoma el aire jugueton, como recordando algo que no le fue entregado por culpa del apestoso ese de la 16 de Septiembre. Ella sonrié y se lo da seguido de mucha caricias y cariños en inglés, cabe recalcar que al canino le daba lo mismo el idioma.
Los acompañó hasta el Hostal Los Camellos como agradecimiento. Y siguió su andar hasta la tranquilidad oscura y fantasmal del Mercado Municipal a la 3 de la madrugada.

viernes, 26 de junio de 2009

onceaba entrega: cuentos de perros, og

El Ritual

Por Orlando Gutiérrez Gross

Desde que entraron a casa, presentí que sería otra de esas noches.

Cada vez que “olían” eso, se ponían raros. No lograba entender que era lo que les hacía, pero el olor que llegaba a mi nariz, era feo.

Siempre era el mismo ritual, lo ponían en un plato y se sentaban a platicar, al rato se quitaban la ropa y los veía acariciarse. Eso me gustaba, porque estaban jugando y podría participar, pero apenas me acercaba, me rechazaban.

Después de un rato pasaban al cuarto y él se le montaba a ella, como hago con mi almohada. Al día siguiente me dejaban entrar en el dormitorio, pero ese “olor” inundaba el ambiente. Cuando les quería dar un beso en la boca o nariz, el olor a cloro era espantoso.

No me gusta que inhalen cocaína.

Chantaje emocional

Por Orlando Gutiérrez Gross

Todo empezó un jueves en la mañana, cuando me sacaron de la jaula y entré en un lindo apartamento. Mi nuevo dueño tenía cara de asombro, me hablaba anormal, con voz pitoreta, tan aguada que molestaba mis oídos.

Los días pasaron y me acostumbraba más y más a la nueva casa. Ya había entendido que si no orinaba donde ponían papel, me zampaban una nalgada. No tenía permitido subirme a la cama, en cambio, me tenían una en la lavandería.

Considero que soy un perro bien portado, con un par de defectos, pero ¡por Dios!, ¿qué can no tiene defectos?

Cuando mi dueño salía de casa y tardaba mucho, sentía placer en jugar con sus zapatos, el olor natural a él entraba por mis fosas nasales, y me intoxicaba. Me alegraba. Me sentía fuera de este mundo. Morderlos con los dientes, tirarlos para arriba, oír como caían y los volvía a agarrar, era todo un deleite para mí.

La primera vez que pasó, me regañó fuertemente y me dejó en el patio todo el día. Mis chillidos no surtieron efecto, así que decidí volverlo a hacer en venganza. Esto se había convertido en un ritual y hasta cierto punto los dos los disfrutábamos.

Un buen día llego una mujer a su vida, poco a poco se fue afianzando en la casa, hasta que llevó ropa, zapatos y se quedaba a dormir. La odiaba, cada vez que la veía sentía como el corazón me latía a mil por hora y además, le hedían los pies. Entonces decidí dejar los zapatos de él, y ensañarme con los de ella. El olor me intoxicaba, pero no de placer. Le destruí todos los zapatos que pude y toda las pertenencias que podía alcanzar con mis dientes. Hasta que un día escuché como ella le decía:

-¡Decide!, o el perro o yo-

En ese momento puse la cara más triste que se puedan imaginar, y me eché a los pies de él.

-¡No me hagas esto Karla, entiende!-

-¿Entender qué? ¡Es fácil, o él o yo!

Nunca más la volví a ver y en agradecimiento no mordí sus zapatos nunca más.

miércoles, 24 de junio de 2009

onceaba entrega: cuentos de perros, i

1)

Racionamiento antropológico

Por Ixmucané

Él le dijo “perra” y de una bofetada la tiró sobre la cama. Ella alcanzó a gritarle “eres un cerdo” antes de que se oyera el portazo con el que Él abandonó la casa. Fifí no entendía nada de lo sucedido, pero luego recordó que alguno de los perros del parque le había dicho que los humanos no tienen el olfato tan desarrolado como los perros. “Será por eso que a veces no se reconocen entré sí”, pensó. Orgullosa de haber encontrado una explicación racional para lo sucedido, trepó a la cama de su dueña para consolarla.


2)

Teología Perruna

Por Ixmucané

Los perros, como sus parientes los lobos y los coyotes, son adoradores de la diosa A-U, creadora de todas las especies que existen y existieron en la Tierra. Según la mitología canina, hay por lo menos una deidad encargada de proteger a los seres de cada planeta. Al planeta Tierra, según esta creencia, le ha sido designada la diosa A-U, o sea a la luna, como diosa protectora que la rodea con su presencia (‘U’ significa ‘dios’ en el idioma perruno). Los seres caninos tienen la creencia de que una noche al mes, o sea en las noches de luna llena, la diosa A-U descubre su bello rostro para que todos los seres terrestres le rindan homenaje y le canten alabanzas.

Para el común de los mortales, el rito a la luna llena no es más que una repetición monótona del nombre de la diosa, que podría hacer las veces de mantra. Sin embargo aquel que se toma el tiempo y la paciencia de escuchar con atención estos conciertos nocturnos, podrá observar que existen variaciones en la entonación y el ritmo, las cuales están determinadas por lo que ese día el grupo quiera decir o pedir a la diosa. Estas variaciones son dirigidas por el líder coral, que es, regularmente, el perro más anciano del barrio.

El canto es la única forma que tienen los perros de acercarse a la diosa A-U. Solo unos escogidos han tenido el privilegio de verla de cerca, entre ellos la tan venerada Santa Laika Mártir, pero ninguno de ellos ha podido disfrutar de su presencia. Los perros creen que los seres humanos son los únicos que han sido recibido el privilegio de presentarse ante ella. Eso lo han sabido los profetas desde tiempos inmemorables y es precisamente por ello que los perros sienten tanto respeto por los seres humanos, a los que llaman con cariño WU-A-U, que quiere decir, ‘bendecidos por la diosa A-U’y les han jurado devoción eterna.

sábado, 20 de junio de 2009

décima entrega: cuentos históricos, i

Independencia
Por Ixmucané

- En lugar de enojarte decime, ¿qué otra cosa podía haberle dicho a los cuates de La Gaceta?.
- Por ejemplo que yo también arriesgué la vida desvelándome con ustedes en las reuniones conspirativas.
- Mooomento, que aquí no hubo conspiración.
- Vaya pues, en las “juntas secretas”, como le dicen ustedes.
- Ajá, ¿y si luego viene el Chepe Porras y empieza a jactarse de las borracheras que se ponía después de cada junta? Tu imagen de madre y esposa ejemplar se va al carajo.
- Pues mirá, si me dan a escoger, prefiero ser héroe nacional, como vos.
- Olvidate, Dolores, lo menos que te dirán será héroe. ¿Ya ves?, fue por eso que mejor les dije que vos estabas encargada de la marimba y los cuetes, para que no se dañara tu imagen.
- Ah, sí, y además vas a querer que te lo agradezca. Vos con la gloria y yo con la marimba.
- Con la marimba de hijos, jajaja.

Doña Dolores Bedoya miró furiosa a su marido, pero no siguió la discusión. Para qué. Al día siguiente iría ella misma a hablar con los periodistas para aclararlo todo.

décima entrega: cuentos históricos, JM

Cara de manatí

Por J. M. Arrivillaga

Era una cálida mañana y la humedad de la selva hacía insoportable convivir con los mosquitos. Sólo a los indios de lugar no les picaban, dicen que por comer mucho chile.

Rodrigo no soportaba el chile. Es más, extrañaba Málaga, el adorable puerto donde nació. El astillero donde su padre trabaja y donde su madre lo crío conformaba toda la experiencia de vida que tuvo hasta antes de su partida.

Pero esa mañana no era nada fácil. Extrañaba a Isabela. Un año antes, postrado por la influenza, la amada lo había llevado a su casa, al final del muro. - Aquí, o te olvidas del astillero o no vas a sobrevivir- le decía en tono amenazante a cada rato. Por toda la ciudad lo buscaban: en las tabernas, donde los amigos, donde cada una de sus pretendidas y nada. Nadie sabía de su relación con Isabela pues el padre de ésta había fallecido en un duelo con Rodrigo padre. Era una relación oculta pero constante.

Durante su secuestro, Rodrigo se recuperó y se convenció de mandar todo al carajo e irse con Isabela a Cádiz.

La amada se iría en dos meses y la oportuna influenza los había convencido de que debían estar juntos. Tenían la invitación de ir a trabajar a ese puerto e Isabela había confirmado su plaza.

Con lo que no contaban, vaya tragedia, era con el disgusto de Rodrigo padre, quien acordó con el almirante Vega una misión para su hijo en las Nuevas Indias. Zarparía en dos semanas y el viaje podría durar el resto de su vida, o su vida el resto del viaje.

El coraje le invadía e intentó fugarse, pero fue detenido en el intento.

Pero esa insoportable mañana no le cabía duda de que nunca volvería. Ya le habían asignado a Juliana Gómez como concubina y una cabaña en las cercanías del castillo de San Felipe del Golfo Dulce. Y sí, era un lugar paradisíaco, a no ser por los mosquitos.

Cuando no se encontraba de comisión y lograba pasar unos días en casa, practicaba un estilo de vida verdaderamente placentero. Ciertos días, como aquel, se deprimía y se ponía a escribir cartas a Isabela y canciones. Pero luego venía Uk'amik y lo consolaba con dulzura. Así le decía Rodrigo a Juliana desde una noche en que regresaba muy cansado y triste de Gumarkaj, donde aprendió entre otras a decir “acepto” en la lengua quiché, “uk'amik”). Esa noche no durmió por acariciar a Uk'amik. La olió y susurró cosas sorprendentes a su oído. Tenía casi un año de no ver a Isabela y por más que Uk'amik había sido aceptada y que se convencía día a día de que no volvería, noche tras noche soñaba largo y exquisito con la amada.

Poco antes del medio día, el encomendado tocó a su puerta:

- ¡Rodrigo Asturias de la Villa! ¡Atención!

- Buenos días mi señor, pase adentro.

- Traigo dos cartas para usted y la orden de mañana. Debo recoger por adelanto su crónica de la comisión a Santiago. Recuerde que al escriba se le dificulta interpretar su puño, trate de ser claro. El lo esperará hasta la noche, pero hágalo hoy. Mañana deberá encaminarse de nuevo a Utatlán, hay seis bestias con correspondencia que distribuir desde allá. Con usted van diez hombres y veinte indios.

- Es una orden mi señor. Por favor, reciba usted la bebida a Juliana que deseo preguntarle algo.

Rodrigo lo condujo al jardín y le hizo seña a la mujer.

- Disculpe mi atrevimiento pero debo ser franco con usted. Cada vez estoy más convencido de que nunca volveré a Málaga y que mis planes para Cádiz deben ser olvidados. Aprendo mucho desde que llegué y veo que en estas tierras puedo alcanzar el poderío y la riqueza. Sin embargo, quiero eliminar de mí la interrogante que cada semana me trastorna el alma y que las oraciones no logran responder.

- Dígame Asturias, que si de algo no se caracteriza mi persona es de intolerancia.

- Solamente quiero saber si usted conoce mi asignación específica y si sería prudente que no me acomode demasiado con Juliana, o si por lo contrario, le entregue mis sentimientos.

El encomendado soltó una carcajada sin el menor disimulo y le bromeó:

- Quiérase decir que nuestro comisionado más joven se complica con el amor.

Rió de nuevo.

- Le ruego discreción – interrumpió el joven con seriedad – hoy no me siento bien.

- Usted me perdonará Asturias, pero no lleva ni un año en comisión. Yo a su edad aún no partía pero ya tenía tres hijos. A usted le conviene no ser tan romántico. Además, deje de pensar mucho en su intimidad con la Juliana. Ella no es para eso. Espérese a formar su carrera y lograr que lo establezcan en Santiago, ya conocerá las criollitas que se crecen por esos lugares, o por Quezaltenango, la Xe Lajuj Noj que ha escuchado en Santo Tomás y Gumarcaj. En treinta años sin ver a mis hijos españoles, me da risa que usted piense en su asignación específica. Sólo con poder se puede volver y ni usted ni yo tenemos poder. Ahora, disfrute su día y cumpla con la ordenanza.

Rodrigo se quedó solo en el jardín. En sus manos, dos cartas empezaban a humedecerse por el sudor. Tomó su sombrero y se fue al río sin querer ver el remitente hasta estar completamente solo.

Al llegar a la peña, se sorprendió de lo esplendoroso del día. Dos manatíes nadaban desvergonzados, salpicándolo por momentos con estruendosos coletazos. Aun no miraba las cartas, pero se desnudó y se tiró al agua. Jugueteó un poco con el manatí más joven y salió a tirarse sobre el pajón. “Sentir el sol, sentir la vida, con la lagrima cayendo y la soledad comprometida” pensó, y de inmediato sacó su cuaderno y lo escribió.

Sólo hasta entonces sacó del bolso una carta al azar. Era su madre:

Querido hijo:

En esta cada vez más ahumada Málaga te saludo con nostalgia en el corazón y fuerza en el Espíritu Santo. La descripción enfática te la doy por causa de los faros que construían antes de irte. Le echan mucho aceite al carbón y la llamarada es alta, pero el hollín que nos deja las narices negras. Tu padre está postrado y hemos concluido que se trata del hollín el que lo enferma. La tos es seca y agobiante, y sus fiebres parecen incendiar el astillero. El Marqués ya lo dio de baja, ya no le está pagando e insiste en que nos mudemos. Tu hermano Cristóbal murió hace unos días en una riña con Lucas, el hermano de Isabela, que volvió del mar a encontrar la noticia. Porque la maldecida se fue del puerto y la culpa cayó sobre ti, querido hijo.

Cuando logremos conseguir un carruaje nos trasladaremos a Sevilla, a las tierras de tu tío Celestino.

El día que vuelvas, hijo, el astillero ya no será tuyo. Esa parte de la historia concluyó.

Ruego cada amanecer y cada anochecer a Santo Tomás de Castilla, porque dicen que es el patrono del lugar donde te basas, y espero que las impertinentes noticias que te he dado no signifiquen la perdida de tu bienestar.

Con el más inmenso de las amores,

Coralia, tu madre.

Sin asimilar mucho y con una extraña sensación de tranquilidad, pensó que su padre moriría pronto y que nunca visitaría su tumba. Sintió que no le importaba. Peor la muerte de su hermano, esa sí le daba para pensar. ¿A qué hora un amor tan puro se puede transformar en muerte? Estaba seguro de que su hermano defendía la dignidad familiar, es decir, murió de manera honrosa.

Isabela se habría ido a Cádiz, era un viaje confirmado. Ahora tomaría quizás un año lograrla ubicar y poderle seguir escribiendo.

Entonces metió la mano en el bolso y sacó la otra carta. El zenit pesaba sobre el papel y encandilado, cual alucinación, logró leer el nombre de la amada.

Rompió el sobre.

Extraño Rodrigo.

Te me haces extraño, allá en la lejanía. No logro imaginarte en tu cabaña con tu concubina. Los celos me asfixian. Pienso que pronto tendrás hijos y que las cartas que con tanta dulzura y poesía me has enviado son una mentira. Pudiste huir, pudiste intentar recuperarme y marcharnos a Cádiz, pero fuiste un niño. Un niño que nunca pudo hacer las cosas claras. Un niño que no supo como tocarme, que no pudo llevarme a la pasión. Un niño confundido. Pero sí, también soy una niña que nunca supo hacer las cosas claras, una niña confundida. Mi amor traspasó las circunstancias y ahora emprendo la única aventura por el corazón que dirigiré en mi vida. He conocido un galán capitán naviero que ha poseído tierras en una isla llamada Dominica, en algún lugar del océano. El me sacará por fin de esta tierra infernal que me convirtió en ramera.

Pero la aventura de corazón no es por el Capitán Illastina. Es porque si en barco te fuiste, en barco lograré llegar hasta ti, y espiarte, y verificar con mis propios ojos tu felicidad, y así dar por concluida mi vida. Pero si al hallarte la felicidad no está, sabrás reconocer mi olor y hacerme participe de tu vida para juntos encontrar la sonrisa.

Entonces, talvez ya no seremos niños y podremos asumirnos con elocuencia.

Tuya,

Isabela

- - - - -

Desde aquella mañana calurosa pasaron los meses. Efectivamente, Uk'amik quedó embarazada y supo seguir siendo la adorable compañía que tantas veces sacaba de la tristeza a Rodrigo. Y este, día a día se sorprendía viendo al horizonte, jugando a engañarse con que Isabela llegaría.

Pero un día lluvioso, entre la humedad y los mosquitos, Uk'amik se paró de frente y con su difícil castellano le dijo:

-Oiga Rodrigo, que usted me engaña, que usted me hace creer que soy su mujer. Usted me trata muy bien y cuando se va a la comisión a mi hace falta, me da frío del corazón. Pero usted no entiende que no tiene por qué decirme la mentira, si yo no soy tonta, si yo le puedo dar mi vida a usted y a la gente que sea de usted.

-Mi tierna Uk'amik, cómo me conmueve. A Isabela no le he dicho que también la amo a usted. Y mire que hasta ahora me lo digo a mi mismo. Para que negar que mi corazón está partido, para qué negar que siento amor. La otra vez el encomendado se burló de mi pero en lo profundo siento luz cuando pienso en usted, y en Isabela. Cada mañana que me siento protegido con su piel, me siento feliz, y temo que Isabela aparezca y no reconozca mi falta de ella. Sí mi tierna Uk'amik, a la otra la tengo perdida en la geografía y a usted la tengo prohibida, porque un día me mandan a Cartagena de Indias, o a Guadalajara, y usted se queda aquí, nadie me la lleva. Mi vida es un desastre, pero mi corazón tiembla y pude hacer estallar volcanes.

-No diga así usted Rodrigo. Yo no lo juzgo si yo se su vida, si yo lo veo dormido, si ya conozco sus sueños. El único que puede estallar es usted, y no nos haga eso.

Esa fue una conversación que más parecía corazonada. A la mañana siguiente el encomendado lo citó y le entregó una orden de urgencia. Debía partir en ese momento hacia Santiago y recibir instrucciones precisas por allá.

El invierno era duro, el camino se transformaba en un río espeso que se adhería a los cascos de los caballos, haciéndoles caminar lento, muy lento y cansado. Tuvieron que parar muchas veces y el viaje tardó una semana.

Al llegar a Santiago encontraron un gran tumulto en la Capitanía. Cientos de soldados esperaban dispersos por la plaza y una cantidad impresionante de carruajes se alineaba ante el palacio.

Rápidamente, Rodrigo averiguó que lo que ocurría era una sublevación en San Cristóbal, donde los indígenas quichés se rebelaban a la Corona.

En la Capitanía le entregaron una nota personal del gobernador, que decía:

Señor Asturias, sea usted bienvenido a la Capitanía General. Seré breve. Los ocho comisionados de la región occidental se encuentran en la sierra. Nos es urgente entablar contacto con los rebeldes de Totonicapán, cuyos cabecillas se encuentran en la villa de San Cristóbal, apostados dentro del convento. Se dice que los franciscanos están con ellos y es un extremo que hay que verificar. El camino es duro, ha llovido mucho, pero la comitiva tiene caballos de descanso, para poder acelerar el paso la máximo.

De Gumarcaj deben ascender a la cima de María Tecún y sólo ahí podrán descansar y reabastecerse. Estimamos que en tres días estarán en destino.

Los indígenas demandan independencia de la Corona y es nuestro reto resolver sin violencia, porque se dice que los quichés podrían convocar un ejército de cien mil hombres y contra eso no podríamos ni con los refuerzos de México. Usted viajará bajo la identidad de Reverendo, y tratará de utilizar dicha condición eclesiástica para persuadir a los franciscanos. A partir de su llegada, deberá enviar dos corredores diarios para informarnos los acontecimientos.

Se que usted no tiene experiencia en esto y su riesgo es alto. Por tal motivo le ofrezco que, de superar la crisis positivamente, nombraré su traslado al destino que escoja, aún si este sea Málaga.

Dominica, pensó, y asumió la postura clerical para enfrentar, desde la región de Tecpán, la hostilidad indígena a la presencia española.

Al llegar al convento de San Cristóbal, la gente empezó a aglomerarse en torno a la comitiva. La tensión del ambiente era aterradora.

Rodrigo tocó el portón y un franciscano los recibió. Ya adentro, escuchaban sólo los murmullos de una multitud alterada.

El fraile lo condujo hasta la sacristía, donde mantenían asamblea los coordinadores de la sublevación.

Al entrar, recorrió una a una las caras de los presentes, en su mayoría quichés, hasta toparse con un conato de infarto: Isabela.

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En Málaga, durante el apogeo del astillero, se asentaron decenas de familias migrantes, provenientes de poblaciones porteñas de todo el mundo conocido. Había ocurrido un fenómeno social al desplazar a los malagueños tradicionales hacia las afueras de la muralla. Los malagueños progresistas habían logrado fundar una ciudad pujante, muy económica. Lograron sacar de cada forastero lo mejor y de esta forma construyeron una comarca respetable y codiciada.

Los tradicionales se oponían pues consideraban que todo este movimiento atentaba contra su seguridad y desvirtuaba, al inducir estatus ostentosos, la apacible vida que aprendieron de sus antepasados.

Por la fuerza, fueron reubicados hacía medio siglo en la zona más quebradiza de los acantilados al este de la muralla. Casi todos los varones adultos fueron muertos frente a sus familias, y los nuevos adultos se hicieron de una reputación bastante revoltosa, resentida. El abuelo de Isabela había sido ejecutado y exhibido en la horca durante varias semanas, en la parcela asignada para su familia, y aunque ella no nacía aún, el trauma de la experiencia le fue transmitido con la misma intensidad de quienes vivieron en carne propia los acontecimientos de aquel año.

La situación alimenticia de los tradicionales se volvió paupérrima y, como si con hambre se alimentara la rebelión, se convirtieron en un pueblo guerrero, pero sin la fuerza para enfrentar a ningún contrincante. La generación de Isabela, por tanto, se crió en un ambiente de frustración. Muchos morían por enfermedad común y de los que nacían, la mitad moría por inanición. Isabela vivía sola desde hacía años, Su madre había muerto y de seis sólo le quedaban dos hermanos que vivían en altamar. Lucas era vigía en una carabela que, según los rumores, izaba la bandera de calavera en puertos lejanos del Nuevo Mundo. Jacobo, el menor, desarrolló gran astucia desde que participó en los asaltos al cuartel, en los intentos de los tradicionales por recuperar su dignidad. Era estratega contra ataques de un barco mercante capitaneado por un viejo experimentado, de los Illastina. Muy joven se fue de casa y siempre pasaban unos años antes de que le volvieran a ver.

Isabela había partido a Cádiz y a su llegada coincidió con su hermano pequeño, cuya nave había atracado para aprovisionarse, y en dos días zarparía. El Capitán accedió a llevarla, bajo condición de que al llegar se casarían.

Pero en Dominica Isabela encontró que el Capitán se comportaba con los originales de la isla de igual manera como los progresistas se comportaban con los tradicionales, y su sed de rebelión creció. Convenció a Jacobo y hurtaron, junto a una decena de socios sublevados, una carabela de la Armada Real. Navegaron con las cartas del mercante en dirección de Santo Tomás del Golfo Dulce y al llegar, enfilaron por el río hasta ser hundidos por un ataque desde el fuerte de San Felipe, donde por el constante acoso pirata, tenían ordenes de atacar cualquier navío que se acercara sin previa planificación, así llevara bandera de la Armada Real.

Jacobo, Isabela y Jacinto, un socio sublevado, sobrevivieron y fueron rescatados por una barcaza india, que los condujo hasta una pequeña comunidad en la riviera de un lago. Jacinto era original de la Dominica y su aspecto fue el que los salvó, pues los indígenas actuaron más por el que por los hermanos blancos.

Una misión franciscana se acababa de instalar en el lugar y rápidamente entablaron confianza con los frailes.

Ultimadamente, un brazo de aquella congregación trabajaba clandestinamente con los indios para que estos lograran proteger algo de su cultura. Les facilitaban esconder a sus ídolos dentro de los ritos cristianos y abolieron el castigo por utilizar la lengua original. Contaron que los indios de un lugar llamado Totonicapán estaban planeando su subordinación de la corona y que necesitaban intérpretes que estuvieran dispuestos a aprender su idioma y representarlos antes los colonos.

Isabela experimentaba una extraña euforia por encontrarse en las tierras que desde hace un año habitaba su amado y hasta ahora se detenía a pensar en qué hacer. Por un lado, temía encontrarlo con Juliana en alguna situación feliz, y no por no deseárselas sino por el amor que sentía por el. Por otro lado, no quería quedar como una loca obsesiva, pero ya estaba ahí. Increíblemente había logrado cruzar el océano y se encontraba en las tierras más desconocidas del planeta, por él.

Uno de los frailes le ofreció buscarlo con discreción en San Felipe, a donde iban cada semana a aprovisionarse y volvió con la noticia de que Rodrigo había sido trasladado a México. Era información errónea y nunca pensó en confirmarla.

Se despidió de Jacobo y partió hacia Totonicapán como primer paso en su camino al norte.

- - - -

Esa tarde caminaron mucho y sin sentirlo llegaron a Xecul. Hicieron el amor dos veces en los discretos bosques nubosos y al volver, por la noche, Isabela sacó una botella de vino que guardaba celosamente desde que el fraile de San Felipe se la obsequió.

- Quiero estar contigo –dijo con cierta discreción pues sabía que al día siguiente terminaba la comisión de Rodrigo.

- Ya sabrás que todos aconsejan que uno olvide Málaga y toda la historia hasta antes de zarpar, porque son muy pocos los que vuelven. Mucha gente me dijo con cariño que te olvidara para no dañarme. La ternura de Juliana me ha ayudado mucho, ha sabido comprender mis angustias, incluyéndote. Mañana me voy desmoronado por dejarte de nuevo y por no tener idea alguna de cómo solucionará mi corazón y mi espíritu esta sorpresa. Volveré, pero también te esperaré.

-- --

Ahí estaba tan tranquila Uk'amik, como siempre, esperando a Rodrigo.

Al pasar la puerta no fue al hombre a quien vio, sino a un niño con la mente despeinada.

La abrazó y sintió un alivio casi maternal. Siguió abrazándola y le pareció perderse del tiempo.

Después de conversar durante varias horas se quedaron dormidos.

A la mañana se fueron al río. Aparecieron los manatíes haciendo gracias, como invitándolos a jugar. Y casi sin pensarlo, los dos se quitaron la ropa y se lanzaron a la frescura del río. Las aves cantaban como locas, el rugido de un saraguate se escuchaba a lo lejos y los manatíes, con su bobera, jugaban como niños con los humanos.

Al salirse se tumbaron sobre el pasto.

-Quiero ser como ella –dijo Juliana de repente-. Quiero conocerla y aprender de ella su valentía, su decisión. Tráemela, que al verlos juntos quiero aprender del amor.

Rodrigo no sabía si estaba entendiendo bien. Su tierna Uk'amik parecía proponerle la única opción en que no pensó. Pero no podía ir ahora a proponerle a Isabela, con tal descaro, que se viniera a vivir con ellos. Los tres en un profundo amor. Era una locura, tan loca que ya no podía pensar en otra alternativa.

Al día siguiente fue donde el encomendado a contarle su situación y a rogarle por una comisión a Totonicapán.

El encomendado se reía, gozaba como nadie la situación de Rodrigo y ahora deseaba cual capricho ver de cerca el desenlace. Así que movió influencias y logró la comisión a occidente.

---

Isabela no entendió mucho la gana de Juliana de conocerla, no confió mucho en la intención de Rodrigo. Aquel le dijo que, al final de cuentas, su tierna Uk'amik sólo era una concubina asignada por la brigada, más en función de atenciones domésticas que de temas sentimentales. Le insistió que su casa era aquella y que ahí debían convivir como tanto habían soñado. Insistió que Juliana no haría estorbo y la convenció. Su plan era no interferir en la relación y que entre ellas se arreglaran.

Una semana después llegaban a San Felipe del Golfo Dulce y Uk'amik ahora esperaba a dos. Había bordado una sobre funda con un hermoso decorado floral que rodeaba al nombre Isabela. Y a el le regaló una faja haciendo broma como primera impresión ante Isabela: “Esa faja que llevás se te anda cayendo en tus viajes a Totonicapán. Esta la tejí para que te pongás bien los pantalones”. Y como si de magia se tratara, ambas empezaron a reír a carcajadas con aire de complicidad.

A Juliana ya se le notaba el embarazo y Rodrigo no podía evitar demostrar su gran emoción. Isabela observaba y, ella también, trataba de entender lo que ocurría.

Dos días después, tanta comodidad se volvió incomoda y tuvieron que hablar.

Los tres sentados en la mesa del jardín, tan sonrientes, se tomaron de las manos y se prometieron amor duradero.

Esa tarde se fueron los tres al río, del otro lado de la peña, y nadaron desnudos y se amaron, y dos manatíes les hicieron gracias.

El encomendado, antes de indicar la siguiente comisión a Rodrigo, le dijo:

“Usted anda trayendo cara de manatí, baboso y feliz. No me explique nada que ya entiendo que su historia terminó feliz”.

jueves, 18 de junio de 2009

décima entrega: cuentos históricos, QM



1945: La Vizcondesa de Chambure, Hermine, Rothschild, Carlu y el carnero


Por Quique Martínez


Elisabeth Pelletier, la Baronesa de Rothschild y la Vizcondesa de Chambure (1902-1945) admiraban una litografía colgada de las paredes del estudio de Hermine Braunsteiner (1919-1999) en Gentin. Las tres eran una misma persona, algo así como la Santísima Trinidad de los vinos de Bordeaux.

Madre de Philippine (1935-) y Charles Henri (1937-1937), quien nació con una grave malformación causando su muerte poco después del parto. Hija de un importante conde francés en una familia católica de la región de Burgundy. Y Espíritu Santo del Chateau Mouton-Rothschild, la finca vinícola más importante localizada en el pueblo de Pauillac, en Medoc.

Terminaba Marzo y hacía frío en Fürstenberg am Havel, 90 kilómetros al norte de Berlin. El sol de invierno rezagado se colaba por los vidrios enmarcados y cuadriculados con madera extraída del campo adyacente por los hombres que empezaron a llegar en 1941. Los rayos calentaban la espalda de Lili, como le llamaban afectuosamente. En otros tiempos hubiera usado algún abrigo diseñado por Lady Duff Gordon (1863-1935), sobreviviente del Titanic y cabeza de la casa “Lucile” de Londres. Pero ahora debía conformarse con un traje de dos piezas a rayas de algodón que no daba mucho calor. Su buena educación, modales y reputación le habían conseguido un puesto limpiando las oficinas, lo cual era bueno especialmente durante esos meses.

Su esposo, el Baron Philippe de Rotschild (1902-1988) proveniente de una familia judía, había huido de la Francia de Vichy a Londres donde se unió a las fuerzas de Charles de Gaulle (1890-1970). Ella no corrió la misma suerte, y la Gestapo las llevó a ella y a su hija al campo de concentración de Ravensbrück, donde había pasado los últimos cuatro años.

Esa mañana del 23 de marzo la luz beneficiaba de particular manera el cuadro que estaba degustando. Era una visión cubista de un carnero, evidentemente influenciada por el surrealismo de André Bretón (1896-1966) e Yves Tanguy (1900-1955). Un letrero anunciaba “Ce vin a été mis en bouteille au chateau”. Lili se sostenía del mango de la escoba mientras pensaba.

Los taconazos de unas botas sobre el parquet anunciaron la entrada de Hermine. Si hubiera sido una escena de serie en 1980 hubiera estado acompañada por abucheos y chiflidos. Pero en esa ocasión sólo se escuchaba el canto ocasional de algún pájaro en el bosque vecino y un constante martillar en la lejanía. Se quedó parada en el umbral de la puerta observando a la mujer que parecía contemplar “Las Bodas de Caná” de Paolo Veronese (1528-1588) en el Museé du Louvre de Paris. Chocó talón contra talón para llamar la atención, como si pidiera un permiso no requerido y caminó lentamente hasta estacionarse tras la mujer y seguir con sus ojos la dirección impuesta por la mirada de la Baronesa.

-Mi esposo comisionó a Jean Carlu (1900-1997) diseñar la etiqueta en 1924 para marcar la primer vendimia embotellada en el chateau. Cuando él asumió el control del estado familiar, la mayoría de las etiquetas del vino indicaban simplemente el nombre del castillo. Elegir a un artista para ilustrarla fue una de sus muchas innovaciones para modernizar las tradiciones de la vinificación en la región- Recitó la Vizcondesa sin moverse.

-A mi me parece que el Mouton-Rotschild es una porquería- contestó Hermine –Justo ayer abrimos una botella y tuvimos que tirar la mayoría porque era lo mismo que tomar vinagre de la cocina de los judíos.

-Si no hubiésemos diseñado un vino de primera calidad, no pondríamos a Carlu en la etiqueta. Mi esposo y yo creemos que la vinificación es en sí mismo un arte tomando en cuenta las decisiones que entran la fabricación. Arte y vino es una combinación perfecta.

Hermine Braunsteiner se dirigió al escritorio, donde se sentó por unos minutos. Buscó entre los papeles de las gavetas y sacó uno de un fólder color verde. Lo firmó, selló y se lo extendió a la Vizcondesa de Chambure.

-Lleve esto a la bodega detrás del granero. Hoy le toca baño.

La Vizcondesa siguió las instrucciones y salió dejando la escoba recostada al lado de la litografía. Hermine se incorporó del asiento de cuero café y pateó la escoba, la cual cayó y rebotó tres veces a contra ritmo del martilleo lejano. Estiró sus brazos y delicadamente tomó con sus manos el marco del cuadro, torciéndolo unos 45 grados a la izquierda. Juntó sus labios en una mueca e hizo ademanes de burla y sonidos imitando el acento francés de la Baronesa. Escupió el piso y salió por la misma puerta por donde había entrado. Sin abucheos ni chiflidos.

Irónicamente, el único miembro ejecutado de los Rotschild, una familia judía, en un campo de concentración fue Elisabeth Pelletier, una mujer católica.

Luego de la liberación a cargo de los Aliados, el Baron Phillippe de Rotschild retornó a Paris luciendo una medalla Croix de Guerre sólo para enterarse de la muerte de Lili. Devastado, retornó al chateau para descubrir los desastres que los alemanes habían causado al viñedo. Eso no importó, y el Barón retomó las riendas y comisionó a Philippe Jullian (1919-1977) el diseño de la etiqueta, la cual ostentaba una “V” de Victoria. A partir de ese año hasta la actualidad, un artista diferente se ha encargado de la tarea de agregar el arte visual al arte del gran vino.

viernes, 12 de junio de 2009

novena entrega: brevisimos dinosaurios, PR

El Canibal

Por Pablo Robledo

Tengo nausea, estoy pensando en volverme vegetariano.

jueves, 11 de junio de 2009

para propuestas y otras cosas

quique mando una y a ver quien manda otras..

miércoles, 10 de junio de 2009

novena entrega: brevisimos dinosaurios, OG

Patricia

Por Orlando Gutiérrez

La gallina no entendía que pasaba. Estaba nerviosa, trataba de volar, pero no podía. La querían agarrar y a ella le daba miedo. Corría y corría. La alcanzaron. El niño le puso una especie de soga en el cuello. La sacó a caminar. ¡Qué salvada! Era solo su paseo vespertino.

martes, 9 de junio de 2009

novena entrega: brevisimos dinosaurios, JM

Terremoto

Por J. M. Arrivillaga

La tierra tembló. Terremoto. Salió, atravesó la calle y tropezó. Cayó y en ese instante comprendió que un milagro había ocurrido: el temblor lo hizo pararse de la silla de rudas y olvidar que llevaba quince años sin caminar.

novena entrega: brevisimos dinosaurios, IF

Big Bang

Por Ivonne Flores

Al medio día Gribka estaba fumando ideas. Un cigarrillo esbelto y ardiente se consumía entre sus labios mientras reflexionaba en su propia verdad del mundo. Los rayos del sol canicular se refractaban en las gotas de sudor de su frente. Envuelta en el aroma a hierba, alzó su mano apuntando con una pistola a su cabeza, ambivalencia de luz y caos interior. Cuando jaló el gatillo el sonido de la bala fragmentó su alma, los guijarros de ésta se dispersaron en el espacio girando en todas direcciones, chocando y reconstruyendo un nuevo universo, un nuevo espíritu.

novena entrega: brevisimos dinosaurios, CZ

La historia de Les feuilles mortes

Por Cristina Zuleta


Zigzagueaba en el aire y se veía como si nunca fuera a aterrizar, su vaivén; lento y suavecito. Cayó en mi rodilla derecha. Yo estaba sentado al pie del árbol. El árbol en aquel jardín. Frutillas nacían del árbol. Muerta ella ya, en mi rodilla derecha. Mis pensamientos en esta cabeza redonda como el planeta donde estaba plantado el árbol en el que estaba al pie yo sentado. Al ver por azar al suelo, vi aquella fosa común ¿Cuánto tiempo llevaban allí muertas? No sabía. Pero la elegida, pequeña y delicada, había terminado su sendero final en mi rodilla derecha y no sé por que pero la puse en mi bolsillo derecho, para respetar su lado elegido, y en cuanto llegué a casa la olvidé. Hoy la encuentro hecha polvo con mi bolsillo como tumba y mi cuerpo como cementerio.

octava entrega: cuentos de miedo, qm

Elevador

Por Quique Martinez

Mientras la nena se apoyaba en las puntas de sus pies para alcanzar el espejo, su madre taconeaba rítmicamente sobre el piso de grandes lozas negras. Cada cuadrado había sido pulido meticulosamente durante décadas para dar ese acabado brillante, como si fuera barniz húmedo. La niña jugaba a exhalar fuertemente con la garganta un vaho de aliento que empañaba la superficie, mientras el aparato bajaba lentamente emitiendo un constante ronroneo de cables friccionados contra engranajes y poleas. Con los dedos de una mano, la madre escribía letras y dibujaba caritas y corazones en la humedad del espejo para luego borrarla por completo con la manga del sweater. Con la otra sujetaba a la niña que se inclinaba peligrosamente hacia las paredes rojas chillonas. Era una reminiscencia del glamour de los 70, época en que se había construido el edificio. Paredes de láminas alargadas de fórmica unidas por un marco de metal haciendo una cuadrícula. En algún lugar entre el piso siete y cuatro la luz parpadeó varias veces antes de apagarse un par de segundos. La lámpara se encendió de nuevo en el momento justo en que la madre limpiaba para continuar con el juego. Al borrar la mancha descubrió una marca de grasa corporal, como la que dejaría la cara de un niño con los ojos cerrados al ser presionada con fuerza contra el espejo. A pesar de pasarle el calor del antebrazo varias veces, fue imposible borrarla. Cuando quiso soltar la mano de la niña, lo que dejó caer fue un cepillo de pelo hecho de hueso, su hija no estaba. Justo en ese momento llegó el elevador al parqueo. Alguien abrió la puerta desde afuera. Era una niña que llevaba puesta una máscara de perro. Luego de estar parada un momento levantó un dedo para señalar algo. Cuando bajó la vista se dio cuenta de un hilo de sangre que colgaba de entre sus piernas haciendo un charquito.

lunes, 8 de junio de 2009

novena entrega: brevisimos dinosaurios, QM

La capital

Por Quique Martínez

Irradiando una gran sonrisa asomó la cabeza por la ventana del autobús que lo traía por primera vez a la ciudad. El aire se sentía fresco en la cara y la calle y los edificios brillaban en su grandeza. Sacó una manita y saludó a una mujer que se sostenía de dos bolsas gigantes amarillas. Volteó la cara. Su madre lo sentó suavemente, desenvolvió el último pedazo de dulce que quedaba y se lo metió en la boca.

-No le hagás caso, seguro no te vio.

martes, 2 de junio de 2009

octava entrea: cuentos de miedo, jm

Me sentirás

Por J. M. Arrivillaa

El ejercicio es el siguiente: Aseguráte de leer esto en soledad, porque si no, no tiene chiste. Y claro que no es de risa, es de miedo, pero el chiste es que de miedo. Entonces, tenés que estar con la mejor disposición.

Lo mejor sería imprimirlo y esperar la media noche para leerlo, en soledad, a la luz de una vela. O sea que si querés hacer eso, dejá de leer ahorita e imprimílo y no te vayas a morir (huajaja) de la curiosidad por leerlo hasta que el reloj marque las 12.

Ahora, si lo vas a leer de una vez, acercáte bien a la pantalla para evitar distracciones externas.

Respirá profundo…

Exhalá….

Inhalá…

Exhalá….

Inhalá…

Exhalá…

Así te estarás relajando, llevando tu mente a un punto cercano a la meditación profunda. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete veces más, a respirar profundo. Ahora empezaremos a sentir. A sentir el cuerpo, el aire, el olor.

Por favor, leé despacio y no dejés de respirar con ritmo, profundo.

Con tu mano izquierda recorré el brazo derecho. Tratá de olvidar la mano izquierda y concentráte en lo que el brazo siente. Si tenés pelitos, tratá de sentirlos mientras los acaricia con suavidad tu mano izquierda.

Seguí respirando profundo, no te detengás…

Ahora repetílo con el otro brazo, con la nuca y sobre los omoplatos. Recordá que es una caricia nada más, y que debés esforzarte por sentir la piel. Exhalá….

Inhalá…

Ahora, mientras seguís leyendo (lee despacio por favor) sentí el airecito que empieza a circular por donde estás. No volteés a ver, solo sentí el chiflon frío que empieza a tocar parte de tu piel. Ese frío representa la llegada de un espíritu. Respirá, no volteés a ver, sentí el aire frío. Extendé tus sensaciones para tratar de descubrir quién es, quién te visita. Sin dejar de leer, pero leyendo despacio, sentí cómo la piel se te pone de gallina y cómo la presencia del airecito te inquieta cada vez más. Extendé tus sentidos y tratá de averiguar si ese espíritu viene con buenas o con malas intenciones. No mirés atras.

Respirá, sentí la piel, sentí ese leve chiflón que te pone nervioso. Respirá. Uno, dos, tres, cuatro y ahora hay un ente detrás tuyo, te respira en la nuca, casi sentís que te aruña. No volteés a ver.

Respirá profundo, escucháme. Escuchá bien cada palabra que te digo, poné atención. Convencete de lo que estás viviendo. Respirá y convencete de que es real, porque el aire que sentís no es ficticio, porque la voz que escuchás mientras leés despacio no es la tuya, es la de alguien más que inunda con su presencia tu ambiente. No volteés a ver, porque nada verás, solo te distraerás de esta experiencia rara.

Ahora, escucháme bien: no parpadiés, esforzate y enfocá en el blanco tras las letras mientras leés. No parpadiés te digo, escucháme porque las intenciones pueden cambiar en cualquier momento si no me atendés. ¡Que leás despacio te digo! no te pongás con nervios, ¡este es un ejercicio!.

Intentémoslo.

Inspirá…

Exhalá….

Inspirá…

Exhalá…

Sentí tu piel, sentí el airecito, sentí la presencia, hacéme caso porque si no la presencia se vuelve oscura. Enfocá el blanco, seguí leyendo despacio. Esto se me está volviendo tenso. No lo estás haciendo en serio, no te la estás creyendo. Puta.

Me estás empezando a chingar y te advierto que no es lo mejor. ¡Respirá profundo te digo! Ah la gran puta, que leás despacio mierda, no estás enfocando en el blanco, me estás ignorando, no me sentís mierda, no estás respirando…

¡Ja ja ja! Dejémoslo ahí porque tu estupidez me enfurece. Ah la gran puta, entonces leé rápido, mierda, rápido pues, no respirés mierda, no sintás el cuerpo, no enfoqués el blanco, volteá a ver, no leás mierda, pero hoy, cuando te vayas a acostar, te vas a acordar de mi mierda, entonces sí vas a sentir la piel de gallina mierda, si vas a sentir mi aliento en tu omóplatos mierda, y te vas a cagar, la oscuridad se volverá más oscura para vos mierda, y mañana tu vida será diferente mierda, pero mierda…

Hoy en la noche te vas a recordar de esto y vas a volver a tu infancia mierda, vas a sentir miedo de que me salga por debajo de tu cama mierda, y me sentirás más cerca de lo que jamás podrías esperar, mierda, y olerás la mierda y no querrás quitar las chamarras de tu cabeza mierda, y no me olvidarás.

octava entrea: cuentos de miedo, if

Luminiscencia

Por Ivonne Flores.

Era de noche otra vez y Cristina esperaba que sucediese un milagro para no tener que ir a dormir. Cada día desde que llego a vivir a casa de su tía Teresa, se torturaba por las tardes al pensar que pronto anochecería y siempre sintiendo que algo terrible le iba a suceder. Teresa la llamó a dormir. Cristina arrastró sus pasos como resistiéndose a una condena inevitable y perpetua. Teresa fingía no darse cuenta de los asustados ojos de la niña y de su postura contraida en la cama. Cuando Teresa se acostó en su propia cama al otro extremo del cuarto, Cristina se aferró con desesperacion a su almohada pues era probable que esa misma noche la pesadilla se materializara en cuanto se apagaran las luces.

Como siempre, escuchó la voz de Teresa del otro lado de la habitación, lanzando las mismas palabras venenosas que como saetas entraban por los oidos de Cristina. El miedo era un ácido potente que corroía su corazón infantil.

-Ahí viene el diablo y te va a llevar arrastrando si no te duermes pronto...

Con esas palabras amenazantes Cristina no podía dormir, el maldito sueño uhía como conjurado por su tía, dejando a Cristina abandonada al insomnio y al terror nocturno. Así, sin poder dormir, sintiendo el paso oscuro y lento del tiempo, esperaba el momento en que sería arrastrada a los abismos infernales. A veces, sin saber si era un sueño o una fantasía, veía llegar por la ventana a un elegante pero horrible hombre de piel roja como la grana, viniendo por ella y prometiéndole con voz estentórea los castigos más terribles.

Por las mananas los compañeros de Cristina en la escuela, se burlaban de su semblante lívido y su extrema delgadez sin embargo, su triste apariencia ni siquiera despertaba la compasión de su maestra, quien siempre la reprendía por su falta de participación durante la clase y por su poca atención. Pensaba la maestra que Cristina era una niña floja y gris, porque muchas veces la sorprendió dormida en su pupitre o la veia durante el recreo sentada sola junto a los bebederos asoleándose y sin participar en los juegos y los gritos de los otros niños. Cristina era la manzana podrida, el punto negro que arruinaba su obra pedagógica de ese año.

Si, tenía razón, la podredumbre estqbq anidada en el alma de la nina, alimentándose de sombras al devorar su pequeña humanidad y traspasando su espíritu atormentado.

Cristina regresaba a su casa con cargada de cansancio infinito y con el miedo profundamente encerrado en los huesos durante el día, pero que al tornarse oscuro el cielo desplegaba sus alas para revolotear enloquecido cada vez que la tía Teresa le repetia otra vez lo que le pasaría si no se dormia pronto.

Aquella noche Cristina estaba más despierta que de costumbre despues de la cena que apenas probó. Cogió un vaso con agua porque la sed devoraba con rapidez la humedad de su boca, que estaba aterida, por eso fue incapaz de orar a aquel Dios sordo y ciego que habitaba allá en lo alto, muy, muy lejos del lecho de Cristina.

Antes de que Teresa apagara la luz, Cristina se hizo ovillo en medio de la cama, que parecía inmensa y se cubrió completamente con la sucia cobija de lana que estaba impregnada del aspero olor transpirado en las noches de inmensa desolación.

-Ya te dormiste?- Preguntó Teresa.

Cristina apretó fuertemente los parpados, deseando con todo el corazon poder dormir en ese instante y no escuchar solo por esa ocasion, la terrible sentencia de su tía.

-iTe pregunté si ya te dormiste pendeja!-

La niña movió la cabeza afirmatiamente y Teresa desde su lugar pudo ver el movimiento.

-Pinche mentirosa, pues sábetelo que el diablo se lleva a las que no se duermen pero tambien a las chiquillas mentirosas. ¡No quiero que al rato estés chillando y te vayas a mear en la cama del puro susto cuando venga a jalarte las patas!

Al decir esto, Teresa apago la luz, riendo muy quedo con cruel satisfacción.

El tiempo comenzó a pasar oscuro y lento. La respiración de Teresa se escuchaba leve y Cristina a ratos confundía el latido de su propio corazón con el sonido de pasos aproximándose y entre mas aprisa palpitaba, mas cerca escuchaba las pisadas fatales llegando ahí donde ella era presa del insomnio.

Con los miembros entumecidos, Cristina se estiró un poco. Trató de girar su cabeza para respirar mejor, entonces vió un par círculos de un naranja luminoso que flotaban paralelos en cierto punto de la habitacion, cerca de la ventana. No alcanzó a distinguir si era un sueño, pues estaba paralizada.

Los pequeños círculos luminosos alumbraban débilmente cada lugar por donde pasaban. Cerca de Cristina parecieron posarse un momento en el vaso con agua que estaba en el buró. Ella sintió como si un rayo helado partiera en millones de pedazos su columna vertebral y tambien sintió sus cabellos cargados de electricidad, hundiendose en cada poro y provocando un temblor involuntario.

Los puntos pasaron de largo y se desplazaron al lado opuesto del cuarto, hacia la cama de Teresa, ahí resplandecieron con mayor intensidad, alumbrando todo alrededor. Gracias al resplandor, Cristina vió el rictus de terror de Teresa y la boca abierta, sin poder gritar, la garganta muda ahogando un grito infinito, pues aquellos círculos incandescentes eran las pupilas de un hombre oscuro, mas denso que la misma noche.

Cristina vió como aquel ser siniestro tomaba a Teresa por los tobillos y riendo la llevaba a rastras hacia la ventana, donde tras atravesarla se escucho una risa inconcebible. Cristina no supo mas de sí, ahí en su cama ella misma se sentía caer en un agujero infinito, donde no había mas que oscuridad. Cuando abrió nuevamente los ojos ya era de día. Sintió frío porque la ventana estaba abierta al la fría mañana. La cobija de lana estaba empapada de orina, pegada a su cuerpo. Volteó a ver hacia la cama de Teresa y la cama estaba vacía. Recostada miró hacia afuera, el cielo matutino resplandecía y le recordó que su corazón aún estaba cargado de miedo e incertidumbre y que de sus parpados todavía colgaba algo que Cristina no sabia si era un pesadilla o una certeza. La única cosa que Cristina sabía con seguridad era que empezaba un nuevo día, pero que inevitablemente más tarde o más temprano daría paso a otra noche tormentosa y cuando se despidiera el sol, dejaría pintado el cielo con un irónico color naranja.

quinta entrega: El Extranjero, cn

Babel

Por Claudia Navas

Hi how are you?

- xywbvgt (moviemiento vertical de la cabeza)

Where are you from?

- esa si sé, de………………..

Risas acá. Risas allá…

La música empezó a sonar y rompió esa barrera impuesta como castigo en los tiempos de Matusalén a un montón de obreros inconformes, precursores del sindicalismo y alineados por las fuerzas supremas con un SHO de confusión, de distorsión, de distancia.

Del acelerado tamborileo de un individuo obeso, pasamos a una guitarra nostálgica, de esas que con recuerdos de un conflicto en el que no participamos nos hace atractivos en el primer mundo, pasando de pobres sufridos a héroes mancillados…no pasaránnnnn.

Las flemas que inspiraban los raquíticos troncos en el centro del patio invitaban a acercarse, eso o el tequila y la cerveza combinada.

Los grillos, grillaban.

Las luciérnagas titilaban,

y las ganas se olían.

El empezó a acariciar el pie desnudo y blanco de la latina sin condimento y ella comenzó a abrir su mente y su cuerpo también para que los yes, fuck, asííí y hummmmmmm, dieran voz a las sutiles notas que la noche brindaba.

Él se llamaba.. no sé, y ella tampoco nunca lo supo, al igual que él jamás pronunció su nombre.

El tipo alto retornó en un avión, la mujer inlatina abordó un shutle hacia la frontera y cada quien siguió su camino, prendió otras fogatas, acarició otros pies, bebiendo tequila, a veces cachaza, ron, pisco, aguardiente barata, esperando el tono, la rumba, el tan tan para ignorar el: d'où tu es, wovon Sie dem sind, como te vai…