martes, 21 de abril de 2009

primera entrega: cuentos de semana santa

El caminante

Por J. M. Arrivillaga

Este no es un personaje con camote de andador. Ni siquiera es el más viajero. Sólo es un "x", un hombre cualquiera que no resalta, que no brilla, no escandaliza. Un hombre más bien gris.

Es tan gris que ni baila, tan gris que no canta, que no habla. Tan gris que sólo piensa mientras camina, como si alguien lo fuera a alcanzar, como si le forzaran a alcanzar algo que nunca sabe. Un hombre gris que camina rápidamente hasta llegar a su próxima guarida, como si alguien lo siguiera, como si algún tiempo se acabara.

Pero sí que sabe de guaridas. Las ha hallado hasta en los pueblos más remotos, o en las más grandes ciudades. Ha sabido encontrar corazones y tejados bondadosos, solidarios y respetuosos de su necesaria soledad.

Pero sí, es un caminante. Un intenso caminante gris, con mente de colores y corazón florido. Un caminante que sólo deja a la voluntad más fuerte del destino, una dosis de poder de vez en cuando. Por intenso.

Entonces viaja, conoce, observa, huele. Huele mucho pues es de su adicción entender esa parte sublime de los pueblos. La parte del olor.

---

Entonces, de la forma más indiferente, salió a la calle. Aparentaba que nada raro estaba pasando. Saludaba a los vecinos como si fuera un día normal.

Y lo era, de cierto modo, porque ningún día que parezca normal lo podrá ser, jamás. Eso, su extraña presencia decolorada, más bien gris, no dejaba de poner nerviosos a los transeúntes, como al chofer del taxi. ¿Qué le pasa hoy? preguntaban.

- A la Santander por favor –dijo quedamente mientras sacaba el billete de a cinco.

Entrar en esa avenida se siente como debe sentirse cruzar algún portal interdimensional. Así que a nuestro personaje le altera mucho. Y eso que es persona de pocas alteraciones, de mucha estabilidad. Tanta estabilidad que es más bien un hombre gris.

Detiene el taxi repentinamente y se baja, y con toda congoja empieza su griterío. Sí. El juega a colapsar el mundo pero nunca concluye. De eso se trata.

Recorre un largo camino sin moverse. Conoce cientos de personas sin que éstas se percaten. Es más bien un hombre gris. Tan gris que no se ve. Tan gris que no se siente. Tan gris que quizás nunca ha estado.

---

A ese valle rodeado de montañas le llega el olor atiteco en la versión, entonces, más gris que se pueda encontrar. El hombre gris desciende con los ojos cerrados, levitado, transportado desde su lago gris como perro, en dibujos animados, tras aromas apenas conocidos, irresistibles.

Al hombre gris le resultan irresistibles los olores de mundo que se suelen posar en ciertos lugares energéticamente alterados, raros. De eso tiene mucho el lugar donde el hombre gris inició su camino, de ahí la maña.

No llega prejuiciado. Es más, no sabe más de lo elemental antes de llegar.

Entonces se acomoda fácilmente. Encuentra un par de guaridas, un escenario y se pone a gritar. Es un buen lugar.

La gente se aglomera y sorprendida detiene el paso. El mundo para por un instante y cuando todo está por colapsar, de tan quieto, de tan gris, es que deja de gritar.

Ese es su juego y no le va mal.

Mientras tanto, juega también consigo mismo, a todo color, y se extiende en largos pensamientos, libres. Dentro del hombre gris hay, en verdad, un amoroso dictador de su propia vida, que lo reta a continuar, a replantear, a repasar la forma en que quiere vivir. Porque es intenso.

---

Al final de la tarde, se diluyen los colores sobre este hombre. La mente se le sale, los intestinos se le suben a la cabeza y en el hueco estomacal surge el tornado de mariposas.

Qué sensible resulta la piedra al lavarla, al encontrarla.

Porque este día que parece normal, pero no lo es porque ningún día que parezca normal lo podrá ser, jamás, se le acerca una de estas hadas madrinas que lo desnuda y lo pinta centímetro a centímetro, con sus dedos, sólo para dar color a su vida.

Lo pinta, lo viste y lo desnuda con cada color.

Entonces, el que solía ser un hombre más bien gris, se avergüenza. Hay demasiada pureza azul, demasiada intimidad. Hay demasiado camino por recorrer en su quietud; demasiado dolor que soportar, demasiado color.

Ahora, el hombre de color irradia impulso y se reprime. Sólo por los poros se le escapan la emoción y la ilusión. Y asusta. Sale a asustar gente. Y la gente se asusta con una sonrisa disimulada mientras se aleja.

El que solía ser más bien un hombre gris, llora por primera vez en su vida. Llora a ríos.

Los ríos se desbordan y el desastre empieza.

Después del temblor viene la calma. Una calma más bien gris que no se atormenta.

Y el hombre gris vuelve a salir. Sólo quiere ir y quedarse allí, exactamente en ese recorrido donde quizás un día lo vuelvan a desnudar, y a hacer llorar, y conquiste nuevamente su desastre personal que lo regrese a esa forma insípida, más bien gris, de existir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario