sábado, 20 de junio de 2009

décima entrega: cuentos históricos, JM

Cara de manatí

Por J. M. Arrivillaga

Era una cálida mañana y la humedad de la selva hacía insoportable convivir con los mosquitos. Sólo a los indios de lugar no les picaban, dicen que por comer mucho chile.

Rodrigo no soportaba el chile. Es más, extrañaba Málaga, el adorable puerto donde nació. El astillero donde su padre trabaja y donde su madre lo crío conformaba toda la experiencia de vida que tuvo hasta antes de su partida.

Pero esa mañana no era nada fácil. Extrañaba a Isabela. Un año antes, postrado por la influenza, la amada lo había llevado a su casa, al final del muro. - Aquí, o te olvidas del astillero o no vas a sobrevivir- le decía en tono amenazante a cada rato. Por toda la ciudad lo buscaban: en las tabernas, donde los amigos, donde cada una de sus pretendidas y nada. Nadie sabía de su relación con Isabela pues el padre de ésta había fallecido en un duelo con Rodrigo padre. Era una relación oculta pero constante.

Durante su secuestro, Rodrigo se recuperó y se convenció de mandar todo al carajo e irse con Isabela a Cádiz.

La amada se iría en dos meses y la oportuna influenza los había convencido de que debían estar juntos. Tenían la invitación de ir a trabajar a ese puerto e Isabela había confirmado su plaza.

Con lo que no contaban, vaya tragedia, era con el disgusto de Rodrigo padre, quien acordó con el almirante Vega una misión para su hijo en las Nuevas Indias. Zarparía en dos semanas y el viaje podría durar el resto de su vida, o su vida el resto del viaje.

El coraje le invadía e intentó fugarse, pero fue detenido en el intento.

Pero esa insoportable mañana no le cabía duda de que nunca volvería. Ya le habían asignado a Juliana Gómez como concubina y una cabaña en las cercanías del castillo de San Felipe del Golfo Dulce. Y sí, era un lugar paradisíaco, a no ser por los mosquitos.

Cuando no se encontraba de comisión y lograba pasar unos días en casa, practicaba un estilo de vida verdaderamente placentero. Ciertos días, como aquel, se deprimía y se ponía a escribir cartas a Isabela y canciones. Pero luego venía Uk'amik y lo consolaba con dulzura. Así le decía Rodrigo a Juliana desde una noche en que regresaba muy cansado y triste de Gumarkaj, donde aprendió entre otras a decir “acepto” en la lengua quiché, “uk'amik”). Esa noche no durmió por acariciar a Uk'amik. La olió y susurró cosas sorprendentes a su oído. Tenía casi un año de no ver a Isabela y por más que Uk'amik había sido aceptada y que se convencía día a día de que no volvería, noche tras noche soñaba largo y exquisito con la amada.

Poco antes del medio día, el encomendado tocó a su puerta:

- ¡Rodrigo Asturias de la Villa! ¡Atención!

- Buenos días mi señor, pase adentro.

- Traigo dos cartas para usted y la orden de mañana. Debo recoger por adelanto su crónica de la comisión a Santiago. Recuerde que al escriba se le dificulta interpretar su puño, trate de ser claro. El lo esperará hasta la noche, pero hágalo hoy. Mañana deberá encaminarse de nuevo a Utatlán, hay seis bestias con correspondencia que distribuir desde allá. Con usted van diez hombres y veinte indios.

- Es una orden mi señor. Por favor, reciba usted la bebida a Juliana que deseo preguntarle algo.

Rodrigo lo condujo al jardín y le hizo seña a la mujer.

- Disculpe mi atrevimiento pero debo ser franco con usted. Cada vez estoy más convencido de que nunca volveré a Málaga y que mis planes para Cádiz deben ser olvidados. Aprendo mucho desde que llegué y veo que en estas tierras puedo alcanzar el poderío y la riqueza. Sin embargo, quiero eliminar de mí la interrogante que cada semana me trastorna el alma y que las oraciones no logran responder.

- Dígame Asturias, que si de algo no se caracteriza mi persona es de intolerancia.

- Solamente quiero saber si usted conoce mi asignación específica y si sería prudente que no me acomode demasiado con Juliana, o si por lo contrario, le entregue mis sentimientos.

El encomendado soltó una carcajada sin el menor disimulo y le bromeó:

- Quiérase decir que nuestro comisionado más joven se complica con el amor.

Rió de nuevo.

- Le ruego discreción – interrumpió el joven con seriedad – hoy no me siento bien.

- Usted me perdonará Asturias, pero no lleva ni un año en comisión. Yo a su edad aún no partía pero ya tenía tres hijos. A usted le conviene no ser tan romántico. Además, deje de pensar mucho en su intimidad con la Juliana. Ella no es para eso. Espérese a formar su carrera y lograr que lo establezcan en Santiago, ya conocerá las criollitas que se crecen por esos lugares, o por Quezaltenango, la Xe Lajuj Noj que ha escuchado en Santo Tomás y Gumarcaj. En treinta años sin ver a mis hijos españoles, me da risa que usted piense en su asignación específica. Sólo con poder se puede volver y ni usted ni yo tenemos poder. Ahora, disfrute su día y cumpla con la ordenanza.

Rodrigo se quedó solo en el jardín. En sus manos, dos cartas empezaban a humedecerse por el sudor. Tomó su sombrero y se fue al río sin querer ver el remitente hasta estar completamente solo.

Al llegar a la peña, se sorprendió de lo esplendoroso del día. Dos manatíes nadaban desvergonzados, salpicándolo por momentos con estruendosos coletazos. Aun no miraba las cartas, pero se desnudó y se tiró al agua. Jugueteó un poco con el manatí más joven y salió a tirarse sobre el pajón. “Sentir el sol, sentir la vida, con la lagrima cayendo y la soledad comprometida” pensó, y de inmediato sacó su cuaderno y lo escribió.

Sólo hasta entonces sacó del bolso una carta al azar. Era su madre:

Querido hijo:

En esta cada vez más ahumada Málaga te saludo con nostalgia en el corazón y fuerza en el Espíritu Santo. La descripción enfática te la doy por causa de los faros que construían antes de irte. Le echan mucho aceite al carbón y la llamarada es alta, pero el hollín que nos deja las narices negras. Tu padre está postrado y hemos concluido que se trata del hollín el que lo enferma. La tos es seca y agobiante, y sus fiebres parecen incendiar el astillero. El Marqués ya lo dio de baja, ya no le está pagando e insiste en que nos mudemos. Tu hermano Cristóbal murió hace unos días en una riña con Lucas, el hermano de Isabela, que volvió del mar a encontrar la noticia. Porque la maldecida se fue del puerto y la culpa cayó sobre ti, querido hijo.

Cuando logremos conseguir un carruaje nos trasladaremos a Sevilla, a las tierras de tu tío Celestino.

El día que vuelvas, hijo, el astillero ya no será tuyo. Esa parte de la historia concluyó.

Ruego cada amanecer y cada anochecer a Santo Tomás de Castilla, porque dicen que es el patrono del lugar donde te basas, y espero que las impertinentes noticias que te he dado no signifiquen la perdida de tu bienestar.

Con el más inmenso de las amores,

Coralia, tu madre.

Sin asimilar mucho y con una extraña sensación de tranquilidad, pensó que su padre moriría pronto y que nunca visitaría su tumba. Sintió que no le importaba. Peor la muerte de su hermano, esa sí le daba para pensar. ¿A qué hora un amor tan puro se puede transformar en muerte? Estaba seguro de que su hermano defendía la dignidad familiar, es decir, murió de manera honrosa.

Isabela se habría ido a Cádiz, era un viaje confirmado. Ahora tomaría quizás un año lograrla ubicar y poderle seguir escribiendo.

Entonces metió la mano en el bolso y sacó la otra carta. El zenit pesaba sobre el papel y encandilado, cual alucinación, logró leer el nombre de la amada.

Rompió el sobre.

Extraño Rodrigo.

Te me haces extraño, allá en la lejanía. No logro imaginarte en tu cabaña con tu concubina. Los celos me asfixian. Pienso que pronto tendrás hijos y que las cartas que con tanta dulzura y poesía me has enviado son una mentira. Pudiste huir, pudiste intentar recuperarme y marcharnos a Cádiz, pero fuiste un niño. Un niño que nunca pudo hacer las cosas claras. Un niño que no supo como tocarme, que no pudo llevarme a la pasión. Un niño confundido. Pero sí, también soy una niña que nunca supo hacer las cosas claras, una niña confundida. Mi amor traspasó las circunstancias y ahora emprendo la única aventura por el corazón que dirigiré en mi vida. He conocido un galán capitán naviero que ha poseído tierras en una isla llamada Dominica, en algún lugar del océano. El me sacará por fin de esta tierra infernal que me convirtió en ramera.

Pero la aventura de corazón no es por el Capitán Illastina. Es porque si en barco te fuiste, en barco lograré llegar hasta ti, y espiarte, y verificar con mis propios ojos tu felicidad, y así dar por concluida mi vida. Pero si al hallarte la felicidad no está, sabrás reconocer mi olor y hacerme participe de tu vida para juntos encontrar la sonrisa.

Entonces, talvez ya no seremos niños y podremos asumirnos con elocuencia.

Tuya,

Isabela

- - - - -

Desde aquella mañana calurosa pasaron los meses. Efectivamente, Uk'amik quedó embarazada y supo seguir siendo la adorable compañía que tantas veces sacaba de la tristeza a Rodrigo. Y este, día a día se sorprendía viendo al horizonte, jugando a engañarse con que Isabela llegaría.

Pero un día lluvioso, entre la humedad y los mosquitos, Uk'amik se paró de frente y con su difícil castellano le dijo:

-Oiga Rodrigo, que usted me engaña, que usted me hace creer que soy su mujer. Usted me trata muy bien y cuando se va a la comisión a mi hace falta, me da frío del corazón. Pero usted no entiende que no tiene por qué decirme la mentira, si yo no soy tonta, si yo le puedo dar mi vida a usted y a la gente que sea de usted.

-Mi tierna Uk'amik, cómo me conmueve. A Isabela no le he dicho que también la amo a usted. Y mire que hasta ahora me lo digo a mi mismo. Para que negar que mi corazón está partido, para qué negar que siento amor. La otra vez el encomendado se burló de mi pero en lo profundo siento luz cuando pienso en usted, y en Isabela. Cada mañana que me siento protegido con su piel, me siento feliz, y temo que Isabela aparezca y no reconozca mi falta de ella. Sí mi tierna Uk'amik, a la otra la tengo perdida en la geografía y a usted la tengo prohibida, porque un día me mandan a Cartagena de Indias, o a Guadalajara, y usted se queda aquí, nadie me la lleva. Mi vida es un desastre, pero mi corazón tiembla y pude hacer estallar volcanes.

-No diga así usted Rodrigo. Yo no lo juzgo si yo se su vida, si yo lo veo dormido, si ya conozco sus sueños. El único que puede estallar es usted, y no nos haga eso.

Esa fue una conversación que más parecía corazonada. A la mañana siguiente el encomendado lo citó y le entregó una orden de urgencia. Debía partir en ese momento hacia Santiago y recibir instrucciones precisas por allá.

El invierno era duro, el camino se transformaba en un río espeso que se adhería a los cascos de los caballos, haciéndoles caminar lento, muy lento y cansado. Tuvieron que parar muchas veces y el viaje tardó una semana.

Al llegar a Santiago encontraron un gran tumulto en la Capitanía. Cientos de soldados esperaban dispersos por la plaza y una cantidad impresionante de carruajes se alineaba ante el palacio.

Rápidamente, Rodrigo averiguó que lo que ocurría era una sublevación en San Cristóbal, donde los indígenas quichés se rebelaban a la Corona.

En la Capitanía le entregaron una nota personal del gobernador, que decía:

Señor Asturias, sea usted bienvenido a la Capitanía General. Seré breve. Los ocho comisionados de la región occidental se encuentran en la sierra. Nos es urgente entablar contacto con los rebeldes de Totonicapán, cuyos cabecillas se encuentran en la villa de San Cristóbal, apostados dentro del convento. Se dice que los franciscanos están con ellos y es un extremo que hay que verificar. El camino es duro, ha llovido mucho, pero la comitiva tiene caballos de descanso, para poder acelerar el paso la máximo.

De Gumarcaj deben ascender a la cima de María Tecún y sólo ahí podrán descansar y reabastecerse. Estimamos que en tres días estarán en destino.

Los indígenas demandan independencia de la Corona y es nuestro reto resolver sin violencia, porque se dice que los quichés podrían convocar un ejército de cien mil hombres y contra eso no podríamos ni con los refuerzos de México. Usted viajará bajo la identidad de Reverendo, y tratará de utilizar dicha condición eclesiástica para persuadir a los franciscanos. A partir de su llegada, deberá enviar dos corredores diarios para informarnos los acontecimientos.

Se que usted no tiene experiencia en esto y su riesgo es alto. Por tal motivo le ofrezco que, de superar la crisis positivamente, nombraré su traslado al destino que escoja, aún si este sea Málaga.

Dominica, pensó, y asumió la postura clerical para enfrentar, desde la región de Tecpán, la hostilidad indígena a la presencia española.

Al llegar al convento de San Cristóbal, la gente empezó a aglomerarse en torno a la comitiva. La tensión del ambiente era aterradora.

Rodrigo tocó el portón y un franciscano los recibió. Ya adentro, escuchaban sólo los murmullos de una multitud alterada.

El fraile lo condujo hasta la sacristía, donde mantenían asamblea los coordinadores de la sublevación.

Al entrar, recorrió una a una las caras de los presentes, en su mayoría quichés, hasta toparse con un conato de infarto: Isabela.

----

En Málaga, durante el apogeo del astillero, se asentaron decenas de familias migrantes, provenientes de poblaciones porteñas de todo el mundo conocido. Había ocurrido un fenómeno social al desplazar a los malagueños tradicionales hacia las afueras de la muralla. Los malagueños progresistas habían logrado fundar una ciudad pujante, muy económica. Lograron sacar de cada forastero lo mejor y de esta forma construyeron una comarca respetable y codiciada.

Los tradicionales se oponían pues consideraban que todo este movimiento atentaba contra su seguridad y desvirtuaba, al inducir estatus ostentosos, la apacible vida que aprendieron de sus antepasados.

Por la fuerza, fueron reubicados hacía medio siglo en la zona más quebradiza de los acantilados al este de la muralla. Casi todos los varones adultos fueron muertos frente a sus familias, y los nuevos adultos se hicieron de una reputación bastante revoltosa, resentida. El abuelo de Isabela había sido ejecutado y exhibido en la horca durante varias semanas, en la parcela asignada para su familia, y aunque ella no nacía aún, el trauma de la experiencia le fue transmitido con la misma intensidad de quienes vivieron en carne propia los acontecimientos de aquel año.

La situación alimenticia de los tradicionales se volvió paupérrima y, como si con hambre se alimentara la rebelión, se convirtieron en un pueblo guerrero, pero sin la fuerza para enfrentar a ningún contrincante. La generación de Isabela, por tanto, se crió en un ambiente de frustración. Muchos morían por enfermedad común y de los que nacían, la mitad moría por inanición. Isabela vivía sola desde hacía años, Su madre había muerto y de seis sólo le quedaban dos hermanos que vivían en altamar. Lucas era vigía en una carabela que, según los rumores, izaba la bandera de calavera en puertos lejanos del Nuevo Mundo. Jacobo, el menor, desarrolló gran astucia desde que participó en los asaltos al cuartel, en los intentos de los tradicionales por recuperar su dignidad. Era estratega contra ataques de un barco mercante capitaneado por un viejo experimentado, de los Illastina. Muy joven se fue de casa y siempre pasaban unos años antes de que le volvieran a ver.

Isabela había partido a Cádiz y a su llegada coincidió con su hermano pequeño, cuya nave había atracado para aprovisionarse, y en dos días zarparía. El Capitán accedió a llevarla, bajo condición de que al llegar se casarían.

Pero en Dominica Isabela encontró que el Capitán se comportaba con los originales de la isla de igual manera como los progresistas se comportaban con los tradicionales, y su sed de rebelión creció. Convenció a Jacobo y hurtaron, junto a una decena de socios sublevados, una carabela de la Armada Real. Navegaron con las cartas del mercante en dirección de Santo Tomás del Golfo Dulce y al llegar, enfilaron por el río hasta ser hundidos por un ataque desde el fuerte de San Felipe, donde por el constante acoso pirata, tenían ordenes de atacar cualquier navío que se acercara sin previa planificación, así llevara bandera de la Armada Real.

Jacobo, Isabela y Jacinto, un socio sublevado, sobrevivieron y fueron rescatados por una barcaza india, que los condujo hasta una pequeña comunidad en la riviera de un lago. Jacinto era original de la Dominica y su aspecto fue el que los salvó, pues los indígenas actuaron más por el que por los hermanos blancos.

Una misión franciscana se acababa de instalar en el lugar y rápidamente entablaron confianza con los frailes.

Ultimadamente, un brazo de aquella congregación trabajaba clandestinamente con los indios para que estos lograran proteger algo de su cultura. Les facilitaban esconder a sus ídolos dentro de los ritos cristianos y abolieron el castigo por utilizar la lengua original. Contaron que los indios de un lugar llamado Totonicapán estaban planeando su subordinación de la corona y que necesitaban intérpretes que estuvieran dispuestos a aprender su idioma y representarlos antes los colonos.

Isabela experimentaba una extraña euforia por encontrarse en las tierras que desde hace un año habitaba su amado y hasta ahora se detenía a pensar en qué hacer. Por un lado, temía encontrarlo con Juliana en alguna situación feliz, y no por no deseárselas sino por el amor que sentía por el. Por otro lado, no quería quedar como una loca obsesiva, pero ya estaba ahí. Increíblemente había logrado cruzar el océano y se encontraba en las tierras más desconocidas del planeta, por él.

Uno de los frailes le ofreció buscarlo con discreción en San Felipe, a donde iban cada semana a aprovisionarse y volvió con la noticia de que Rodrigo había sido trasladado a México. Era información errónea y nunca pensó en confirmarla.

Se despidió de Jacobo y partió hacia Totonicapán como primer paso en su camino al norte.

- - - -

Esa tarde caminaron mucho y sin sentirlo llegaron a Xecul. Hicieron el amor dos veces en los discretos bosques nubosos y al volver, por la noche, Isabela sacó una botella de vino que guardaba celosamente desde que el fraile de San Felipe se la obsequió.

- Quiero estar contigo –dijo con cierta discreción pues sabía que al día siguiente terminaba la comisión de Rodrigo.

- Ya sabrás que todos aconsejan que uno olvide Málaga y toda la historia hasta antes de zarpar, porque son muy pocos los que vuelven. Mucha gente me dijo con cariño que te olvidara para no dañarme. La ternura de Juliana me ha ayudado mucho, ha sabido comprender mis angustias, incluyéndote. Mañana me voy desmoronado por dejarte de nuevo y por no tener idea alguna de cómo solucionará mi corazón y mi espíritu esta sorpresa. Volveré, pero también te esperaré.

-- --

Ahí estaba tan tranquila Uk'amik, como siempre, esperando a Rodrigo.

Al pasar la puerta no fue al hombre a quien vio, sino a un niño con la mente despeinada.

La abrazó y sintió un alivio casi maternal. Siguió abrazándola y le pareció perderse del tiempo.

Después de conversar durante varias horas se quedaron dormidos.

A la mañana se fueron al río. Aparecieron los manatíes haciendo gracias, como invitándolos a jugar. Y casi sin pensarlo, los dos se quitaron la ropa y se lanzaron a la frescura del río. Las aves cantaban como locas, el rugido de un saraguate se escuchaba a lo lejos y los manatíes, con su bobera, jugaban como niños con los humanos.

Al salirse se tumbaron sobre el pasto.

-Quiero ser como ella –dijo Juliana de repente-. Quiero conocerla y aprender de ella su valentía, su decisión. Tráemela, que al verlos juntos quiero aprender del amor.

Rodrigo no sabía si estaba entendiendo bien. Su tierna Uk'amik parecía proponerle la única opción en que no pensó. Pero no podía ir ahora a proponerle a Isabela, con tal descaro, que se viniera a vivir con ellos. Los tres en un profundo amor. Era una locura, tan loca que ya no podía pensar en otra alternativa.

Al día siguiente fue donde el encomendado a contarle su situación y a rogarle por una comisión a Totonicapán.

El encomendado se reía, gozaba como nadie la situación de Rodrigo y ahora deseaba cual capricho ver de cerca el desenlace. Así que movió influencias y logró la comisión a occidente.

---

Isabela no entendió mucho la gana de Juliana de conocerla, no confió mucho en la intención de Rodrigo. Aquel le dijo que, al final de cuentas, su tierna Uk'amik sólo era una concubina asignada por la brigada, más en función de atenciones domésticas que de temas sentimentales. Le insistió que su casa era aquella y que ahí debían convivir como tanto habían soñado. Insistió que Juliana no haría estorbo y la convenció. Su plan era no interferir en la relación y que entre ellas se arreglaran.

Una semana después llegaban a San Felipe del Golfo Dulce y Uk'amik ahora esperaba a dos. Había bordado una sobre funda con un hermoso decorado floral que rodeaba al nombre Isabela. Y a el le regaló una faja haciendo broma como primera impresión ante Isabela: “Esa faja que llevás se te anda cayendo en tus viajes a Totonicapán. Esta la tejí para que te pongás bien los pantalones”. Y como si de magia se tratara, ambas empezaron a reír a carcajadas con aire de complicidad.

A Juliana ya se le notaba el embarazo y Rodrigo no podía evitar demostrar su gran emoción. Isabela observaba y, ella también, trataba de entender lo que ocurría.

Dos días después, tanta comodidad se volvió incomoda y tuvieron que hablar.

Los tres sentados en la mesa del jardín, tan sonrientes, se tomaron de las manos y se prometieron amor duradero.

Esa tarde se fueron los tres al río, del otro lado de la peña, y nadaron desnudos y se amaron, y dos manatíes les hicieron gracias.

El encomendado, antes de indicar la siguiente comisión a Rodrigo, le dijo:

“Usted anda trayendo cara de manatí, baboso y feliz. No me explique nada que ya entiendo que su historia terminó feliz”.

2 comentarios:

  1. Jú... uff.. vaya que lo terminé. Por muchos momentos crei que lo iba a tirar y empezar otro pero me engasé.. A ver si alguien lo alcanza a leer competo...

    ResponderEliminar
  2. Yo lo leí completo, y eso que cuando le vi el tamañon pense que me iba a dar hueva pero no.. es como una novelita corta y esta interesante.
    Si siento que a ratos te vas por la tangente sin necesidad, pero esos son detalles facilmente corregibles, igual que varios dedazos. No me gusta por ejemplo o siento incoherente que al principio el meollo del asunto es que son como Romeo y Julieta (Isabela y Rodrigo) pero luego cuando empezas a hablar de la vida de los papas de Isabela ella adquiere otro estatus diferente. Si lo queres acortar por alguna razón.. por ahí podrias empezar.
    Pero bien, que casaca y que buen, buen final.

    ResponderEliminar