miércoles, 8 de julio de 2009

doceaba entrega: cuentos nocturnos, i

Mitch
Por Ixmucané

De no haber sido por la residencia donde viví en mi época de estudiante, no hubiera sabido que los vampiros se alimentan no de sangre sino de pizza. Por lo menos es lo que comía mi compañero de piso, Mitch, y yo estoy segura que él era un vampiro. No por su porte gótico. Conozco muchos góticos y ninguno de ellos tenía una vida exclusivamente nocturna, como la que él tenía. Trabajaba de noche como cuidador de edificios de oficinas o de parqueos. En el día dormía o permanecía en su cuarto – completamente oscurecido por medio de cortinas negras - estudiando. Nunca lo vi en la universidad. Yo creo que estaba en una universidad a distancia y mandaba las tareas por correo electrónico. Ya cuando empezaba a oscurecer, salía y ponía su pizza congelada en el horno. Cenaba a la luz de las velas, - no permitía que se prendiera la luz del foco mientras él estuviera allí – y platicaba con quien estuviera en la cocina. Luego se iba a trabajar.

El problema de los seres nocturnos es que tienden a sentirse muy solos. Una madrugada me desperté con sed y me fui a la cocina a tomar un vaso de agua y me encontré a Mitch sentado en una de las sillas, esperando a que apareciera un interlocutor. Esa noche no había ido a trabajar. “Qué bueno que estás despierta”, me dijo emocionado, y yo pensé en contestarle que no, que realmente no estaba despierta, que solo andaba sonambulando un poco, pero no tuve tiempo ni de decir “no”, ya que, casi sin pausa, me empezó a contar el por qué esa noche no había ido a trabajar, seguido del argumento completo de su película preferida, “El baile de los vampiros” - otra prueba de su vampirés – que había visto esa noche por milésima vez, para terminar con la queja de que uno de nuestros compañeros de piso se había comido su última pizza. Llegado ese momento suspiró con tristeza, lo que yo aproveché para escabullirme a mi cuarto, no sin antes ofrecerle mi pizza congelada a manera de ofrenda. El resto de la noche soñé con él, viendo como se avalanzaba hacia el congelador para atrapar a su presa, de salami con doble queso.

Hace poco me lo encontré en la parada del bus. Yo volvía del trabajo después de una jornada agotadora, por lo que me mantuve a una distancia prudencial para no entrar en su campo de visión, no fuera ser que quisiera chuparme la última gota de energía que conservaba, contándome todo lo que había pasado en los diez años que no nos habíamos visto. Estaba igual de pálido y delgado que entonces, el mismo pelo largo pintado de negro y agarrado en una colita. No había envegecido ni un solo segundo, era una copia exacta del Mitch de la residencia. Caminaba inquieto de un lado a otro sin mirar a su alrededor. De repente apareció una chica, peliroja, tan pálida y delgada como él. Se besaron un largo rato y luego se dirigieron, tomados de las manos, al restaurante italiano que estaba cerca. En eso llegó mi bus y me subí.
Miré hacia atrás y alcancé a ver que, antes de entrar al restaurante, intercambiaron una mirada llena de complicidad y sus sonrisas develaron dos pares de colmillos, blancos como la mozzarella.

4 comentarios:

  1. La onda de que los vampiros no comen sangre sino pizza me fascinó. Sin embargo, algo de la historia me dejó deseando más. Tal vez porque me gustó tanto la imagen me hubiera gustado que la explotaras más. Hasta ganas de robarme la historia me dieron :D Perdón. El final, lo de los dientes blancos como la mozzarela, fue perfecto.

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  2. Hola Quique,
    gracias por el comentario. Qué bueno que te gustó. Y para mí un honor que te haya gustado tanto la idea. En realidad está basada en un personaje real que conocí alguna vez. Y tienes razón, voy a trabajar más la idea.
    Saludos,
    ixmucané

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  3. quisiera publicar un cuento pero no se como entrar

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  4. Anónimo, ahora estamos en http://www.martesadas.blogspot.com

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