Comida
Por J. M. Arrivillaga
Saben, amigos, que estas líneas no son de ficción, pero es una historia que se los comerá por completo. Resulta que desdioy vino mi hermano menor a decirme una retahíla de babosadas tan absurdas que, al principio, no le creí. Pero no quedé tranquilo pues aquel es justo la persona de quien nunca esperaría una mentira. Por eso ahora, y reafirmo con seguridad, escribo estas líneas sin pensar que es una ficción. Todo cuanto contaré aquí, si bien es cierto que no lo viví, es una transcripción de lo ocurrido a mi hermano, y no fue sino hasta que vi sus heridas y esa mirada perdida que apagó la luz que solía irradiar, que eliminé mis dudas sobre la veracidad de sus palabras, y me sumí en un trágico episodio de mi vida, que me motiva a contar brevemente lo que ocurrió.
Para empezar, me dijo que nos reuniéramos en la lomita de la universidad, porque si mi mamá lo veía así, entraría en crisis. Normalmente nos veíamos en la casa de ella, donde el vive.
Ya allí, me pidió que no grabara. Como ustedes sabrán, porque son mis amigos, yo ando siempre con mi recorder, a eso me dedico. Pero como soy un documentador bien mañoso, como saben, nunca ando con una sola grabadora. Así que le apagué una a la vista y grabé todo con la otra, y como estaba muy nervioso ni se le ocurrió.
Dice que anoche fue el último de toda la universidad en irse. Se quedó con un amigo rolando unos puritos y hablando de la cohesión social (les juro, de eso dice que estuvieron hablando más de cuatro horas).
Eran las tres de la madrugada cuando le sonó el teléfono al amigo: era una emergencia, había estallado el tambo de gas en la casa, y un vecino estaba herido. Pues sin despedirse se largó, dejando sin jalón a mí hermano.
Recogió sus cosas, guardó en un hoyo las que no se atrevía a llevar por la hora, y empezó a caminar. En la garita de salida no había nadie, pero la tele estaba prendida. Esperó un par de minutos y, como el conserje no llegó, optó por marcar el mismo su tarjeta.
No había caminado mucho cuando oyó escándalo de riña. Aquel se armó desde hace unos meses, con esto del estallido de la violencia, y se armó muy seguro de usarla tanto para sí mismo como para defender a desarmados. Entonces, la bulla lo condujo hasta el callejón de la esquina, donde observó a tres individuos que cercenaban las orejas del conserje.
Inmediatamente desenfundó y empezó a disparar contra los maleantes, quienes así, ante su vista, desaparecieron.
“Se lo juro mano, como si mi cuete hubiera sido un desintegrador molecular, desparecieron. No sabe la angustia que sentí, porque allí ni con pistola ni con rosario.
Eso era cosa de otro mundo, ¿y si ahorita aparecían en mi espalda? No sabe hermano. Y mientras el conserje desangrándose en el suelo, inconciente o muerto, yo no lo sabía. Yo sólo estaba petrificado ante la escena.
Entonces empezó a oler bien fuerte, como a amoníaco. Reaccioné un poco y me acerqué al pobre hombre. Una mano se le movía convulsivamente y pensé que estaba vivo. Pero le vi la cara y, mano, le habían sacado los ojos y el tabique de la nariz. Era un desastre y me volvió el pánico. Pensaba en moverme, largarme, pero no podía usted, estaba completamente friqueado”.
Se dejó caer sobre la grama, sacó un cigarro y se lo fumó de tres jalones. Luego forjó un churro y me lo dio a encender. Yo no podía pronunciar palabra. Además, siempre lo consideré exagerado por eso de comprar pistola, pues en Xela no hay tanta delincuencia pues. Aquel es, según yo, un sicótico por leer la prensa, y en la prensa vienen noticias de la capital. Le pregunté qué se había metido y se puso a llorar diciendo que nada, que me juraba que no se había metido más que tres puros.
“Mire usted, no se qué me pasó. Ese olor no sé que putas era, pero me borró lica. Luego mano, no me acuerdo muy bien como, pero aparecí en la casa del Luis Ángel, sentado en el comedor con aquel y
Tenían la mesa servida y, usted conoce al Luis Ángel y
Otro cigarro, otro puro.
“Mano, qué voy a hacer, me perdí de la realidad, aun le puedo hablar a usted y contarle,
Imagínense cómo estoy de aturdido. Apagué la grabadora, le di media pasta y me lo llevé al carro. Allí se durmió y me lo traje a Guate. Como a las diez llegamos con el Güicho y, buena onda, lo atendió de una. Le zampó no se cuantos pinchazos y hasta le hizo un lavado. Lo dejamos internado y nos fuimos a almorzar. Ya eran como las tres de la tarde. Me moría de hambre y quería una chela. Fuimos ahí nomás, al restaurantín de la esquina. Yo pedí costilla ahumada y aquel pidió caldo de oreja. Bueno, y mi hermanito se estabilizó y ya estamos un poco tranquilos, por eso les escribo. Parece que esa angustia la producen esas amebas raras que descubrieron en los tacos de
No Juanmi, no está largo, en especial porque te mantiene entretenido y tiene lenguaje simple así que no está cansado de leer. Me llego que cambiaste completamente otra vez de estilo de escritura, ahora me gusta el toque de leyenda urbana. Me parece que medio estábamos en sintonía por lo que yo escribí. Lo estoy terminando, lo envío en un par de horas.
ResponderEliminarYo creo que si queremos soltarnos, nada de largo ni corto, cuento es cuento y ya. Juan Mi, buenisimo, de comida sin duda... Y con un toque muy macabro bastante original. Narracion fluida, rica...es inevitable leerlo hasta el final. Oye y el mio ya te lo mante....
ResponderEliminarA mi también me sorprende el cambio de voces y de estilo. Sin duda, con vos, se aplica la frase que me gusto de Juan VIlloro citando a Bolaño; La unica prueba confiable del talento es sentir que el texto ha sido escrito por otro. Me gusta el estilo fantastico real. En algun momento, me confundí con las voces, de no saber si estaba contando el hermano de su amigo, o si le había pasado al amigo pero puede ser debido a mi dda.
ResponderEliminarA mi también me encanta y eso como de transcripción que le da mucha naturalidad, además el final inesperado, está muy bueno.
ResponderEliminar