miércoles, 29 de abril de 2009

tercera entrega, comida: og

María Soledad es nombre de ama de casa.
Por Orlando Gutiérrez

María Soledad
no llores,
que un día las flores
de amor crecerán
y llorarán de alegría
tus ojos
María Soledad
Apagó el viejo radio de baterías mientras sollozaba. Estaba sola, con la ingrata compañía de sus pensamientos que la transportaban a quién sabe dónde, en busca de Juan, su esposo desde 10 años atrás; él era oficinista, ella era ¨ama de casa¨; él se había quedado sin trabajo gracias a la guerra de guerrillas que convertía a su país en escombros, ella era ¨ama de casa¨; él se había ido a buscar qué hacer, ella era ¨ama de casa¨.
Días atrás, cuando lo echaron del trabajo, Juan había dicho a María Soledad: ¨Esta situación está cada día más jodida, la guerrilla no da tregua y el gobierno no afloja; ya no tenemos qué comer y los niños están cada día más desnutridos. No hay trabajo en ninguna parte y eso me tiene al borde de la desesperación. Un día de estos me voy a ir con los guerrilleros para ver si ayudo a que la cosa cambie. Te voy a dejar sola por un tiempo pero tengo el presentimiento de que será para algo mejor¨.
No valieron los llantos y las súplicas de María Soledad… Juan se acostó una noche al lado de María Soledad, pero no amaneció junto a ella.
Y a qué te dedicás? Preguntó la esposa del militar cuando recibió en la puerta de su casa a María Soledad.
Soy ¨ama de casa¨, respondió la mujer con gran seguridad.
Entonces sabés hacer de todo, así que te doy el empleo; te espero mañana a las 6 en punto.
Gracias señora, no le voy a quedar mal.
Trabajaba de sol a sol en los quehaceres de la casa del militar y a la familia le gustaban mucho los platillos que María Soledad preparaba, mientras sus pequeños niños no tenían qué comer. Pero la patrona le daba las tres comidas, ella comía un poquito y llevaba el resto a sus hijos, de tal manera que cerca de las 7 de la noche, Juancito y Esperanza saciaban su hambre para luego ir a dormir mientras su madre limpiaba, lavaba y hasta aplanchaba.
El oficinista se metió a guerrillero más por hambre y necesidad que por convicción ideológica. Un mal día allá en la montaña, una patrulla de la temida y temible Guardia Nacional emboscó a la célula guerrillera de Juan; hubo muchos muertos y algunos prisioneros, entre estos últimos, Juan quien fue llevado a la Cárcel Modelo amarrado de pies y manos con alambre de púas.
Meses más tarde, decidió exigir sus derechos ciudadanos y para ello, se declaró en huelga de hambre. A los trece días falleció sin atención médica. En un comunicado de la Guardia Nacional se dijo que había fallecido debido a problemas estomacales.
María Soledad no llores, que un día las flores, de amor crecerán y llorarán de alegría, tus ojos María Soledad.

martes, 28 de abril de 2009

tercera entrega, comida: cn

Humo en tus ojos
Por Claudia Navas

No sé, uno no piensa mucho bajo esas circunstancias, digo, las medidas de higiéne pelan, si ya te pasaste la botella babeada de saber quien putas, o ya te agarraste a la trompuda más fea de la pura verga que traías puesta, ¿vas a estar pensando si el cerote se lavó las manos luego de mear, si lavó el repollo, si limpió el cuchillo, si te van a dar amebas, diarrea o mal de calcetín?

Siempre iba ahí, total es bueno y barato, bonito, a huevos que no. Pero ahí está el detalle, como diría el aquel, el humo, el humito y no el de café instantaneo la jarrillita…, disimula, chanfletea, nubla, te abstrae o sería la talega –colega- que traía encima.

Además, calor, calorcito para mis patas pelonas, que se cocinaban un cacho al calor de la pared de lámina del armatoste occidado, mientras me sentaba en la cajita de aguas, que también bailé….

Pero no sé, ya no me chingués, se que te dolió, pero yo no tengo la culpa, además, no estaba en mis cabales, tenía hambre, quería comer, unas tortillas, carnita frita, cebollita adobada y un cacho de chile, hasta dormía mejor, que iba a estar pensando…

Yo no sabía pues, no lo pensé, no s eme pasó por la cabeza, no habría podido mascar, tragar siquiera, cómo iba a saber lo que me estaban dando.

Maldito, si, desgraciado. Y no sólo por Cbozo, que igual lastima, si me meneaba la cola y me miraba manso.

Maldito cerote, uno ahí palideando, conla boca hecha agua, ansioso, sin saber lo que se estaba hartando.

para comentarios que no sean del texto

Pongo otro de estos espacios para no tener que estar iendo muy atras para jablar de otras cosas que no sean los textos en sí..

tercera entrega, comida: le

Huelga de hambre

Por Lucía Escobar

Primero fue un bostezo de esos de tragarse el mundo. Luego Catherine se desperezó, estiró su esbelto cuerpo sin una fibra de grasas y vio su reflejo en la ventana. Sintió deseos de besar su imagen felina entre despeinada y elegante. Le gusto lo que vió, los años aún no habían pasado por ella, su pelo seguía siendo brillante, su mirada era intensa y penetrante. Y cuando caminaba por la cuadra moviendo su traserote, provocaba miradas curiosas y excitantes.

El ocio había sido siempre el mejor amigo de Catherine, tenía todo el día para dedicarse a ella misma, para pensar y pensar, para acicalarse despacio, esperando el momento en que él regresara del trabajo y se enfrascaran en caricias, palabras de amor y ese juego en la cama, que era lo único importante en la vida de ambos. De ambos, se lo repitió a si misma, como tratando de darse seguridad pero sintió una espinita de duda en su corazón, alimentada por algunos detalles que la atormentaban, cierta indiferencia que había empezado a notar en su pareja.

El hombre que amaba y que ella creía la adoraba llevaba días de portarse distante. Cada noche llegaba más tarde, casi nunca la invitaba a pasear, ya no la acariciaba como antes y parecía que se estaba olvidando de sus necesidades mas elementales.

Ella era lo suficientemente independiente y relajada como para no caer tan bajo de hacer una escena de celos o tirársele encima y arañarle la cara cuando llegaba con olores ajenos. No, ella no era de esas.

Su estrategia sería letal, directa. Catherine había tomado una decisión, se declararía en huelga de hambre. No era justo, que luego de tantos años juntos, él le pagara así, a ella que incluso de había renunciado a la descendencia con tal de asegurar ese espacio común de dos.

Sentiría lo que era el dolor. Desde ese día, no probaría mas bocado, no se dejaría tentar por los olores, ni las formas extravagantes, ni los goodies comprados en las tiendas de conveniencia. Ya lo debería saber, ella no era de las que se compraban con regalos, no soñaba con presentes, su demanda era de tiempo, de caricias, de amor compartido. Y eso parecía que él ya no estaba dispuesto a darlo.

Catherine pertenecía a la especie de las amazonas indomables y fuertes, así que no le costaba cumplir sus propósitos y no probar bocado era un reto que vencería. Cerró la boca, estrecho sus intestinos, dejó de tomar líquidos y así pasaron dos días, cuatro días, seis días. Su cuerpo se fue debilitando, su energía fue desapareciendo como la carne de su cuerpo, su alma comenzó a esfumarse de este mundo.

Un día, cuando Juan Augusto entro al apartamento que compartían, la encontró desmayada frente a la refrigeradora. De sus brazos fuertes se desprendió un grito de tristeza y la compra del supermercado, la lata especial de salmón cayó estrepitosamente justo al lado de Catherine, su gatita, su gran amor.

Ella ni se inmutó, había muerto de inanición. Y yo pienso que también de amor.

(A Claudia Navas)

tercera entrega, comida: cz

Mi taco, su taco

Por Cristina Zuleta

En Tlaquepaque hace mucho calor, por eso las frutas o se compran pocas y con frecuencia o sin importar mucho la cantidad pero teniendo un refrigerador, si no la descomposición es más bien acelerada…Ella se fue, con todo lo que tenía que dejar en orden a último minuto y todo hecho un “desmadre” (es decir, que cuando se está sin madre se está en el caos absoluto).

Todas las mañanas era fruta, y yogurt según disponibilidad, era la única certeza alimenticia de la jornada porque, seguido del desayuno y la caminata junto a todos los puestos de tacos mañaneros con variedades de carne cuyos nombres podrían ser igualmente el menú de torturas de la inquisición le esperaban ocho horas de:

a) Ocio deliberadamente encerrado y solitario,

b) Conversaciones deliberadamente absurdas o,

c) Trabajo

Entonces, las comidas en lo que restaba del día eran escogidas y preparadas por terceros.

María Dolores (como la había nombrado su madre sin ninguna intención consciente de predestinarla al sufrimiento) estaba un poco molesta con el hecho de que alguien escogiera por ella en este tema tan complejo como lo es la alimentación, la principal razón era que ella tenía desde hacía dos anos el deseo tristemente frustrado de ser vegetariana. Este anhelo era obviamente, una influencia clara de su gran amigo (de dos años), un hindú radicado en Tlaquepaque, que trabajaba como maestro de la academia “Yoga y Meditación: descúbrete internamente”. Ranjiv había sermoneado a María Dolores de tal manera sobre los obvios beneficios de la no-carne, que la había convencido teóricamente pero para ella resultaba, practicamente, imposible. Nunca se lo dijo y siempre que comían juntos él la felicitaba y le decía que se le veía el cambio en el aura, ella sonreía y con el tenedor en la boca se re-mordía la consciencia.

Comían deliciosos platos tai con curry y sobretodo lechuga fresca y tierna…todo un placer. Hablando de placeres, María tenía más frustraciones, pues no lograba entender la relación entre Ranjiv y ella, ya que él afirmaba que ellos estaban más juntos de lo que ella creía pero “en otro plano”, observación a la cual ella asentía y lo miraba a los ojos fijamente tratando de profundizar, para de esa forma tal vez llegar hasta el enjambre teórico-espiritual de su morena cabeza. Pero a María Dolores, a pesar de la culpa, le daba mucha lástima no llegar a planos mas placenteros con Ranjiv, entonces se conformaba con el curry y la lechuga. Eso sí, se veían mucho y hablaban también, aunque poco quedaba claro en la cabeza de María, que seguía negándose la espera inconsciente con un falso conformismo. El día que se dio cuenta que eso nunca iba a pasar, se quedo en uno de los puestos de tacos y comió más allá de la gula de ese que tenía el nombre más tortuoso. El taquero resultó ser un Don muy simpático, que se echó a los hombros el peso de quien consuela y al ver en María disponibilidad y pasión por los tacos, le contó que andaba en busca de personal para otra sucursal de “Mi taco, su taco”. Ella se ofreció como quien ama los extremos y la venganza.

domingo, 26 de abril de 2009

tercera entrega, comida: jm

Comida


Por J. M. Arrivillaga


Saben, amigos, que estas líneas no son de ficción, pero es una historia que se los comerá por completo. Resulta que desdioy vino mi hermano menor a decirme una retahíla de babosadas tan absurdas que, al principio, no le creí. Pero no quedé tranquilo pues aquel es justo la persona de quien nunca esperaría una mentira. Por eso ahora, y reafirmo con seguridad, escribo estas líneas sin pensar que es una ficción. Todo cuanto contaré aquí, si bien es cierto que no lo viví, es una transcripción de lo ocurrido a mi hermano, y no fue sino hasta que vi sus heridas y esa mirada perdida que apagó la luz que solía irradiar, que eliminé mis dudas sobre la veracidad de sus palabras, y me sumí en un trágico episodio de mi vida, que me motiva a contar brevemente lo que ocurrió.

Para empezar, me dijo que nos reuniéramos en la lomita de la universidad, porque si mi mamá lo veía así, entraría en crisis. Normalmente nos veíamos en la casa de ella, donde el vive.

Ya allí, me pidió que no grabara. Como ustedes sabrán, porque son mis amigos, yo ando siempre con mi recorder, a eso me dedico. Pero como soy un documentador bien mañoso, como saben, nunca ando con una sola grabadora. Así que le apagué una a la vista y grabé todo con la otra, y como estaba muy nervioso ni se le ocurrió.

Dice que anoche fue el último de toda la universidad en irse. Se quedó con un amigo rolando unos puritos y hablando de la cohesión social (les juro, de eso dice que estuvieron hablando más de cuatro horas).

Eran las tres de la madrugada cuando le sonó el teléfono al amigo: era una emergencia, había estallado el tambo de gas en la casa, y un vecino estaba herido. Pues sin despedirse se largó, dejando sin jalón a mí hermano.

Recogió sus cosas, guardó en un hoyo las que no se atrevía a llevar por la hora, y empezó a caminar. En la garita de salida no había nadie, pero la tele estaba prendida. Esperó un par de minutos y, como el conserje no llegó, optó por marcar el mismo su tarjeta.

No había caminado mucho cuando oyó escándalo de riña. Aquel se armó desde hace unos meses, con esto del estallido de la violencia, y se armó muy seguro de usarla tanto para sí mismo como para defender a desarmados. Entonces, la bulla lo condujo hasta el callejón de la esquina, donde observó a tres individuos que cercenaban las orejas del conserje.

Inmediatamente desenfundó y empezó a disparar contra los maleantes, quienes así, ante su vista, desaparecieron.

“Se lo juro mano, como si mi cuete hubiera sido un desintegrador molecular, desparecieron. No sabe la angustia que sentí, porque allí ni con pistola ni con rosario.

Eso era cosa de otro mundo, ¿y si ahorita aparecían en mi espalda? No sabe hermano. Y mientras el conserje desangrándose en el suelo, inconciente o muerto, yo no lo sabía. Yo sólo estaba petrificado ante la escena.

Entonces empezó a oler bien fuerte, como a amoníaco. Reaccioné un poco y me acerqué al pobre hombre. Una mano se le movía convulsivamente y pensé que estaba vivo. Pero le vi la cara y, mano, le habían sacado los ojos y el tabique de la nariz. Era un desastre y me volvió el pánico. Pensaba en moverme, largarme, pero no podía usted, estaba completamente friqueado”.

Se dejó caer sobre la grama, sacó un cigarro y se lo fumó de tres jalones. Luego forjó un churro y me lo dio a encender. Yo no podía pronunciar palabra. Además, siempre lo consideré exagerado por eso de comprar pistola, pues en Xela no hay tanta delincuencia pues. Aquel es, según yo, un sicótico por leer la prensa, y en la prensa vienen noticias de la capital. Le pregunté qué se había metido y se puso a llorar diciendo que nada, que me juraba que no se había metido más que tres puros.

“Mire usted, no se qué me pasó. Ese olor no sé que putas era, pero me borró lica. Luego mano, no me acuerdo muy bien como, pero aparecí en la casa del Luis Ángel, sentado en el comedor con aquel y la Mursia. Puta, la Mursia estaba en pelota, usted, y aquella está en baloncha mano, no entiendo mano, me estoy volviendo loco usted.

Tenían la mesa servida y, usted conoce al Luis Ángel y la Mursia mano, ellos no cocinaron eso, yo no entiendo nada. Era como comida de rico usted y yo no sé en qué andaba porque me reía, aquellos son cuates pues, pero en un momento, como por instinto, agarré el tenedor y le entre al plato que más cerca tenía de mí. Mientras llevaba el bocado a mi boca, el tiempo se me volvió lento otra vez, como cuando me entró el pánico frente al conserje. Los vi a aquellos y el Luis Ángel ya se me tiraba encima con el cuchillo y lo que me iba a comer era una orejea. Entonces vi los ojos en otro plato, que con la salsa se disimulaban mucho, y uñas por allá, y pelo decorando el pichel con sangre, no sangría, ala gran. Todo se volvió claro en mi confusión y me caí de la silla. La Mursia intentó alcanzarle mi pistola al Luis Ángel pero se trabó con no se qué y se cayó y se pasó llevando a aquel, que cayó con el cuchillo sobre la panza mano, y se abrió, y el feto se movía mano”.

Otro cigarro, otro puro.

“Mano, qué voy a hacer, me perdí de la realidad, aun le puedo hablar a usted y contarle, la U sigue siendo igual pues, pero míreme mano, puta, estoy loco, como es posible. Y es que aparecieron otra vez de la nada esos pizados del callejón mano, y agarraron al feto y se lo empezaron a comer como salvajes, arrancándole una piernita y la otra, mano, y yo lloraba tirado en el piso mano, y otra vez el olor a amoniaco mano, y a despertar allí en la zanja, cabal donde está el hoyo donde guardo la mota, y lo llamé a usted, para que viniera”.

Imagínense cómo estoy de aturdido. Apagué la grabadora, le di media pasta y me lo llevé al carro. Allí se durmió y me lo traje a Guate. Como a las diez llegamos con el Güicho y, buena onda, lo atendió de una. Le zampó no se cuantos pinchazos y hasta le hizo un lavado. Lo dejamos internado y nos fuimos a almorzar. Ya eran como las tres de la tarde. Me moría de hambre y quería una chela. Fuimos ahí nomás, al restaurantín de la esquina. Yo pedí costilla ahumada y aquel pidió caldo de oreja. Bueno, y mi hermanito se estabilizó y ya estamos un poco tranquilos, por eso les escribo. Parece que esa angustia la producen esas amebas raras que descubrieron en los tacos de la U, o sea que aguas muchá.

viernes, 24 de abril de 2009

bienvenido Orlando

Sin Título
Por Orlando Gutiérrez

- Salta ! Salta! Salta! - le dijo una voz en su interior.

Sus piernas no lo dudaron. Sintiò una oleada de euforia, los
saltos le permitìan llegar a otras dimensiones. De repente abriò los
ojos y dejo de saltar. Todo a su alrededor era de color
rojopurpuraamarillo. Las personas, la lluvia, las edificaciones, el
parque, el perro.

Caminò a travéz de la avenida rojopurpuraamarillo, se detuvo a
observar el escaparate de una tienda de obsequios. Sobre una mesa se
encontraba una cajita de música en forma de corazón, adornada con
finos detalles de encaje, perlas y lentejuelas, todo de color
rojopurpuraamarillo - Que mierda mas horrible - pensò. Pero el
morbo por lo desagradable, la impulsò a entrar y preguntar a una
dependienta gorda de aliento espantoso, por la cajita musical.
Cuando la abriò apareciò la tìpica bailarina de cuerpo fino
y rasgos diminutos. Llevaba puesto un vestidito digno de una princesa
(rojopurpuraamarillo). Le diò vueltas a la llavecita para que la
princesa diera vueltas y sonara la mùsica, sin embargo , cuando lo
hizo, quedò sorprendida al escuchar una melodia guapachosa y
escandalosa. La princesa daba vueltas, se movìa de un lugar para
otro, alzaba los brazos, sus caderas se meneaban. Claro!, ella
bailaba musica tropical, No tenía porqué pensar en tristezas ni cursilerías.
Soltò un par de buenas carcajadas.
No lo pensò mas, comprò la cajita musical y salió de la tienda.

miércoles, 22 de abril de 2009

para comentar cosas que no sean de los textos

Para ir evitando los mails, posteo este. Aqui tenderemos los comentarios para cosas como temas para próximas entregas, etc.
SAludos!!

martes, 21 de abril de 2009

segunda entrega: futuro

El hombre del futuro

Por Pablo Robledo

Termino la Semana Santa. En realidad fue un alivio increíble. Ya no soportaba la sensación de fricción entre miles de cuerpos embriagados. El desahogo de frustración vomitándose por las calles, en los bares, en las abarrotadas discotecas. Abarrotadas de amor incomprendido, de amor pasional y pasajero. Risas sueltas disolviéndose en el humo y el ruido.

El lunes regrese a la Ciudad. Trafico liviano, humores post-catárticos aceitando de nuevo la maquina que acelera despacio. Llegue sin problemas a casa. Varios recibos y cuentas por pagar incluida la renta. Como no me fue nada mal, decidí llamar inmediatamente al casero. Salde cuentas y por la tarde regrese a casa a tomar una ducha. Mi plan era fumarme un puro y hacer absolutamente nada.

En realidad estaba tan cansado que cuando pegue la cabeza a la almohada ya estaba dormido. Me dormí sin darme cuenta, repasando el asueto. Sueño a las chicas, a los borrachos, un mar de gente que se diluye poco a poco hasta transportarme a un lugar desconocido con gente desconocida pero que se me hace familiar. Estoy sentado bajo un árbol con mucho follaje y me pregunto que estoy haciendo aquí. En ese preciso instante escucho una voz me llama por mi nombre.

Es un mono, se llama Juan Noj y me pide que lo siga, tiene algo que quiere enseñarme. Noto que soy un mono también, que tengo cola y que no se me hace difícil brincar de una rama a otra. Atravesamos selva y llegamos hasta una ciudad habitada por humanos. Ya no me siento más mono y el mono es humano o lo parece. Vamos caminando y la gente parece no vernos. Los perros nos ladran y tratan de intimidarnos. Pregunto el porqué. Juan me contesta que la gente no puede vernos, pero los perros sí. Las calles me parecen conocidas pero no logro descifrar en donde nos encontramos. Eventualmente llegamos a una casa y tocamos la puerta.

Un tipo nos abre la puerta y mientras sonríe nos deja pasar. Adentro hay cuatro tipos más. Todos se comportan con camaradería y todos están vestidos con alguna prenda roja. Juan me presenta con todos y me dice que es el equipo del cual estoy a cargo. Yo también llevo una camisa roja y apenas la percibo en este momento.

No termino de preguntarme qué diablos estoy haciendo allí cuando de pronto alguien toca la puerta. Como estoy más cerca abro y hay tres tipos afuera, también vestidos de rojo. Estoy a punto de dejarlos pasar cuando uno de los tipos que recién acabo de conocer adentro, salta de su silla para asomarle un golpe a uno de los recién llegados. Los otros le siguen y se arma una riña. Los tipos de afuera se transforman en sombras liquidas y se escabullen a una velocidad increíble, me lanzo sobre una y me paraliza. Cada vez que las tocamos quedamos paralizados y se escurren de nuevo. Huyen.

En este momento, me despierto inquieto.

Estoy sudando a mares, hace calor en la habitación y además estoy agitado. Me levanto por un vaso de agua. Veo el reloj del teléfono y son las 5 de la mañana. Ya no tengo sueño.

Menuda conciencia la que tenés cabrón, me dije a mí mismo.

Si, de vez en cuando también me ponía existencial. Sabía que era un hijo de puta por convicción y que tenía deudas a mi conciencia. ¿Pero quién no las tiene? En este mundo todos son caníbales y si no te pones las pilas te toca comer las sobras o tu propia carne.

Como no podía conciliar el sueño decidí fumarme un puro y ponerme a pintar. Llegue al taller justo en el momento en que podía sentir el efecto. Un periódico puesto sobre la mesa me llamo la atención. Hojeé las páginas rápidamente y uno de los titulares hablaba de que nuestro presidente recién electo era un asesino confeso. Defensa propia, según él. Este es el tipo de noticias que cuando se está pedo te deja pensando. Claro al final la conclusión es que todavía no se pueden resolver los problemas con ideas. Hasta me causo simpatía el tipo este. En la foto posaba una sonrisa.

No estamos solos, habremos muchos hijos de puta. La única diferencia son los hipócritas que juegan a ser tibios. Supongo que entre millones de personas ha de haber gente buena pero todavía no he tenido la suerte de conocer a ninguna. Tal vez en otro lugar, en otro país o en otro planeta, pero nunca he vivido en ningún otro lado que en esta ciudad. La analogía de selva de concreto le sienta bien, el darwinismo corre por sus venas. Las esquinas de la pirámide alimenticia abren sus fauces y se traga a sí misma. El ojo que lo observa todo lucha por mantenerse a distancia a costa de balas y cadáveres, hechos de interés compuesto. Sálvese quien pueda.

La vida aquí es insoportable pero nadie se suicida. Nos gusta darnos tiempo para esto. Nos gusta hacerlo lento. Y pensamos en el futuro.

Nos imaginamos un mañana mejor. Ser mejores personas, un mejor auto, un mejor puesto en el trabajo, un mejor salario. Ser un mejor esclavo, mejor adiestrado. Somos la gente del futuro y nada nos detiene, ni siquiera nosotros mismos. La rueda gira suspendida en el eje del temor. En el temor de que descubran que muy en el fondo si eres capaz de pensar en algo mejor. Que tu alma es capaz de sonreír. Cobardes, eso es lo que somos.

Tenemos miedo de mandarlos a todos a la verga. De decirles ya no más. Ya no más de la misma mierda. Déjenme vivir la vida como me mejor me parezca. Si me he de comer mierda que sea mía y de nadie más.

Ellos lo saben. Siempre han estado aquí. Riéndose a nuestras espaldas. Imponiendo las leyes, haciendo que exista la gravedad. “Este es el suelo señores y de aquí nadie se levanta”. Prohibido volar. Ellos manejan los hilos. No son tan fuertes en realidad, pero sus marionetas están dispuestas a hacer explotar el mundo en llamas. Quieren incendiar Roma para hacer un poema. Quieren hacer estallar de júbilo a la gran ramera y la gran ramera somos nosotros. Ondear sus banderas al ritmo de fanfarreas marciales, en lo que un Cristo redentor baja del cielo a barrer el suelo.

Mientras tanto, vamos a la iglesia o al circo, que es lo mismo. Y nos abstraemos de mundo mirando como 11 idiotas corren detrás de un balón. La cañería está rota y es un desagüe. La sangre se evapora al salir de nuevo el sol.

Mañana pintare otro cuadro. Mañana.

segunda entrega: futuro

El ciberespacio no perdona

Por Claudia Navas


a. El Chisme Internacional

Me enteré por FACEBOOK….

Sí, ahí se anunciaba y bueno, yo por acá a tanta distancia, pensé, es bueno oir hablar en chapín y agarré para allá, pero ohhhhhhhhhhhhh, sorpresa, no era lo que yo pensaba, ese tipo es un charlatan.

b. Después de una feria del libro

Yo lo ví, lo vi en su BLOG

Ahí claramente escribió que ella es una farsante, que todo es una pose, que se viste para la ocasión porque eso le reitera beneficios, la faja, el tocoyal…, ¿se burló?, ¿o simplemente dijo lo que pensaba?, yo no sé, pero a mi me contaron que una amiga de él la vio feo el otro día, ¿qué se creera esa pelo pintado? Envidiosos que son pues.

c. La indiscreción on line

La cortó en Twiter

L. Es más práctico no crees.

C. No sé, ellas son artistas.

L. Uno se entera de todo.

C. Eran gays.

L. Como tu ex.

C. ¿Cuánta gente ve esta conversación?

segunda entrega: futuro

El último Homo Sapiens
Por Lucía Escobar

Hoy por fin he vuelto a descansar. ¡Pachamama, tu madre! Hijos de cien mil putas. Liliputenses de mierda, torturadores, explotadores, vende madres. Me los sacudía como pulgas y sólo gemían, pero se multiplicaban como ratas.
Me lo dijó el Bronotosaurios, y no lo escuché. Cuídate de los que caminan en dos patas y no temen al rayo divino. Sacúdete a los que buscan preservar el fuego para siempre, los que se avergüenzan de su piel y su pellejo y deben robar la piel de otros animales para sobrevivir.
Muerto el último de su especie, mi cuerpo por fin comenzó a descansar, a volver a sentir placer. ¿Cuánto tiempo tardaré en desintoxicarme del todo? ¿Cuánto tiempo para que la sequedad de mi dermis vuelva a tersarse, a llenarse de plantas, árboles, hiedra?
Esos humanos incapaces de aprender. Doce mil años tardaron en armar su poderío y en acabarse a ellos mismos. Pasaron por mi existencia como un alarido de guerra, pequeño y repugnante.
Algunos, los más ingenuos, pecaban de egoísmo, salvemos a la Tierra, gemían, cómo si de verdad pensarán que podían hacerme algún daño grave, cuando todo su odio estaba sólo contra su propia especie, débil y maligna.
Bailo con el sol, bailo con las estrellas, y no tengo ya quién me arruiné la existencia.
Hoy murió por fin el último homo sapiens, hay una fiesta en mi corazón.

segunda entrega: futuro

Futuro Mutante
Por Isabel Zuleta

Caminará en un día que amanecerá nublado pero dejará ver un solecito que será de agradecer. Caminará, porque si caminó ya fue y se sabe hacia dónde y qué pasó después, y este hecho puede llegar a ser particularmente aburrido. Y si camina ahora, es con cierta consciencia presente pero de cualquier manera, no sabe qué pasará una cuadra después, quien vendrá, la mirará, sonreirá, un hola, un café, muchas palabras y dormir juntos, quizá sexo paralelamente ameno a la conversación y sentimientos buscando excusas para aflorar. Ella se llamará Paula, Isabel, Luna… El/ella se llamará también de alguna manera, de algún nombre, como todo y todas/todos tenemos nombres, acto seguido se llamarán mutuamente y mutarán sus expresiones, una mirada al azar, sin embargo profunda (a ti te tenía que ver). Mirada al suelo (a ti te tenía que encontrar) una pluma blanquísima, pero sólo habrá visto una paloma blanca en esa plaza. Pensará: Mensajes mirada pluma ¿Mensajes de qué?

Puentes que se abrirán (nocturnos de preferencia)

Siempre tendrán miedo porque la peor pareja son el corazón y el tiempo, al derecho o al revés, el futuro que se muta en pasado dolorosamente, estúpidamente, constantemente y corazón que se queda ahí aguantando.

segunda entrega: futuro

La cámara

Por Quique Martínez

El pueblo regurgitaba de emoción por ser el centro de atención mundial. Por primera vez la reina del café y la madrina de los deportes lucían sus coronas, al mismo tiempo que el alcalde su banda a rayas con los colores del escudo edil. Su mujer había almidonado cuidadosamente el cuello de la guayabera cada noche en los tres días anteriores. La banda del Liceo tronaba en los tambores una marcha de guerra tan solemne como la ocasión lo ameritaba. El padre de la iglesia, también bajo el toldo de honor, desaprobaba cualquier avance tecnológico – como Dios manda – pero no podía perderse la ceremonia, más por tener tema para el sermón del día siguiente que otra cosa.

Al lado de la tarima se encontraba dispuesto otro toldo igual de digno, con bancas para los medios invitados. Se habían girado cartas para las agencias noticiosas más importantes del mundo. Lastimosamente sólo un par de periódicos amarillistas del país y un noticiero del mismo corte en Miami habían respondido, lo cual fue aprovechado por los trabajadores de la casa de la cultura, quienes se habían encargado de la publicidad, para colocar a sus familiares y amigos y darse el paquetón de importantes. Igual y había qué hacer bulto para que en las fotos no “mermara la presencia humana”. Al parecer a los periodistas les había quedado un poco de miedo por un imprevisto ocurrido unos años antes durante la inauguración de un hoyo negro. Y luego también estaba la cuestión del linchamiento a los fotógrafos daneses acusados de entrar a robar unas gallinas a unos 30 kilómetros de allí.

Doña Sonia contemplaba la multitud desde el balcón del segundo piso de su casa, la cual quedaba en una esquina como a un lado a dos cuadras del parque, frente a la tienda “La Paciencia” y al lado de la panadería “La Bendición”. Era un mejor lugar para presenciar el espectáculo porque no llevaba sol, estaba sentadita y con un poco de café. A sorbos comía ansias porque todo terminara, no por desagrado sino por esa gana de que pasara algo y pronto, como cuando uno ve un cuete encendido y espera a que truene. Se miraba sólo un costado del tumulto y había que torcer la cabeza un poco, pero no había gente pegosteándose y restregándosele, eso era bueno.

Su sobrino Carlitos era uno de los voluntarios para el experimento. Lo habían escogido porque hablaba un poco de inglés y porque su tacuche era bastante presentable, ya que tenía que salir bien en las entrevistas. Por eso, Doña Sonia había también cosido vestidos para sus tres hermanas y su madre, ya que toda la familia seguramente iba a ser presentada ante las cámaras. Aun así, había sido muy comentado en el barrio la injusticia de que se escogiera a Carlitos, con los antecedentes que éste tenía.

La emoción era evidente y particularmente representada por las miles de banderitas de papel de china en colores brillantes que los pobladores, en especial los niños, sacudían enérgicamente al ritmo de la banda.

Finalmente apareció un hombre de café en la tarima y, gesticulando en el aire, indicó al a banda que callara, a lo cual obedecieron luego de que el director subiera y bajara el palo con las borlitas tres veces.

- Buenos días excelentísimo señor alcalde…de…de..de..de..de, distinguida señora esposa del excelentísimo señor alcalde…de…de..de..de..de, honorable señora madre de la distinguida señora esposa del excelentísimo señor alcalde…de…de..de..de..de………….

Y así toda la pompa y primer y segundo punto con himnos y juras y discursos y presentaciones. Tres horas en total y Doña Sonia entró a cocinar una sopa minestrone de sobre y una ensalada de aguacate para almorzar y la dejó lista para regresar a comerla cuando terminara la ceremonia. Igual y no se perdió lo más importante, cuando finalmente el científico alemán que había vendido el proyecto se paraba frente a todos para explicar lo que su tan esperado invento haría y qué era lo que se esperaba. Igual y nadie entendía pero qué alegre estar ahí y comprar mangos con pepitoria y ver a las batonistas dar brinquitos (pim pim) con sus botitas blancas.

Lo que Doña Sonia entendió, que fue poco, fue que el experimento, una cámara transportadora de la materia en el tiempo hacia el futuro, era de invención alemana pero totalmente fabricada ahí mismo, en el pueblo, por el mismísimo científico Don Alemán, ayudado por los voluntarios que habían sido seleccionados por sus capacidades extraordinarias y que habían jurado mantener en total secreto las características del proyecto para que no fuera robado por ningún otro pueblo aledaño. Mientras iba explicando, las señoritas batonistas, paradas alrededor de la cámara, señalaban con sus palmas abiertas y con movimientos elegantes las partes que iba describiendo para que todos se confundieran menos de lo que se estaba hablando.

La cámara medía lo mismo de frente que de fondo y dos veces la altura que la millonésima parte de la distancia de la constelación de (aquí Doña Sonia no entendió qué dijeron pero sonaba como Tor Trix) lo cual era cabalísticamente calculado y representado por los escalones que ya en el interior debían de descender los voluntarios para llegar hasta los asientos que cómodamente los desmaterializarían y los transportarían en el tiempo hacia el futuro. Todo esto controlado por el mismísimo científico desde una silla colocada en la sala de control que se encontraba en algún lugar secreto, para seguir con la cosa de que nadie robara ningún dato.

Era perfectamente confiable, había sido utilizada a mediados del siglo XX de manera secreta por el ejército alemán, y los planos habían llegado a manos del científico como parte de una herencia de un tío lejano, y luego de haber explorado el mundo llegó a la conclusión de que, por su localización y condiciones geográficas, el pueblo era el lugar idóneo, si no el único en el que pudiera llevarse a cabo nuevamente el experimento. Aseguró que la cantidad de dinero utilizada, la cual había sido obtenida por el alcalde mediante préstamos y colectas y actividades y aumento de tarifas e impuestos y presupuestos, era una inversión que iba a ser recuperada luego de que los voluntarios fueran transportados por la cámara desmaterializadora hacia el futuro.

El plan era que los enviados viajaran unos años adelante, los que fueran necesarios, para contactar a los científicos de esa época, para quienes Don Alemán ya había escrito varias cartas de presentación con preguntas específicas. Luego de tomar nota de los avances tecnológicos y maravillas médicas y tomar fotos, video y muestras, inventarían con ayuda de los científicos una una cámara transportadora de la materia en el tiempo hacia el pasado, ya que la que ahí se encontraba sólo lo hacía hacia delante. Para ver los resultados habría qué esperar unos años ya que los cálculos en cuestión de tiempo nunca pueden ser exactos.

Era muy importante no asustarse con el proceso, porque en el interior de la cámara podían suceder muchas cosas, incluso explosiones, lo cual era parte misma del viaje en el tiempo. Pero lo más importante era tener fe y esperanza el progreso, porque independientemente de quiénes hicieran el viaje, el FUTURO había llegado a todo el pueblo. (EEEEEEEEEEEehhhhhhhhhhhhhhhhhh, banderita banderita)

Doña Sonia mejor fue a traer la sopa y un vaso de fresco para la ventana, porque justo en ese momento se veía al grupo de voluntarios entrar en una carroza bellamente adornada. Al mismo tiempo el científico alemán subía a un carro polarizado en dirección a los controles y escoltado por el grupo de inteligencia alemana que había llegado con él hacía ya varios meses.

Los muchachos y muchachas orgullosamente entacuchados y acolochadas bajaron saludando con la mano en alto a la multitud, quienes se atropellaban y machucaban por tocar a aquellos héroes que verían cosas inimaginables en el futuro. Los niños deseaban ser cómo ellos y ellas, los y las jóvenes deseaban casarse con ellos y ellas, y los padres y madres deseaban adoptarlos y adoptarlas y llevarlos y llevarlas, después que regresaran, a sus casas y escucharlos y servirles bocadillos de chocolate y azúcar y mucha harina y manteca.

Pero los bomberos no dejaban que nadie pasara, y los ayudaron a acercarse a la construcción color block, frente a la cual los esperaba el alcalde con una sonrisa y una llave en la mano la cual serviría para abrir la puerta de metal insulado, única entrada para la cámara. El alcalde los saludó con un abrazo o con un beso o con las dos, dependiendo de quién fuera, y uno a uno fueron entrando los voluntarios. El alcalde, quien nunca vio mayor cosa de los planos secretos o visitó la construcción ni mucho menos el interior, trató de echar un vistazo hacia dentro pero uno de los voluntarios, seguramente instruidos por el científico, lo apartó gentilmente, a lo cual el alcalde hizo un gesto de comprensión para luego cerrar herméticamente la cámara gris.

Como ya había explicado el científico anteriormente, había qué esperar un tiempo, el cual también era variable por la mística de los cálculos de la cámara, y luego él llegaría a los controles y desde ahí monitorearía a los voluntarios. Sólo había qué tener paciencia.

El pueblo se mantenía con relativa calma, todos al pendiente de lo que sucedería. Hasta las vendedoras de mangos con pepitoria se habían quedado calladas. Las banderitas ya no se movían tanto. Al alcalde le sudaba el bigote. El padre ya se orinaba y a la reina del café se le hacía panquecazo en los sobacos por el calor.

Mientras tanto Doña Sonia ya se había acabado el fresco, pero no quería irse a servir más porque con su mala suerte todo pasaba mientras ella se iba, como la otra vez aquella navidad y la quema de pólvora.

Pasaban las horas y no pasaba nada. A los niños se le salían los mocos y no les hacía ya tanta gracia. Poco a poco se empezaron a tener qué retirar, primero los ancianos, que ya no tenían la energía para esperar tanto. Luego el noticiero de Miami. Luego las madres con algunos niños pequeños, luego los que veían la novela de las cinco, incluyendo al padre que daba misa en la noche. Después se fueron los niños que tenían qué estudiar al otro día y quedaron los novios y los amantes y los solteros y algunas viudas de regreso de algún lado. Los bomberos, la banda, las misses, los periódicos amarillistas y poco a poco se fueron yendo todos, el último fue el alcalde y su mujer. Sólo había qué tener paciencia.

Doña Sonia se acostaba todas las noches al terminar el noticiero de las diez. Mientras se embadurnaba de cremas sintió un temblor que estremeció el suelo como si el infierno tratara de tragársela. Se cayeron un par de cuadros, el closet tiró polvo y la grieta de la cocina se hizo más grande. Fue un temblor como seco, no un terremoto, y además acompañado de un ruido grave que sonaba a emergencia. Salió corriendo a la calle envuelta en una bata floreada en donde estaba ya todo el mundo, huyendo de una posible destrucción. Ahí se dio cuenta de que la cámara transportadora de la materia en el tiempo hacia el futuro estaba destruida, y todo el mundo comentaba que “había pasado” ya, y se alegraba y vitoreaba y se lamentaba de no tener las banderitas.

Doña Sonia pensó en Carlitos. En cómo sería el viaje. Sólo era cuestión de esperar a que se inventara la manera de traerlos de regreso, tener paciencia. El futuro había llegado al pueblo.

Quique Martínez

Cuentos del Futuro

Lunes 20 de Abril de 2009

segunda entrega: futuro

Misión especial

Por J. M. Arrivillaga

Cierto día, cuando el hombre gris caminaba lentamente por la carretera, un aire tibio nada usual en esos territorios gélidos le levantó la mirada.

Frente a él, un radioactivador se tornaba rojo incandescente anunciando una inminente explosión.

Los radioactivadores habían sido colocados en todas la rutas vehiculares hace posos meses, para lograr por fin la vigencia y cumplimento de la Ley de Piloto Automático, que otorga la potestad de dirigir los medios de transporte a las autoridades de tránsito.

“Prohibido manejar su carro” decían los rótulos en la calle y en los anuncios de prensa, y si la policía retenía un vehiculo sin el ADS (Automatic Driving System o Sistema de Manejo Automático), no sólo se consignaba el carro sino que el conductor era dirigido hacia el Centro de Detención para Anarcos y Dependientes, con penas mínimas de cinco años de encierro, y multas que alcanzaban los trescientos mil oros.

Pero era tecnología implementada con mucha precipitación.

Los radioactivadores habían sido producidos en la región sahariana de Argelilandia, bajo condiciones climáticas radicalmente distintas.

El frío podría hacer que los reconectadotes utilizaran más energía para su funcionamiento, lo que en dado momento podría causar un calentamiento en las resistencias de transmisión.

El hombre gris lo sabía, pues siguió de cerca todo el reposesos de implementación del ADS. Le parecía una propuesta interesante siempre y cuando se hiciera bien. Pero la historia del país, tan llena de malas imitaciones, dejaba muchas dudas con cada acción que el gobierno emprendía.

Por si fuera poco, los radioactivadores habían sido encargados a una empresa ecuatoriana, nación normalmente relacionada con tecnología agrícola y no vehicular.

Pero esa noche prefirió seguir caminando. Como buen patriota ignoraría el inminente peligro, se haría el loco pues no soportaba las burocracias necesarias para hacer una denuncia tan sencilla como aquella.

Siguió caminando y al encontrarse a unos diez metros apenas de la potencial bomba, empezó a escuchar un zumbido ensordecedor que provenía de los cables de conexión del aparato.

Asustado, o más bien asustadisimo, empezó a correr. Pero una fuerza evidente magnética empezó a rodearlo, a atraparlo y apensa logró alejarse un par de metros.

En el instante, el aire que lo rodeaba empezó a tornarse fluorescente y los dientes se le durmieron.

Algo andaba verdaderamente mal y nada podía hacer.

- -

Un gran descarga caliente lo paralizó y de esta forma inició su viaje.

- -

Cerró los ojos involuntariamente y poco a poco el calor fue pasando.

- -

No sabe cuanto tiempo duró su inconciencia, pero al despertar se sorprendió al encontrarse atado a una camilla, dentro de un cuarto forrado por colchonetas blancas.

Un pequeño robot antigravitacional lo acosaba con su vigilancia. Cada parpadeo significaba una mirada láser penetrante, como primera herramienta disuasiva del pequeño custodio metálico.

A lo lejos, lograba escuchar los loops hipnotizantes de la heladería ambulante, por un lado, y por el otro los gritos fervientes de la sanguinaria secta del redondel de la calle norte.

Ahí supo dónde estaba: en la Unidad Antibacterial de Sospechosos de secuestro intergaláctico.

A ese lugar llevaban para interrogar a quienes detectaban el chip de microestado que los habitantes del planeta Solerilis implantaban a los terrícolas, para poder transmitir información confidencia sobre las ecología de los sistemas terrestres, considerados como una maravilla tecnológica del siglo XXXII.

- -

Entro el enfermero de bata celeste y le dio a tomar dos pastillas. Minutos más tarde, el efecto narcótico de “la medicina de la verdad” surgía efecto.

Entonces y sólo hasta entonces, el hombre gris empezó a recordar.

Al sentir la fuerte opresión que lo genero la descarga caliente que recibió, fue trasladado por medio de levitación hacia una cápsula criogénica en la que le trasladarían a Solerilis, ubicado a poco más de trescientos años luz e distancia.

La fusión de microcarbono que los salárianos había robado a la mafia siciliana, le permitían realizar ese viaje en apenas algunos segundos y si todo resultaba exitoso, incluso podrían adelantarse en el tiempo ara devolver al secuestrado incluso antes de la hora en la aparentemente había sido raptado.

Al narrar lo anterior al enfermero de celeste, fue trasladado a un quirófano donde relazarían la biopsia para retirar el chip y analizar las reacciones corporales del hombre gris ante el objeto extraño implantado en su costado derecho, aparentemente para utilizar el hígado y sus secreciones como estimulador cerebral, en función de la información que requerían.

Supuestamente la meta de los solirianos era reproducir los bosque frutales y los bosque húmedo terrícolas, considerados como las zonas más diversas del universo conocido.

Pero al hombre gris lo pelaba la ecología. No le enteraba en lo más mínimo. Entonces la presión generada por el chip lo estaba volviendo loco, pues trataba de contradecir sus principios y valores tan esmerados en su contracción durante años.

Al año y medio fue liberado al diagnosticarle una supuesta normalización síquica.

Pero el hombre gris en lo único que pudo pensar es en recorrer la misma carretera hasta encontrar el radicoactivador que dio origen a su historia.

Efectivamente, y luego de caminar tres o cuatro horas, se le apreció en el camino de la misma forma: a punto de estallar.

Esta vez el hombre gris sólo se sentó a esperar, en vez de seguir, en vez de correr. Nuevamente las sensaciones de calor y de fluorescencia se imprimieron en el ambiente y la descarga caliente le recorrió de nuevo el cuerpo.

Ya estaba aprendiendo. Cerró los ojos y fue transportado en la urna especial.

Al llegar a Soleriris Reaccionó y destrabó del agujero en su cordal la pequeña cápsula que había escondido con acido lisérgico y se la tragó.

Media hora más tarde, se allaba sentado en un salñon social, contando historias terrícolas a cientos de solirianos, muy emocionados con los relatos.

De esta forma, el hombre gris se ganó la confianza de los de aquel planeta, quienes lo acogieron como uno más de ellos y le otorgaron al residencia incontrolable y perpetua, una condecoración que muy pocos seres del universo conocido habían alcanzado.

El hombre gris se valió únicamente de sus destrezas narrativas y nunca más volvió a su planeta.

primera entrega: cuentos de semana santa

Virgen de pueblo

Por Claudia Navas

Justo cuando el sol me daba la espalda una vez más, vi a Raúl, manguera en mano, pararse sobre la banqueta, el agua irrumpía con fuerza el empedrado y yo pensaba en hacer bish. Sus tías se agruparon en el balcón aún con migas de champurrada en los bigotes y Roberto, Robertito, sacó un par de costales a la puerta, repletos de aserrín aún no teñido.

El olor a corozo era espantoso, tenía días de tener enrojecido el cuerpo gracias a esa ornamental pacaya gigante, así que decidí dejar de mirar tras la cortina el ritual de Raúl y Roberto, regando, cuadrando las manos y rascándose la cabeza, como cada año, siempre lo mismo.

Luego de untarme el cuerpo con Caladryl y de tomarme un poco de rosa de jamaica que sobró del almuerzo, me perdí en Velo de novia en el canal de Telenovelas, viendo al guapo ciclista alborotando a todas con esas licras pegadas, pedaleando, sudoroso…

El sueño me succionó y las imágenes del hombre en bicicleta, musculoso, febril, empezaron a confundirse con recuerdos aún en blanco y negro de Raúl con casco de cucurucho y un turno pegado al pecho, ese pecho que imaginé de almohadón en algún pasaje de mi existencia…

El aserrín caía como gotas de sangre del pedal de la bicicleta, y el atleta de licras azules y playera roja, con rostro a un solo tono de Raúl, iba perdiendo el grosor de sus tobillos, de sus camotes, de sus glúteos, cada pedalazo era como un suspiro de vida perdido y un chorrito de aserrín delirante que lo sorbía.

Mis ojos miraban perplejos esta acción, diluida un poco por el incienso incesante acompañado de tamborazos, de rezos, Raúl se perdía, se acababa en la peregrinación de San Francisco hacia al parque, rodeado de penitentes, cucuruchos sombríos de rostros incandescentes que rumoraban y sonreían.

Yo le seguía abatida sobre una mesa de 3 x 8, tapizada de arroz y jacarandas marchitas, mi vestido blanco ondeaba con el viento un tul razgado, transparente y sucio.

Raúl se desinflaba, su rostro envejecía y sus tías en el balcón cuchicheaban, mientras la miel de los jocotes se escurría entre las comisuras de sus labios casi yertos como ellas, enflaquecidas, oscuras, luctuosas.

El Ave María sonaba a lo lejos, y mi vestido blanco empezaba a estamparse de palomillas con centros calávericos, delirantes, llorosos.

Yo lloraba…. como la Magdalena, como ese día, como en cada sueño.

Los rastros de Raúl marcaban el camino y dibujaban la alfombra que precedía mi paso, un rostro aparecía plasmado en aserrín, el mismo que çel perdía a cada pedalazo, era el de Roberto, de Robertito, sonriente, triunfador, fatuo….

Las campanas retumbaban a lo lejos, la pantalla de la televisión anunciaba una blusa, faja, calzón reductor.

Tras la cortina, en la oscuridad de la noche, miraba a escondidas a Raúl esparciendo el aserrín sobre un trozo de cartulina sobre el empedrado. Roberto, Robertito, lo observaba, le sonreía, triunfador, fatuo, enamorado.

primera entrega: cuentos de semana santa

El caminante

Por J. M. Arrivillaga

Este no es un personaje con camote de andador. Ni siquiera es el más viajero. Sólo es un "x", un hombre cualquiera que no resalta, que no brilla, no escandaliza. Un hombre más bien gris.

Es tan gris que ni baila, tan gris que no canta, que no habla. Tan gris que sólo piensa mientras camina, como si alguien lo fuera a alcanzar, como si le forzaran a alcanzar algo que nunca sabe. Un hombre gris que camina rápidamente hasta llegar a su próxima guarida, como si alguien lo siguiera, como si algún tiempo se acabara.

Pero sí que sabe de guaridas. Las ha hallado hasta en los pueblos más remotos, o en las más grandes ciudades. Ha sabido encontrar corazones y tejados bondadosos, solidarios y respetuosos de su necesaria soledad.

Pero sí, es un caminante. Un intenso caminante gris, con mente de colores y corazón florido. Un caminante que sólo deja a la voluntad más fuerte del destino, una dosis de poder de vez en cuando. Por intenso.

Entonces viaja, conoce, observa, huele. Huele mucho pues es de su adicción entender esa parte sublime de los pueblos. La parte del olor.

---

Entonces, de la forma más indiferente, salió a la calle. Aparentaba que nada raro estaba pasando. Saludaba a los vecinos como si fuera un día normal.

Y lo era, de cierto modo, porque ningún día que parezca normal lo podrá ser, jamás. Eso, su extraña presencia decolorada, más bien gris, no dejaba de poner nerviosos a los transeúntes, como al chofer del taxi. ¿Qué le pasa hoy? preguntaban.

- A la Santander por favor –dijo quedamente mientras sacaba el billete de a cinco.

Entrar en esa avenida se siente como debe sentirse cruzar algún portal interdimensional. Así que a nuestro personaje le altera mucho. Y eso que es persona de pocas alteraciones, de mucha estabilidad. Tanta estabilidad que es más bien un hombre gris.

Detiene el taxi repentinamente y se baja, y con toda congoja empieza su griterío. Sí. El juega a colapsar el mundo pero nunca concluye. De eso se trata.

Recorre un largo camino sin moverse. Conoce cientos de personas sin que éstas se percaten. Es más bien un hombre gris. Tan gris que no se ve. Tan gris que no se siente. Tan gris que quizás nunca ha estado.

---

A ese valle rodeado de montañas le llega el olor atiteco en la versión, entonces, más gris que se pueda encontrar. El hombre gris desciende con los ojos cerrados, levitado, transportado desde su lago gris como perro, en dibujos animados, tras aromas apenas conocidos, irresistibles.

Al hombre gris le resultan irresistibles los olores de mundo que se suelen posar en ciertos lugares energéticamente alterados, raros. De eso tiene mucho el lugar donde el hombre gris inició su camino, de ahí la maña.

No llega prejuiciado. Es más, no sabe más de lo elemental antes de llegar.

Entonces se acomoda fácilmente. Encuentra un par de guaridas, un escenario y se pone a gritar. Es un buen lugar.

La gente se aglomera y sorprendida detiene el paso. El mundo para por un instante y cuando todo está por colapsar, de tan quieto, de tan gris, es que deja de gritar.

Ese es su juego y no le va mal.

Mientras tanto, juega también consigo mismo, a todo color, y se extiende en largos pensamientos, libres. Dentro del hombre gris hay, en verdad, un amoroso dictador de su propia vida, que lo reta a continuar, a replantear, a repasar la forma en que quiere vivir. Porque es intenso.

---

Al final de la tarde, se diluyen los colores sobre este hombre. La mente se le sale, los intestinos se le suben a la cabeza y en el hueco estomacal surge el tornado de mariposas.

Qué sensible resulta la piedra al lavarla, al encontrarla.

Porque este día que parece normal, pero no lo es porque ningún día que parezca normal lo podrá ser, jamás, se le acerca una de estas hadas madrinas que lo desnuda y lo pinta centímetro a centímetro, con sus dedos, sólo para dar color a su vida.

Lo pinta, lo viste y lo desnuda con cada color.

Entonces, el que solía ser un hombre más bien gris, se avergüenza. Hay demasiada pureza azul, demasiada intimidad. Hay demasiado camino por recorrer en su quietud; demasiado dolor que soportar, demasiado color.

Ahora, el hombre de color irradia impulso y se reprime. Sólo por los poros se le escapan la emoción y la ilusión. Y asusta. Sale a asustar gente. Y la gente se asusta con una sonrisa disimulada mientras se aleja.

El que solía ser más bien un hombre gris, llora por primera vez en su vida. Llora a ríos.

Los ríos se desbordan y el desastre empieza.

Después del temblor viene la calma. Una calma más bien gris que no se atormenta.

Y el hombre gris vuelve a salir. Sólo quiere ir y quedarse allí, exactamente en ese recorrido donde quizás un día lo vuelvan a desnudar, y a hacer llorar, y conquiste nuevamente su desastre personal que lo regrese a esa forma insípida, más bien gris, de existir.

primera entrega: cuentos de semana santa

Camino al Edén

Por Pablo Robledo

No existe crisis que pueda mermar esa ansiedad de escapar del hastío por una semana, de tirar la casa por la ventana, de embriagarse de olvido. Por lo menos así piensa la mayoría de las personas y aunque ese no es mi caso siempre veo aquí una oportunidad inigualable.

Después de varios días de cuaresma, de ir y venir de una procesión a otra por fin había llegado la semana santa. Una de las semanas más lucrativas del año. Así que como todos los años desde hace 5, me preparé para salir a trabajar mientras otros se preparan a vacacionar.

No es que mi trabajo sea muy demandante en realidad mucha gente ni siquiera piensa que lo mío no es trabajar. Están equivocados. Esto exige siempre mucha precaución y sobre todo estar siempre alerta. La vida de una persona puede depender de esto, la mía por ejemplo. No me gustan los trabajos sucios, pues estos solo demuestran mediocridad. Mi abuela siempre me decía que las cosas hay que hacerlas bien o mejor no hacerlas. Lo mío es un arte.

Lo más importante en mi negocio es saber no levantar sospechas. Hacerse invisible entre una multitud de gente parece carecer de dificultad. Ponerse una gorra, una playera con logotipo de marca de cerveza, lentes oscuros y una pantaloneta ridícula es lo más fácil. Fingir una sonrisa idiota, etílica, acompañada de pasos zigzagueantes y de un balbuceo ininteligible es otra cosa. Pretender que soy un estudiante de apellido rimbombante, que acaba de regresar de Europa puede algunas veces resultar más fácil.

Escoger un “cliente” también es importante. Es esencial saber calcular los valores que se pueden sustraer. A mi gusto, mujeres adineradas y divorciadas son el blanco perfecto. De vez en cuando alguna mujer casada y despechada suele caer en el engaño con la ventaja de que ya hecho el daño será incapaz de contarle a su marido como fue que su tarjeta de crédito quedo sin fondos. Además como bono puede ser que de cuando en cuando llegue a tener sexo fabuloso también.

Tuve que cambiar de ubicación unas 3 veces. De jueves a sabado anterior la pase en la Antigua viendo procesiones con Linda. Una chica extranjera que venía a realizar su tesis aquí por alguna razón. “I love it”, “Es fantásticou” maravillada ante la imbecilidad de cientos de marchantes pagando para cargar un enorme y pesado trozo de madera, vestidos de ridículos trajes hechos a la medida. Linda, blanco fácil, comida, hotel gratis y hasta tuvo la amabilidad de dejarme acompañarla al cajero automático para dejarme ver su número de pin.

Los 900 dólares que me “regalo” muy amablemente sirvieron en parte para pagarme un taxi privado hasta Panajachel. Decidí darme una noche de vacaciones así que salí a darme una vuelta a la calle para darle un vistazo al terreno. Multitudes de idiotas tomando licor hasta caer en coma. Un monton de salvajes deseosos de emociones fuertes, de sexo fácil, de platicas superfluas. Un jardín de las delicias.

En una de las discotecas conocí a un trío de chicas “bien”. No me costó mucho ganarme su confianza, además me permití invitarlas a algunos tragos y uno que otro pase. Despues de un rato logre conexión con una de ellas, Marta. No fue trabajo fácil pues tuve que soportar toda la noche sus problemas existenciales, su padre ya le había puesto un ultimátum para que ella se pusiera a trabajar y en un mes ya no recibiría mas el cheque al cual se había acostumbrado. ¿Cómo podría costearse ahora su vestuario, su cultura de belleza, el gimnasio y sobre todo la mucama? Además lo que más le daba pena era contarles a sus amigas pues la razón de esto era que su padre estaba al punto de la quiebra. Sentí lastima por ella, pero no lo suficiente. El sexo no era tan bueno, entre mojigatería y alguna educación con películas pornográficas gringas, había algo de mediocre. Tal vez era ese perfume dulce hasta el empacho, o talvez su cuchicheo infantil. Lo único increíble era ese enorme culo de zompopo presto para ser abusado y vaya que de rodillas me parecía mucho más sexy.

Se quedo dormida, registre su bolsa y no había mucho, definitivamente era una situación patética. Había invertido mucho dinero esa noche y no pensaba perderlo. Por suerte había un recibo telefónico y pude constatar su dirección, tome sus llaves y me largue.

Llegue a la capital a eso del medio día, suficiente tiempo para revisar su casa y sacar lo que encontrase de valor. Un reloj suizo, alguna joyería de oro y lo mejor de todo, dinero en efectivo guardado en una cajetilla de cigarros. ¡Qué ingenuidad por dios!

Ya estaba un poco cansado y apenas empezaban realmente las vacaciones. Pensé en ir al puerto de San José. Pero ir allí, hasta a mi me da miedo, pues ya una vez me ha tocado regresar en traje de baño, sin zapatos, si camisa y sin absolutamente un centavo. Son unos salvajes, son capaces de soltarte una bala por un pinche celular. No, tendría que escoger otro lugar.

Recordé que Marta había mencionado que algunos amigos suyos irían a Monterrico. Nunca había estado allí y me pareció muy buena idea.

Salí a vender las cosas a un conocido mío y luego pase a recoger mi carro, que hasta ahora había pasado toda la semana en el garaje. No me gusta manejar, pero no quería desperdiciar más dinero en lujosos taxis. Había un calor de los mil demonios. Una cola infernal para lograr salir de la capital en miércoles santo, ahora si, se había desatado el purgatorio y todas las almas salían con destino a algún lugar del cielo o del infierno. Música estruendosa de cuando en cuando en alguna caseta puesta por alguna marca de cerveza, mujeres en trajes pegados regalándote sonrisas pagadas por otros y alguno que otro refresco. Bañándote en anuncios, tapizando el paisaje de posters con chicas semidesnudas e inalcanzables. Oh el verano paradisiaco sacado de la fantasía de algún publicista maricón.

Creo que me estoy volviendo viejo y antipático. Solía gozarme esta época un poco mas, solía dejarme llevar como oveja al matadero sin chistar. Participar de estúpidas fiestas como la navidad. Lo creí todo, me deje arrastrar por la mercantilista enfermedad cristiana, la hipocresía de Santa Claus y la sifilítica esperanza de Jesucristo. Y encontré la verdad. Seguiría toda la vida atorado en este mundo de impotentes, haciendo cola al ritmo de reggaetón, a vuelta de rueda esperando a que el imbécil del auto de enfrente se esfume desintegrado junto a los miles de automóviles que se encontraban frente a mí. Haciendo cola para llegar al Edén.

primera entrega: cuentos de semana santa

La chica XL

Lucía Escobar

Lisseth estaba cansada, exhausta, agotada. No recordaba cuánto tiempo llevaba tirada en esa duna, ni hace cuántas horas que su bikini de puntitos amarillos, era una costra de mugre y tierra. Veía sus pies negros y no reconocía el pedicure francés de hace una semana, sus sandalias brasileñas habían desaparecido y le dolían los talones, los dedos, los tobillos. Estaba hinchada de tantos piquetes de zancudos, estaba quemada por el sol y sentía como si en lugar de cabeza tuviera un martillo gigante sobre sus hombros. Daría la vida por un alka setzler del de los anuncios, especial para estos días de excesos. Excesos. No recuerda cuando empezó su pesadilla, lo último que su cabeza retuvo fue la cara pervertida de su primo Erick, azuzándola para tomar tequila. No debió haber aceptado, si ya el cubetón de cerveza la había puesto lo suficientemente puta… como para no necesitar encima un tequila.

¡Que vergüenza! Va reconstruyendo pedazos de memoria con cada dolor del cuerpo. Ahora se ve encima de la mesa familiar, bailando como siempre había querido, como si fuese una mujer de club, dando vueltas alrededor del cocoquetero. Recuerda las ojos de lujuría de su tío viéndole el trasero, recuerda el coscorrón de la tía, sobre la panza de su marido, al descubrirle el libido incestuoso que sudaba.

Lisseth, saborea su boca amarga y descubre entre sus dientes, pedazos de la comida anterior, seguramente había vomitado todo el ceviche de camarón. Eso ha de ser los puntos que parecen sangre y en realidad son tomate seco.

Menos mal que ya va saliendo el sol, ahora podrá acercarse a la playa y se ubicara fácilmente. Solo será meterse un rato al mar, para quitarse tanta mugre y encontrar el camino a casa. ¿Cómo es que esta sola? ¿Cómo es que nadie la acompaña? Si cuando estaba borracha, tenía a más de cinco hombres sirviéndole, como perros olfateando su trasero. Los muy ingratos se habían largado. ¿habrá cogido con alguien? ¿Cómo saber?

Las voces le retumban en la cabeza. Se mezclan con el regattón, y el dame más gasolina, parece un mantra de mal gusto.

Otro tequila primita. Aquí le parto el limón mi sobrina hermosa. Quiere que la lleve a una fiesta, lejos de esta jauría,. Te estas pelando Liss, mira que hasta te le estas sometiendo al viejo, mejor venite a dormir ya. Detengan a la puta de Liss, que salió igualita a su madre. Otro tequila pues primita, para desinhibirse, no sea tan cuadrada. Que lindo le queda ese uniforme, le luce con sus curvas. Y esas son falsas o verdaderas, me deja tocar un poquito. A ver la llevo a recostarse ya tiene cara que le cayó mal.

¿Y el dinero, que había hecho con lo que gano como edecán XL?. Eso fue lo que la chingo, si no le pagaron con efectivo, si no en puras botellas. Malditos, esos cerotes, que gran baboseada le dieron. Ni que puta fuera, pagándole con cajas de esa mierda. Por eso es que empezó a chupar, de la pura decepción.

Poco a poco Lissh, va incorporándose, está hecha una mierda, no parece humana, no parece que tan solo anoche era una señorita, envidia de la familia, poseedora de las miradas mas ardientes del grupo. Que pasaría con la jauría, que pasaría con todos los hombres que ayer querían cuidarla. Liss se despereza y en ese instante siente un dolor agudo entra las piernas, Mierda.. cogió anoche, saber con quién putas, le duele ahí en medio. Y deplano que no uso condón, chingando.. quién sería el hijo puta que se aprovecho de su vulnerabilidad. Mierda, peor si el tío caliente, o el primo sifilioso y por que chingados la dejarían ahí tirada.

Lisetth se para, se sacude, el sol comienza a salir, y las siluetas, las sombras comienzan a tomar forma, es hora de caminar, de retomar su vida, la cabeza le va explotar, la entrepierna se siente como fuego, tiene arena metida en el culo y en cada parte “íntima de su cuerpo”, cada paso le duele mas, el rocé de la ropa con la arena y los recuerdos todos de pronto cayéndole como una lluvia de piedritas eternas.

Lisetth quisiera borrar el casette, pero los recuerdos están grabados y vívidos en ella. Son fuego que la quema, sol que la incinera.

Baja la mirada y se sacude la arena del cuerpo, del diminuto traje XL, de la piel bronceda. Camina lentamente hacia la pequeña calle del pueblo. Va cogiendo, cargando su cruz.

Justo tras ella, aparece la procesión y un Cristo bronceado, la sigue en silencio.