martes, 21 de abril de 2009

segunda entrega: futuro

La cámara

Por Quique Martínez

El pueblo regurgitaba de emoción por ser el centro de atención mundial. Por primera vez la reina del café y la madrina de los deportes lucían sus coronas, al mismo tiempo que el alcalde su banda a rayas con los colores del escudo edil. Su mujer había almidonado cuidadosamente el cuello de la guayabera cada noche en los tres días anteriores. La banda del Liceo tronaba en los tambores una marcha de guerra tan solemne como la ocasión lo ameritaba. El padre de la iglesia, también bajo el toldo de honor, desaprobaba cualquier avance tecnológico – como Dios manda – pero no podía perderse la ceremonia, más por tener tema para el sermón del día siguiente que otra cosa.

Al lado de la tarima se encontraba dispuesto otro toldo igual de digno, con bancas para los medios invitados. Se habían girado cartas para las agencias noticiosas más importantes del mundo. Lastimosamente sólo un par de periódicos amarillistas del país y un noticiero del mismo corte en Miami habían respondido, lo cual fue aprovechado por los trabajadores de la casa de la cultura, quienes se habían encargado de la publicidad, para colocar a sus familiares y amigos y darse el paquetón de importantes. Igual y había qué hacer bulto para que en las fotos no “mermara la presencia humana”. Al parecer a los periodistas les había quedado un poco de miedo por un imprevisto ocurrido unos años antes durante la inauguración de un hoyo negro. Y luego también estaba la cuestión del linchamiento a los fotógrafos daneses acusados de entrar a robar unas gallinas a unos 30 kilómetros de allí.

Doña Sonia contemplaba la multitud desde el balcón del segundo piso de su casa, la cual quedaba en una esquina como a un lado a dos cuadras del parque, frente a la tienda “La Paciencia” y al lado de la panadería “La Bendición”. Era un mejor lugar para presenciar el espectáculo porque no llevaba sol, estaba sentadita y con un poco de café. A sorbos comía ansias porque todo terminara, no por desagrado sino por esa gana de que pasara algo y pronto, como cuando uno ve un cuete encendido y espera a que truene. Se miraba sólo un costado del tumulto y había que torcer la cabeza un poco, pero no había gente pegosteándose y restregándosele, eso era bueno.

Su sobrino Carlitos era uno de los voluntarios para el experimento. Lo habían escogido porque hablaba un poco de inglés y porque su tacuche era bastante presentable, ya que tenía que salir bien en las entrevistas. Por eso, Doña Sonia había también cosido vestidos para sus tres hermanas y su madre, ya que toda la familia seguramente iba a ser presentada ante las cámaras. Aun así, había sido muy comentado en el barrio la injusticia de que se escogiera a Carlitos, con los antecedentes que éste tenía.

La emoción era evidente y particularmente representada por las miles de banderitas de papel de china en colores brillantes que los pobladores, en especial los niños, sacudían enérgicamente al ritmo de la banda.

Finalmente apareció un hombre de café en la tarima y, gesticulando en el aire, indicó al a banda que callara, a lo cual obedecieron luego de que el director subiera y bajara el palo con las borlitas tres veces.

- Buenos días excelentísimo señor alcalde…de…de..de..de..de, distinguida señora esposa del excelentísimo señor alcalde…de…de..de..de..de, honorable señora madre de la distinguida señora esposa del excelentísimo señor alcalde…de…de..de..de..de………….

Y así toda la pompa y primer y segundo punto con himnos y juras y discursos y presentaciones. Tres horas en total y Doña Sonia entró a cocinar una sopa minestrone de sobre y una ensalada de aguacate para almorzar y la dejó lista para regresar a comerla cuando terminara la ceremonia. Igual y no se perdió lo más importante, cuando finalmente el científico alemán que había vendido el proyecto se paraba frente a todos para explicar lo que su tan esperado invento haría y qué era lo que se esperaba. Igual y nadie entendía pero qué alegre estar ahí y comprar mangos con pepitoria y ver a las batonistas dar brinquitos (pim pim) con sus botitas blancas.

Lo que Doña Sonia entendió, que fue poco, fue que el experimento, una cámara transportadora de la materia en el tiempo hacia el futuro, era de invención alemana pero totalmente fabricada ahí mismo, en el pueblo, por el mismísimo científico Don Alemán, ayudado por los voluntarios que habían sido seleccionados por sus capacidades extraordinarias y que habían jurado mantener en total secreto las características del proyecto para que no fuera robado por ningún otro pueblo aledaño. Mientras iba explicando, las señoritas batonistas, paradas alrededor de la cámara, señalaban con sus palmas abiertas y con movimientos elegantes las partes que iba describiendo para que todos se confundieran menos de lo que se estaba hablando.

La cámara medía lo mismo de frente que de fondo y dos veces la altura que la millonésima parte de la distancia de la constelación de (aquí Doña Sonia no entendió qué dijeron pero sonaba como Tor Trix) lo cual era cabalísticamente calculado y representado por los escalones que ya en el interior debían de descender los voluntarios para llegar hasta los asientos que cómodamente los desmaterializarían y los transportarían en el tiempo hacia el futuro. Todo esto controlado por el mismísimo científico desde una silla colocada en la sala de control que se encontraba en algún lugar secreto, para seguir con la cosa de que nadie robara ningún dato.

Era perfectamente confiable, había sido utilizada a mediados del siglo XX de manera secreta por el ejército alemán, y los planos habían llegado a manos del científico como parte de una herencia de un tío lejano, y luego de haber explorado el mundo llegó a la conclusión de que, por su localización y condiciones geográficas, el pueblo era el lugar idóneo, si no el único en el que pudiera llevarse a cabo nuevamente el experimento. Aseguró que la cantidad de dinero utilizada, la cual había sido obtenida por el alcalde mediante préstamos y colectas y actividades y aumento de tarifas e impuestos y presupuestos, era una inversión que iba a ser recuperada luego de que los voluntarios fueran transportados por la cámara desmaterializadora hacia el futuro.

El plan era que los enviados viajaran unos años adelante, los que fueran necesarios, para contactar a los científicos de esa época, para quienes Don Alemán ya había escrito varias cartas de presentación con preguntas específicas. Luego de tomar nota de los avances tecnológicos y maravillas médicas y tomar fotos, video y muestras, inventarían con ayuda de los científicos una una cámara transportadora de la materia en el tiempo hacia el pasado, ya que la que ahí se encontraba sólo lo hacía hacia delante. Para ver los resultados habría qué esperar unos años ya que los cálculos en cuestión de tiempo nunca pueden ser exactos.

Era muy importante no asustarse con el proceso, porque en el interior de la cámara podían suceder muchas cosas, incluso explosiones, lo cual era parte misma del viaje en el tiempo. Pero lo más importante era tener fe y esperanza el progreso, porque independientemente de quiénes hicieran el viaje, el FUTURO había llegado a todo el pueblo. (EEEEEEEEEEEehhhhhhhhhhhhhhhhhh, banderita banderita)

Doña Sonia mejor fue a traer la sopa y un vaso de fresco para la ventana, porque justo en ese momento se veía al grupo de voluntarios entrar en una carroza bellamente adornada. Al mismo tiempo el científico alemán subía a un carro polarizado en dirección a los controles y escoltado por el grupo de inteligencia alemana que había llegado con él hacía ya varios meses.

Los muchachos y muchachas orgullosamente entacuchados y acolochadas bajaron saludando con la mano en alto a la multitud, quienes se atropellaban y machucaban por tocar a aquellos héroes que verían cosas inimaginables en el futuro. Los niños deseaban ser cómo ellos y ellas, los y las jóvenes deseaban casarse con ellos y ellas, y los padres y madres deseaban adoptarlos y adoptarlas y llevarlos y llevarlas, después que regresaran, a sus casas y escucharlos y servirles bocadillos de chocolate y azúcar y mucha harina y manteca.

Pero los bomberos no dejaban que nadie pasara, y los ayudaron a acercarse a la construcción color block, frente a la cual los esperaba el alcalde con una sonrisa y una llave en la mano la cual serviría para abrir la puerta de metal insulado, única entrada para la cámara. El alcalde los saludó con un abrazo o con un beso o con las dos, dependiendo de quién fuera, y uno a uno fueron entrando los voluntarios. El alcalde, quien nunca vio mayor cosa de los planos secretos o visitó la construcción ni mucho menos el interior, trató de echar un vistazo hacia dentro pero uno de los voluntarios, seguramente instruidos por el científico, lo apartó gentilmente, a lo cual el alcalde hizo un gesto de comprensión para luego cerrar herméticamente la cámara gris.

Como ya había explicado el científico anteriormente, había qué esperar un tiempo, el cual también era variable por la mística de los cálculos de la cámara, y luego él llegaría a los controles y desde ahí monitorearía a los voluntarios. Sólo había qué tener paciencia.

El pueblo se mantenía con relativa calma, todos al pendiente de lo que sucedería. Hasta las vendedoras de mangos con pepitoria se habían quedado calladas. Las banderitas ya no se movían tanto. Al alcalde le sudaba el bigote. El padre ya se orinaba y a la reina del café se le hacía panquecazo en los sobacos por el calor.

Mientras tanto Doña Sonia ya se había acabado el fresco, pero no quería irse a servir más porque con su mala suerte todo pasaba mientras ella se iba, como la otra vez aquella navidad y la quema de pólvora.

Pasaban las horas y no pasaba nada. A los niños se le salían los mocos y no les hacía ya tanta gracia. Poco a poco se empezaron a tener qué retirar, primero los ancianos, que ya no tenían la energía para esperar tanto. Luego el noticiero de Miami. Luego las madres con algunos niños pequeños, luego los que veían la novela de las cinco, incluyendo al padre que daba misa en la noche. Después se fueron los niños que tenían qué estudiar al otro día y quedaron los novios y los amantes y los solteros y algunas viudas de regreso de algún lado. Los bomberos, la banda, las misses, los periódicos amarillistas y poco a poco se fueron yendo todos, el último fue el alcalde y su mujer. Sólo había qué tener paciencia.

Doña Sonia se acostaba todas las noches al terminar el noticiero de las diez. Mientras se embadurnaba de cremas sintió un temblor que estremeció el suelo como si el infierno tratara de tragársela. Se cayeron un par de cuadros, el closet tiró polvo y la grieta de la cocina se hizo más grande. Fue un temblor como seco, no un terremoto, y además acompañado de un ruido grave que sonaba a emergencia. Salió corriendo a la calle envuelta en una bata floreada en donde estaba ya todo el mundo, huyendo de una posible destrucción. Ahí se dio cuenta de que la cámara transportadora de la materia en el tiempo hacia el futuro estaba destruida, y todo el mundo comentaba que “había pasado” ya, y se alegraba y vitoreaba y se lamentaba de no tener las banderitas.

Doña Sonia pensó en Carlitos. En cómo sería el viaje. Sólo era cuestión de esperar a que se inventara la manera de traerlos de regreso, tener paciencia. El futuro había llegado al pueblo.

Quique Martínez

Cuentos del Futuro

Lunes 20 de Abril de 2009

4 comentarios:

  1. Me gusto mucho, pero me quede con ganas de saber de los tripulantes. Por un rato pense que el personaje Aleman solo habia estafado al pueblo, eso me parecio muy chistoso.

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  2. De hecho los estafo, el y los tripulantes, pero eso lo sabemos vos y yo ok? no se lo digas a los del pueblo

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  3. Es super bueno el cuento Kike, que cabron sos.. si lo de la estafa empezo a ser claro casi al final. pero la descripción que haces de cada personaje y situación es muy buena, casi cinematografica, muy visual. Me gusta también como termina..

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